Volumen 1, N°1 Agosto de 2004

Nuevas perspectivas para una siempre vigente reflexión: Los trabajadores del salitre y el movimiento sindical chileno a comienzos del siglo XX (1).
 

 

Autor
Cavieres F., Eduardo
Filiación

Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile e Instituto de Historia, Universidad Católica de Valparaíso.

Correspondencia
Xxxxxx  
Cita
Cavieres F., Eduardo. Nuevas perspectivas para una siempre vigente reflexión: Los trabajadores del salitre y el movimiento sindical chileno a comienzos del siglo XX. Revista de Estudios Históricos, Volumen 1, Nº1 Agosto de 2004

 

De las promesas historiográficas de las últimas décadas, parecía natural una fuerte producción de revisión y profundización de temas afines a la problemática de los trabajadores, sus condiciones de vida, aspiraciones, organizaciones y actitudes de lucha y de calma en el largo camino de las reivindicaciones económicas, sociales y culturales. Nadie desconocía el valor de los trabajos pioneros de Marcelo Segall, Desarrollo del capitalismo en Chile. Cinco ensayos dialécticos (1953); Julio César Jobet, Luis Emilio Recabarren. Los orígenes del movimiento obrero y del socialismo chilenos (1955); Hernán Ramírez Necochea, Historia del movimiento obrero en Chile (1956) y Jorge Barría, El movimiento obrero en Chile (1971), pero tampoco se podía negar el carácter más de ensayo que de investigación que tuvieron estas obras y que, a pesar de entregar datos y abundante información era prácticamente imposible conocer la documentación utilizada. Además, todas coincidían en una visión marxista con similares inquietudes e intereses y los trabajadores terminaban perdiéndose en su relación con los partidos de izquierda que en muchos aspectos pasaban a ser los verdaderos y únicos protagonistas de la historia. De cualquier manera, estas primeras y valiosas aproximaciones siguen siendo válidas especialmente en las líneas gruesas de la descripción de los primeros conflictos y organizaciones sindicales en el período anterior a 1920.

Sin embargo, estas promesas no han alcanzado aún los logros que parecían venir y gran parte de las temáticas de estudio propuestas por Eric Hobsbawm para un análisis más moderno y actualizado de la formación y evolución de la clase trabajadora, como el examen de las ideologías, la conciencia de clase, las relaciones entre religión y socialismo, las imágenes del mundo obrero, etc. (El Mundo del trabajo, edición en español, 1987) siguen aguardando sus respuestas para el caso chileno. Diversas son las razones para esta lenta réplica a las inquietudes de los años 1960 y, obviamente, el corte de 1973 desvió las atenciones y preocupaciones intelectuales hacia problemas nuevos o más contingentes, pero la participación de trabajadores y sectores populares en la historia nacional era ya una reconocida situación muy diferente a los cánones de la historia “oficial” vigente hasta pasado el medio siglo actual. Así, en 1985, al introducir uno de los libros más interesantes de los últimos años, Gabriel Salazar se refería en extenso a que el conocimiento científico de las “clases populares” había quedado suspendido del esfuerzo historiográfico de los pioneros del ciclo 1948-63 (Labradores, peones y proletarios, págs. 7 a 18). De hecho, el único trabajo significativo fue la publicación de Crisóstomo Pizarro, La huelga obrera en Chile, en 1986. ¿El único trabajo? Como el mismo Salazar lo señala, mientras que los autores nacionales investigaron las instituciones laborales del período colonial o el análisis del movimiento político del proletariado contemporáneo especialmente entre 1953 y 1963, los extranjeros lo hicieron entre 1966 y 1977 (op. cit., pág. 8 y nota 4).

La lista de títulos extranjeros, particularmente tesis doctorales norteamericanas, de las cuales algunas se convirtieron en exitosos libros, es amplia y cubre diversas temáticas y períodos. Sin nombrar una gran variedad de artículos en diversas revistas especializadas, podemos señalar los trabajos de Alan Angel, Politics and the Labour Movement in Chile, Londres, 1972; Brian Loveman, Struggle in the Countryside, Bloomington, Ind., 1976; Arthur Lawrence Stickell, “Migration and Mining Labor in Northern Chile in the Nitrate Era, 1880-1930”, Ph. D. diss., Indiana, 1979; Patrick Edward Breslin, “The development of Class Consciousness in the Chilean Working Class”, Ph. D. Diss., California, Los Angeles, 1980 y el de Peter DeShazo, Urban Workers and Labor Unions in Chile, 1902-1927, Madison-Wisconsin, 1983.

