Volumen 1, N°1 Agosto de 2004

La bibliografía en Chile (1)

 

 

Autor
Villalobos R., Sergio
Filiación

Profesor de Historia de Chile en el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago.

Cita
Villalobos R., Sergio. La bibliografía en Chile. Revista de Estudios Históricos, Volumen 1, Nº1 Agosto de 2004

Desarrollo de las investigaciones bibliográficas

Los estudios bibliográficos han tenido en Chile una interesante y extensa trayectoria, alcanzando en algunos períodos una importancia extraordinaria. Si se les compara con el cultivo de otras disciplinas, aparecen desproporcionados y si, saliendo fuera del país, se les compara con los estudios similares en las otras naciones latinoamericanas, resulta para Chile una ventaja abismante. Quizás no sería aventurado afirmar que la producción bibliográfica chilena es equiparable a la de todos los otros países hermanos en conjunto y, por otra parte, es indudable que algunas bibliografías relativas a esos países, elaboradas en Chile, son las obras más importantes en la materia. Tan impresionante ha sido el esfuerzo bibliográfico, que los eruditos no han escatimado los elogios y hasta han expresado su envidia por no contar con obras similares.

Chile es el único país latinoamericano que tiene completos sus registros bibliográficos generales desde el Descubrimiento hasta el año 1981 y el único, también, que ha abordado tareas continentales.

Argentina padece en materias bibliográficas de una vergonzosa desnudez. Su bibliografía nacional general no cuenta con más trabajos que la Historia bibliográfica de la imprenta en el antiguo virreinato del Río de la Plata del chileno José Toribio Medina, el Anuario bibliográfico de la República Argentina, publicado por Alberto Navarro Viola, que con sus nueve volúmenes cubre los años 1880-1887, y el Boletín bibliográfico nacional, publicado en 1937.

En Brasil no encontramos más que el Diccionario bibliográfico brazileiro de Sacramento Blake, publicado en siete volúmenes entre 1883 y 1902.

El Perú, siempre dentro de la bibliografía nacional general, fuera de algunos aportes aislados, cuenta con la obra fundamental de José Toribio Medina La imprenta en Lima, cuyos cuatro volúmenes abarcan el periodo colonial; el mismo Medina aportó luego La imprenta de Arequipa, el Cuzco, Trujillo y otros pueblos del Perú durante las campañas de la Independencia. También debe considerarse como un aporte básico el de Gabriel René Moreno, Bibliografía peruana, que dio a las prensas en Chile en 1896 En años recientes, 1953-1957, Rubén Vargas Ugarte publicó sus Impresos peruanos, en siete volúmenes, que agregaron numerosas referencias a los trabajos de Medina.

Otro esfuerzo para adelantar en la bibliografía general peruana, ha sido el de Alberto Tauro, que desde la Biblioteca Nacional de Lima comenzó a editar el año 1945 el Anuario bibliográfico peruano, con un primer número correspondiente al año 1943, y que se ha continuado hasta años recientes.

Los ejemplos mencionados son una buena prueba de lo mucho que falta por realizar en materias bibliográficas en Latinoamérica.

Existe, sin embargo, la meritoria excepción de un país pequeño, Guatemala, que presenta catalogada su producción impresa desde el siglo XVII hasta 1940 y que, por lo tanto, en este sentido se aproxima a Chile. La época colonial fue estudiada por Medina en La imprenta en Guatemala y la época republicana por Gilberto Valenzuela, que entre los años 1933 y 1963 dio a luz los ocho volúmenes de su Bibliografía Guatemalteca, que abarca el período comprendido entre la Independencia y el año 1940.

Los comienzos de la inquietud bibliografía en Chile los encontramos hacia fines de la época colonial, cuando el abate don Juan Ignacio Molina elaboró una pequeña lista de impresos relativos al país, que acaso no tenga otro mérito que ser el hito inicial. Los primeros cuarenta años de la época republicana trascurren sin aportes significativos y sólo al pasar la mitad del siglo XIX aparecen algunas publicaciones bibliográficas de cierta importancia.