En Chile, la última producción historiográfica sobre estos temas, con las excepciones antes señaladas y la de Vicente Espinoza, Para una historia de los pobres de la ciudad, Santiago, 1988, corresponde fundamentalmente a artículos. Además del trabajo relativamente antiguo de Gonzalo Izquierdo, “Octubre de 1905: un episodio en la historia social de Chile”, Historia Nº 13, 1976, en los últimos cinco años podemos citar a María Angélica Apey, “El trabajo en la industria del salitre, 1880-1930”, Dimensión Histórica de Chile, Nº 2, 1985 y a Álvaro Góngora y Leonardo Bravo, “Las relaciones laborales en Chile, 1810-1973. Fichero bibliográfico” en la misma revista y número y, además, una Addenda en el Nº 3 de esa publicación correspondiente a 1986. También Eduardo Cavieres, “Grupos intermedios e integración social: la Sociedad de Artesanos de Valparaíso a comienzos del siglo XX” e Isabel Torres, “Los conventillos en Santiago (1900-1930)” (un interesante estudio sobre el mismo tópico, pero para Valparaíso es el de Sandra Poblete N., “Salubridad y vivienda de la clase laboral en Valparaíso entre 1900 y 1920”, Tesis de Licenciatura, Universidad de Chile, Santiago, 1988) contribuyeron a través de los Cuadernos de Historia Nº 6, 1986 y lo mismo hizo Luis Alberto Romero, “Rotos y gañanes: trabajadores no calificados en Santiago, 1850-1895” en el Nº 8, 1988 de tal serie.

Directa o indirectamente, la revisión general de toda esta bibliografía nos continúa llevando a la discusión de un sector y un problema crucial que en la historia de los trabajadores y de su formación como clase es bastante conocido, pero no igualmente comprendido: el de la masa de trabajadores del salitre entre 1880 y 1930. Nos detendremos en el análisis de los primeros treinta años de este período a partir de otros tres aportes a la historiografía de los trabajadores chilenos: Charles Bergquist, Labor in Latin America, Stanford University Press, 1986, Caps. 1 y 2; Manuel A. Fernández, Proletariado y salitre en Chile, 1890-1910, Monografías de Nueva Historia Nº 2, Londres, 1988 y Eduardo Devés, Los que van a morir te saludan. Historia de una masacre. Escuela Santa María, Iquique, 1907, Ediciones Documentas, Santiago, 1988.

Bergquist ha recapitulado un trabajo de años de investigación en historia laboral latinoamericana comparada cuyas versiones preliminares han sido presentadas, entre otros trabajos, en “Bougeoisification and Proletarianization in the Semi-Periphery: Working Class Politics in Argentina and Chile Compared”, presentado al Third Annual Political Economy of the World-System Conference, State University Binghamton, 1979 (posiblemente exista la publicación respectiva); “What Is Being Done? Some recent Studies of the Urban Working Class and Organized Labor in Latin America”, Latin American Research Review 16: 2, 1981 y “Exports, Labor, and the Left: An Essay on TwentiethCentury Chilean History”, Working Paper N° 97. The Latin American Program, The Wilson Center, Washington, D.C., 1981. El libro que comentarnos consta de una introducción general sobre los problemas, perspectivas y avances de la historiografía latinoamericana actual respecto a movimientos sindicales y de capítulos separados para los tratamientos relativos a Chile, Argentina, Venezuela y Colombia.

De los planteamientos a nivel general, la crítica de Bergquist a la historiografía latinoamericana del siglo XX descansa en dos postulados básicos: el no reconocimiento del rol histórico decisivo de los trabajadores organizados y la no consideración de las diversas trayectorias ideológicas y políticas en los diferentes tipos de movimientos laborales. Además, el solo hecho de haber dicotomizado a la clase trabajadora de acuerdo a modelos tomados del desarrollo histórico de las sociedades centro del sistema capitalista mundial (campesinos tradicionales-proletariado moderno, trabajadores rurales-artesanos y proletarios urbanos, etc.) habría olvidado el carácter esencial de los orígenes de la historia laboral: trabajadores vinculados a la producción exportadora; a veces, con un carácter industrial y urbano, a veces, agrícola y rural; en algunos casos, trabajadores asalariados, en muchos otros no; pero, en todo caso, siempre organizados finalmente como clase en respuesta a la expansión envolvente del sistema capitalista de las décadas posteriores a 1880. Junto a los trabajadores del transporte y de servicios del mismo sector exportador, fueron ellos y sus conflictos quienes más influyeron en la trayectoria moderna del sindicalismo de la región.