Es un fenómeno claramente demostrado que la bibliografía surgió de los estudios históricos y se desarrolló paralelamente a ellos. Por el carácter mismo de sus investigaciones, los historiadores debieron preocuparse de la búsqueda y catalogación de las obras publicadas en el pasado, que constituían materiales fundamentales para sus trabajos. Las primeras bibliografías fueron obras imprecisas y carentes de un verdadero método como lo eran también las obras históricas, pero a medida que la historiografía perfeccionó sus métodos y el estudio del pasado adquirió complejidad, la bibliografía, paralelamente, alcanzó una perfección notable.

Bastaría pensar en los aportes bibliográficos efectuados por los historiadores, para comprender el desenvolvimiento paralelo de las dos disciplinas, desde los trabajos vacilantes de los hermanos Amunátegui hasta las macizas obras de Medina y las más recientes de Silva Castro y Feliú Cruz.

El rol jugado por los historiadores, sin embargo, no debe oscurecer la importancia de las contribuciones procedentes de diversas áreas: los nombres de Ramón Briseño, Luis Montt, Nicolás Anrique y tantos otros, son más que suficientes para evitar cualquier generalización demasiado absoluta.

Con el correr del tiempo, además, las bibliografías especiales adquirieron mayor importancia y casi todas las disciplinas intelectuales, tarde o temprano, han experimentado la necesidad de contar con estudios bibliográficos específicos y muchas personas que jamás habían pensado dedicarse al cultivo de la bibliografía, circunstancialmente se han interesado por ella.

Una de las primeras bibliografías elaboradas en Chile fue el Catálogo de los libros y folletos impresos en Chile desde que se introdujo la imprenta, publicado en 1857 en el tomo I de la Revista de Ciencias y Letras y cuyos autores fueron don Miguel Luis y don Gregorio Víctor Amunátegui. Trabajo de carácter selectivo, ofrece graves deficiencias, como la omisión del lugar de impresión de las obras y del nombre de la imprenta.

Años más tarde, entre 1872 y 1874, Miguel Luis Amunátegui y Diego Barros Arana insertaron diversos estudios de carácter bibliográfico en la Revista de Santiago, algunos de ellos relativos a América. Barros Arana, además, dio a conocer a través de la misma revista los trabajos realizados por notables bibliógrafos extranjeros, como el español Andrés González de Barcia, el inglés Joseph Sabin y los norteamericanos Samuel Allibone y Henry Harrise.

La obra más destacada en esta primera época de los estudios bibliográficos es, sin lugar a dudas, la Estadística Bibliográfica de la Literatura Chilena de Ramón Briseño, cuyos dos volúmenes vieron la luz en 1862 y 1879. La obra fue encargada a Briseño por la Universidad de Chile, debido a una sugerencia de don Andrés Bello y de don Miguel Luis Amunátegui, buscando de esa manera dar un impulso a las investigaciones bibliográficas. Briseño, que a la sazón era Conservador de la Biblioteca Nacional, aceptó la tarea pese a sus muchas obligaciones y al hecho de no tener experiencia en trabajos de esta índole.

El resultado fue un extenso catálogo de los impresos chilenos, los periódicos, las obras relativas a Chile publicadas en el extranjero y las obras de escritores chilenos impresas fuera del país, todo entre 1812 y 1876. El plan era demasiado ambicioso, sobre todo si se piensa que era el primer intento de realizar una bibliografía exhaustiva, y por ello la obra resultó con muchos defectos. A pesar de la diligencia y paciencia del autor, escaparon a sus búsquedas numerosos impresos; pero la mayor deficiencia reside en el método empleado por él: las obras en lugar de ser descritas con exactitud, solamente fueron registradas por sus nombres, a veces truncos, formando columnas verticales a las que se agregan otras columnas que indican el número de volúmenes, la cantidad de páginas, el tamaño, el año, la imprenta y el lugar de impresión.

Mediante ese sistema, la identificación de los impresos se hace difícil y por esta causa la Estadística Bibliográfica ha merecido severas críticas.

Pese a las deficiencias que presentan los trabajos de esta primera época de la bibliografía chilena, ellos constituyen un impulso fundamental y han sido fuentes obligadas de consulta.

La etapa más brillante de las investigaciones bibliográficas comienza en 1886, año en que hizo su aparición el Anuario de la Prensa Chilena, publicado por la Biblioteca Nacional, y se prolonga hasta alrededor de 1915.

No se comprendería exactamente la importancia de este periodo si no se comenzase por el estudio de la obra extraordinaria de José Toribio Medina, que le valió al célebre investigador el apodo de “el mayor bibliógrafo de la Cristiandad”.

En 1888, Medina hizo un primer aporte de carácter más bien modesto, su Biblioteca Americana, que tenía un ensayo de bibliografía de Chile durante la Colonia. Esta obra ofrece la singularidad de ser el primer libro impreso por el propio Medina en su casa, que sería la característica de los libros que publicó en adelante.

En 1891 aparece la primera gran obra de carácter bibliográfico de Medina, la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile desde sus orígenes hasta febrero de 1817, que por la materia que trataba y por su método constituyó un avance enorme.

Cronológicamente, la obra cataloga desde los primeros impresos aparecidos en Chile en un rústico taller colonial y se extiende hasta el triunfo de Chacabuco, incluyendo toda clase de proclamas, hojas sueltas, simples esquelas y los primeros periódicos, comenzando por la Aurora de Chile. El método de Medina, que llevó a un punto de perfección en las obras siguientes, consiste en describir con la mayor exactitud el impreso, dando a conocer de manera rigurosa la portada y señalando toda clase de datos que pudiesen contribuir a identificarlo. Además, Medina enriqueció las referencias bibliográficas con notas, a veces muy extensas y con inclusión de documentos, destinadas a ilustrar las circunstancias que rodearon la impresión, los orígenes de la imprenta que hizo el trabajo y los antecedentes biográficos de los impresores. En algunas de sus bibliografías, Medina reprodujo facsimilarmente las portadas y en el caso de impresos raros y de corta extensión, transcribió el texto de ellos in extenso.

La Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile no era más que el comienzo de una tarea gigantesca que se había propuesto Medina y que consistía en trazar, en diversos volúmenes, la historia y la bibliografía de la imprenta en América durante la Colonia y la Independencia. En cumplimiento de ese plan, publicó en 1892 la Historia y bibliografía de la Imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, impresa a todo lujo y en gran formato en el Taller de Publicaciones del Museo de La Plata. Luego, a partir de 1904, vieron la luz pública los cuatro tomos de La Imprenta en Lima y entre ese año y 1910 aparecieron las obras relativas a Bogotá, Caracas, Cartagena de Indias, Guadalajara, Guatemala, La Habana, Mérida de Yucatán, Oaxaca, Puebla de Los Ángeles, Quito y Veracruz, para rematar esta parte de su labor con los ocho tomos de la Imprenta en México, publicados entre 1908 y 1912.

Con ese conjunto de trabajos, Medina dejó un cuadro histórico completo de la imprenta en América desde que se estableció el primer taller en el siglo XVI hasta los últimos días de la Independencia, al mismo tiempo que dejó registrados los impresos salidos de esas imprentas.

Otra magna tarea llevada a cabo por el gran bibliógrafo chileno fue la de registrar los impresos relativos a América aparecidos durante la época colonial como también las obras publicadas por americanos o por españoles que estuvieron en el Nuevo Mundo, traten o no de él. Este vasto plan quedó concretado en dos obras de Medina, la Biblioteca Hispano-chilena, cuyos tres tomos aparecieron entre 1897 y 1899, y la Biblioteca Hispano-americana, que comprende siete tomos publicados de 1898 a 1907.

Para apreciar debidamente la labor bibliográfica de Medina es necesario señalar que la mayoría de los volúmenes que comprenden sus obras pasan de las quinientas páginas y que la cantidad de impresos colacionados sube a muchos miles. Por otra parte, las obras que se han mencionado no son todas y bien pudieran agregarse todavía seis o siete títulos más relativos a América y Filipinas y una infinidad de bibliografías secundarias dispersas en las diferentes monografías que publicó como historiador.