En ese contexto, los trabajadores chilenos del salitre constituyeron una compleja red de vinculaciones sociales informales e instituciones culturales y políticas propias de un grupo humano que, teniendo orígenes comunes, se encontraba removido de las relaciones básicas, tradicionales y propias del gran Chile Central. Su dependencia absoluta de los salarios para la subsistencia y la nacionalidad foránea de sus empleadores determinaron la forma cómo los trabajadores comenzaron a percibirse a sí mismos como una clase separada, opuesta y fuertemente anticapitalista. Las condiciones de vida y trabajo, el medio hostil del desierto, el a todas luces significativo impacto del salitre en la economía nacional, la siempre desilusionante complicidad del gobierno con los propietarios ingleses en contra de los intereses de los trabajadores, y la fuerza de los conflictos laborales, en particular, la huelga de 1907, terminaron por conformar, a nivel nacional, un fuerte, poderoso e institucionalizado movimiento sindical de izquierda, distintivo de la historia política y social chilena del siglo XX. En suma, según Bergquist, a pesar de la intensidad de la represión, los intentos de los trabajadores para organizarse, aliarse con otros sectores laborales y levantar una organización sindical y política capaz de ejercer una gran influencia en la vida nacional, fueron marcadamente exitosos.

El trabajo de Fernández, por su parte, se estructura en términos de la evolución del impacto producido por el desarrollo del capitalismo moderno sobre sociedades tradicionales y de la respuesta de los trabajadores del salitre que, desde fines del siglo XIX, ofrecen un ejemplo clásico de formación de una clase proletaria surgida, a pesar de su gestación, dentro de un contexto nacional en que aún prevalecían formas tradicionales de producción y relaciones sociales. Particularmente, se estudian los orígenes de la mano de obra y condiciones de vida y trabajo en el salitre, el desarrollo de la conciencia de clase de esos trabajadores en relación con la totalidad del movimiento obrero chileno y la huelga de Iquique de 1907.

A través de diversos capítulos, el ensayo analiza progresivamente la formación de la fuerza laboral del salitre, las condiciones de trabajo y habitaciones en las oficinas, la relación entre salarios y costos de vida, el surgimiento de un proletariado consciente y la gran huelga de 1907. A juicio del autor, una de las claves para la comprensión de las acciones de este grupo de trabajadores habría sido el hecho de que los futuros proletarios de las pampas nortinas, al ser con anterioridad sociológicamente expulsados desde el campo hacia áreas urbanas (un problema estudiado en detalle por Gabriel Salazar), fueron experimentando un proceso de transformación social que ya había comenzado en el mismo Chile Central con la metamorfosis de peón rural a obrero industrial. Un tipo de trabajador mayoritariamente urbano, sin lazos con la tierra, transportado al Norte Grande, era tendencialmente susceptible de completar allí su proletarización.

Obviamente, tal proceso estuvo condicionado por los caracteres propios de una economía de enclave: los vaivenes productivos impuestos por el mercado o por la Asociación de Productores, las fluctuaciones en los niveles de salarios reales, los grados de especialización de las faenas, la estructura productiva técnica y humana, el dominio absoluto de los intereses y capital extranjero y las duras y desequilibradas condiciones de vida imperantes XXXXXa la predominante situación de pobreza se unía la ineficiencia del Estado chileno y la no retribución en forma de servicios públicos. Lejos de constituirse en una aristocracia del trabajo, los hombres del salitre posiblemente conformaron un sector fuertemente deprimido cuyos salarios, nominalmente más altos que el promedio nacional, eran reducidos en términos reales debido al altísimo costo de vida de la región y por el sistema de fichas y pulpería allí existente.

Desde comienzos de siglo, Fernández centra su atención en lo que él visualiza como un conflicto estructural irremediablemente creciente y que termina por favorecer el desarrollo de la conciencia de clase: división tajante entre obreros y patrones en términos de identidad social, división de clases con localización geográfica precisa (emplazamientos dentro de la oficina) y con rasgos de nacionalismo: capital extranjero versus trabajo nacional. A ello se habría sumado la forma en que las compañías y el gobierno aunaron sus esfuerzos para detener la organización de los obreros y de aislarlos respecto al movimiento sindical del resto del país, situación incapaz de impedir el crecimiento de las mancomunales, los llamados a huelga, la divulgación de las publicaciones obreras. Si a ello se agrega la marginación económica, las debilidades de la economía del país y la persistente devaluación del peso, se tiene el cuadro completo en medio del cual, según Fernández, tanto obreros como empleadores fueron sosteniendo sus preparativos para el enfrentamiento: éste se convirtió en dramática realidad con la huelga de 1907 y el episodio de la Escuela Santa María, del 21 de diciembre de ese año.