La magnitud de las investigaciones de José Toribio Medina le convierte no sólo en el bibliógrafo más importante de Chile sino que también en el más importante de todo el continente y en uno de los más destacados del mundo entero.

Gracias a su labor, Chile pudo figurar a la vanguardia de los estudios bibliográficos americanos; en lo que respecta a la influencia interna, los trabajos de Medina han servido de ejemplo por su erudición y la perfección del método.

En la época del gran desarrollo de la bibliografía en Chile, la Biblioteca Nacional desempeñó un papel rector gracias a la diligencia de sus directores y empleados, entre quienes cabe mencionar a Luis Montt, Enrique Blanchard Chessi, Ramón A. Laval y Emilio Vaisse. Los estudios realizados por estos investigadores dieron origen a diversas tareas bibliográficas que representan el esfuerzo más importante realizado en el país para sistematizar nuestros repertorios bibliográficos e impulsar los estudios de este orden.

Además del Anuario de la Prensa Chilena, ya mencionado, que tenía por objeto catalogar los impresos aparecidos cada año, se iniciaron otras dos publicaciones periódicas. La primera fue el Boletín de la Biblioteca Nacional, comenzado a publicar en 1901 y llamado más adelante, a partir de 1912, Revista de la Biblioteca Nacional; su objeto era dar a conocer los impresos y manuscritos que por disposición legal, adquisición, donación o cualquier otro motivo, ingresaban a nuestro principal repositorio bibliográfico.

La segunda publicación, cuyo primer número apareció en enero de 1913, fue la Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera, destinada a dar a conocer los libros, folletos y artículos de revistas y periódicos de Chile y del extranjero, publicado recientemente y a acoger toda clase de estudios bibliográficos. Se publicó hasta 1918, con doce números anuales, y luego de una prolongada suspensión, en 1927 se reanudó su publicación con el título de Revista Bibliográfica chilena, hasta dejar de existir definitivamente en 1929.

Por otra parte, los investigadores de la Biblioteca Nacional contribuyeron con diversas obras bibliográficas de carácter general y especial, entre las que cabe mencionar el estudio retrospectivo de Luis Montt titulado Bibliografía Chilena y la Bibliografía General de Chile de Emilio Vaisse, aunque ambos trabajos se malograron por factores imprevisibles.

Fuera de la Biblioteca Nacional hubo otros bibliógrafos que en este mismo período hicieron aportes interesantes. Nicolás Anrique, bibliotecario de la Oficina Hidrográfica de la Armada, publicó en 1884 su Bibliografía Marítima Chilena y cinco años más tarde su Ensayo de una Bibliografía Dramática Chilena. Junto con Luis Ignacio Silva, Conservador de la Biblioteca del Instituto Nacional, publicó en 1902 el Ensayo de una Bibliografía Histórica y Geográfica de Chile. El último autor, además, entregó a las prensas, en 1910, La Novela de Chile, que da cuenta de las diversas obras literarias en prosa publicadas en el primer siglo de vida independiente.

Hacia aquellos años desarrolló también una intensa labor bibliográfica el intelectual boliviano avecindado en Chile Gabriel René-Moreno, que se dedicó a estudiar los impresos de su patria y del Perú valiéndose de su propia biblioteca y de diversas bibliotecas chilenas. Sus principales obras fueron: Biblioteca Boliviana. Catálogo de la sección libros y folletos (1879), Ensayo de una bibliografía general de los periódicos de Bolivia (1905) y Biblioteca Peruana (1896), dos volúmenes.

Junto a los autores precedentes, podrían citarse varios otros que significaron contribuciones en diversos temas, tales como la bibliografía histórica, la bibliografía, la bibliografía jurídica y la bibliografía relativa a las ciencias naturales, que constituyen una labor más dispersa y que se ordenará más adelante al tratar de la bibliografía especial.

Con posterioridad al año 1915 se experimenta un descenso en la actividad bibliográfica, como si las crisis económicas en que se vio envuelto el país, después de la primera guerra mundial, y los problemas sociales y políticos hubiesen repercutido de una manera desfavorable.