Hasta aquí, los trabajos de Bergquist y Fernández se fundamentan en los mismos lineamientos básicos, especialmente en lo que se refiere al tratamiento de la formación del proletariado del salitre. ¿Cuál de los dos es mejor? No es ese el problema. Bergquist tiene una mayor amplitud y a veces es más profundo en los detalles. El objetivo de Fernández apunta más a la búsqueda de los antecedentes que permitan un análisis más detenido de la huelga de 1907. Por otra parte, Bergquist se preocupa de diferenciar su análisis de lo que él llama la simplista noción ortodoxa marxista sustentada en la idea de que el capitalismo engendra un proletariado que, bajo la dirección del Partido Comunista, gradualmente adquiere la conciencia necesaria para derribar a sus opresores capitalistas y establecer un orden socialista. En el caso de Fernández, como lleva su análisis sólo hasta 1907, a pesar de subrayar enfatizadamente la relación y el conflicto de clases, devuelve el protagonismo histórico a los propios trabajadores por lo menos hasta los sucesos mismos de Iquique (como lo analizaremos más adelante aquí es conveniente preguntarse quién realmente llevó la iniciativa y la toma de decisiones).

En general, Bergquist y Fernández nos hablan de una historia ya conocida, pero ambos se han esforzado por presentar algunas perspectivas novedosas que, aunque en la mayoría de los casos se traten tangencialmente, iluminan posibles futuras reflexiones. El fijar la atención en los trabajadores propiamente tales, en algunos rasgos de una cultura propia (pero no exenta completamente del mensaje ideológico de la elite), en el sistema informal pero eficiente de comunicaciones entre amigos, parientes y compadres, en aspectos de lo que podríamos llamar el imaginario popular, la autonomía ideológica y el no conformismo político, y el intentar analizar la formación de la autoidentificación como clase a partir de la propia experiencia de esos trabajadores y no de un dogma doctrinario, invita a reconsiderar y a estudiar los orígenes del movimiento sindical chileno en primer lugar a partir precisamente de una historia de trabajadores, única base social de sus peculiares instituciones y representaciones.

Para llegar a algunas de las apreciaciones anteriores, los autores se han beneficiado de una investigación de base que era imprescindible pero que por falta de divulgación y traducción al español no ha recibido el reconocimiento que merecía. Arthur Lawrence Stickell, citado más arriba, reconstruyó la composición demográfica de la población salitrera y a partir de ello las migraciones interregionales y la fuerza de trabajo en períodos de recesión y recuperación económica. Con estos antecedentes pudo, enseguida, no sólo referirse en detalle a otros aspectos como las vinculaciones entre los puertos salitreros y los pueblos de la pampa; la vivienda, salud y seguridad en las oficinas; las relaciones entre trabajo y autoridad; los salarios y el comercio al detalle a través de los campamentos y al tema siempre discutible de salarios, ahorros y oportunidades económicas, sino que, además, lograr una bien fundamentada recreación e interpretación global de la vida individual, familiar, social y laboral de los trabajadores. La seriedad y utilidad del documentado estudio de Stickell quedan demostradas en el número de veces en que es citado por Bergquist y Fernández.

El grueso del trabajo de Fernández, la huelga de 1907, se topa con el tema desarrollado en la obra de Eduardo Devés que, coincidentemente, fue publicado en el mismo año pero con una óptica y metodología muy diferente. El libro de Devés, 218 páginas, está centrado exclusivamente en los antecedentes inmediatos y en los sucesos propiamente tales de Santa María de Iquique no siendo ahora el caso de resumir su contenido, ya que requiere de una lectura completa y detenida para su cabal comprensión y, especialmente, para una reflexión profunda del problema en particular y de lo que es parte de la historia en general. No obstante, es importante señalar algunas ideas referentes al “espíritu” de indagación que recorre la investigación y la entrega de sus resultados.

A diferencia de Fernández, en que el tratamiento de los dramáticos sucesos del 21 de diciembre está ya preconfigurado en términos de sus causalidades y enjuiciamientos, Devés intenta elucidar lo ocurrido en ese aquí y en ese ahora sin considerar que lo central haya sido ya fijado por la teoría. Según el autor, para que no se cuenten cuentos en el sentido de que en toda huelga ocurrida en Chile a comienzos de siglo sucedió tal o cual cosa, que las relaciones entre patrones y trabajadores fueron de una determinada naturaleza, que las condiciones de vida percibidas por los obreros eran así o asá, que tal ideología era la que dominaba a los movimientos sociales nortinos, etc., se considera como necesario el rehacer concretamente el devenir de los sucesos en la pampa y en las casas, en las calles y plazas de Iquique. Lógicamente, este planteamiento corresponde a un punto crucial de la teoría del conocimiento histórico y, además, a otra versión de la ya antigua discusión respecto a los alcances de la teoría y de la investigación empírica. De paso, pone también a los trabajadores como verdaderos protagonistas de su propia historia.

Así, cuando Devés se pregunta por los orígenes de la huelga señala, de partida, que siendo elementos fundantes y decisivos, la oposición de intereses entre obreros y capitalistas, o la normal y cotidiana acción de los sectores de izquierda de la época, no fueron causales suficientes para explicar una situación mucho más compleja y podríamos agregar humanamente dinámica. Para él, el alza del costo de la vida fue la motivación esencial de la huelga. Otro problema es cómo los trabajadores perfilaron el conflicto y cómo decidieron abordarlo obrando pacífica y casi inermemente (¿sería acaso escépticamente?). Esta es la situación que debe contrastarse con la pregunta que hacíamos anteriormente respecto a cuál de los sectores participantes llevó la iniciativa en el conflicto y tomó las decisiones que condujeron fatalmente a la masacre.

Igualmente interesante es el análisis que se hace respecto al comportamiento y responsabilidad de algunas individualidades, en particular, del Intendente Carlos Eastman. Avanzando en el análisis de los testimonios, paso a paso, pensando las palabras, observando actitudes, enfrentando imágenes, evaluando las resoluciones tomadas, yendo de las palabras dulces a la dura faz de la autoridad, el investigador se compenetra en la siempre ardua tarea de quien se ve enfrentado a la historia teniendo la responsabilidad, incluso, de la vida de los demás. En las interrogantes de Devés, ¿se concretó en Eastman la convicción de que los intereses del Fisco y de las clases poseedoras se encontraban amenazadas? Es posible, pero en definitiva lo que habría surgido y determinado el momento y la naturaleza de la orden que se transformó en tragedia fue un factor tantas veces recurrente en la historia: el pánico, la atemorización colectiva multiplicada por la espontaneidad de una masa humana que deambulaba por las calles y por el calculado artificio de los interesados en terminar pronto con la huelga en beneficio propio. El desenlace es de todos conocido. Sólo habría que agregar que en la argumentación de Devés aparece muy marcada una situación de enfrentamiento entre autoridad y trabajadores ejemplificada en el análisis de las razones de Eastman y las razones de los trabajadores. ¿Qué hay de los otros protagonistas? Su papel y su comparecimiento en las páginas de la obra aparece subyacente y debilitada. Se podría concluir que quizás para Bergquist y en mayor medida para Fernández, ellos habrían manejado parte importante de los complicados tejidos de esa historia.

Para Bergquist la masacre y la represión general que siguió a la huelga de 1907 virtualmente destruyó la organización sindical del Norte durante los cinco años siguientes y terminó con la era de las mancomunales salitreras. Muy pronto, sin embargo, instituciones similares reaparecieron en los puertos del salitre y en la pampa y se concentraron en actividades culturales, ideológicas y organizativas con una intensidad mayor a la alcanzada por las primeras mancomunales. Para Fernández, cada día, después del 21 de diciembre, a la natural desolación de las pampas salitreras debe haberse agregado el amargo recuerdo de la matanza con sus secuelas inmediatas de una prensa censurada, los dirigentes obreros perseguidos, la dignidad humana avasallada. Sin embargo, desde allí surgió a nivel nacional un nuevo movimiento de bases más profundas: una historia social de partidos, federaciones, uniones, solidaridad, aunque también de fracciones. Para Devés, en cambio, la afirmación se convierte en interrogante: ¿existe alguna herencia de los huelguistas de Tarapacá? ¿Qué puede aprenderse de su fracaso? ¿Cómo transformar su derrota en factor de nuestra victoria? Su texto entero, nos dice, es su respuesta a esa gran pregunta por el legado.

Tampoco para nosotros es el momento de sacar conclusiones definitivas acerca de la formación de una clase y de una tragedia de esa clase. Los textos que hemos reseñado son indicaciones a nuevas perspectivas de análisis y otros tantos planteamientos que también llaman a nuevas reflexiones. El mayor conocimiento de los detalles del pasado no siempre significa una inmediata mejor comprensión de éste. Estos trabajadores y estos hechos son una buena ejemplificación de ello.

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Nota

1.

 Cuadernos de Historia Nº 9. Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile. Páginas 167-174.




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