En esta última época se publican todavía los últimos trabajos de Medina, que eran el residuo dejado por sus anteriores investigaciones. Tales son, por ejemplo, las Noticias bio-bibliográficas de los jesuitas expulsos de América en 1767, el Diccionario de anónimos y seudónimos hispanoamericanos y La literatura femenina en Chile. Esta última, aparecida en 1923, no era otra cosa que un catálogo de los libros y folletos publicados por las mujeres en Chile sobre las más diversas materias.

La tradición bibliográfica chilena ha tenido dos continuadores, Raúl Silva Castro y Guillermo Feliú Cruz, que a través de diversas obras y algunas iniciativas interesantes, han impulsado los estudios de este orden.

Al primero se debe el perfeccionamiento de la bibliografía general relativa al siglo XIX mediante la publicación del Anuario de la Prensa Chilena 1877-1885 (Santiago, 1952), que llenó la laguna existente entre la Estadística bibliográfica de Briseño y la aparición del primer número del Anuario; y la publicación de las adiciones y ampliaciones a la Estadística bibliográfica de la literatura Chilena (1819-1876) de Ramón Briseño, que dio a luz en 1966. Ambos trabajos eran de gran necesidad para subsanar los vacíos y omisiones de las investigaciones del siglo pasado.

Además de esas obras, Silva Castro publicó diferentes investigaciones relativas a la literatura nacional, entre las que se encuentran El cuento chileno. Bibliografía (Santiago, 1936) y la Historia bibliográfica de la novela chilena, publicada en 1961 en colaboración con Homero Castillo.

Muy importante para las investigaciones literarias ha sido también su obra Fuentes bibliográficas para el estudio de la Literatura Chilena, incluida en los Anales de la Universidad de Chile correspondientes a 1933.

Feliú Cruz ha publicado algunos trabajos monográficos como la Bibliografía de don José Toribio Medina (Santiago, 1930), Las obras de Vicuña Mackenna (Anales de la Universidad de Chile, 1931) y En torno de Ricardo Palma, aparecido en 1933, cuyo segundo volumen contiene un “Ensayo crítico-bibliográfico” sobre el autor de las Tradiciones peruanas.

Pero la mayor contribución de Feliú Cruz se encuentra en algunas iniciativas destinadas a fomentar las investigaciones bibliográficas y a reeditar antiguas obras. Gracias a sus desvelos se creó en 1952 el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, cuyo objetivo principal ha sido reeditar las obras del bibliógrafo. Dentro de su cometido, este organismo ha hecho nuevas ediciones de la Biblioteca Hispano-americana (1958-1962), y de la Bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile (1960), de la Biblioteca Hispano-chilena (1963) y ha dado a luz el Ensayo bio-bibliográfico sobre Hernán Cortés (1952) que Medina dejara inédito a su muerte. Además, ha publicado dos obras de autores extranjeros, Bartolomé de las Casas: Bibliografía crítica, de Lewis Hanke y Manuel Giménez Fernández y Revistas hispanoamericanas. Índice bibliográfico de Sturgis E. Leavitt, publicadas en 1954 y 1960 respectivamente.

Entre 1960 y 1966 Feliú Cruz desempeñó el cargo de Director General de Bibliotecas, Archivos y Museos, logrando restablecer el papel señero de la Biblioteca Nacional en materias bibliográficas.

En un lapso de sólo seis años con la aparición de diversos volúmenes se puso al día la serie del Anuario de la prensa chilena, que ya tenía un retraso de cuarenta y ocho años y quedó regularizada la publicación de cada número anual. En esa misma época, la Biblioteca Nacional, bajo los auspicios de la Comisión Nacional de Conmemoración del Centenario de la muerte de Andrés Bello, reeditó facsimilarmente la Estadística bibliográfica de Briseño y encargó a Raúl Silva Castro las Adiciones y ampliaciones de dicha obra, que ya se mencionó.

Relatando estos trabajos, Feliú Cruz publicó una Historia de las fuentes de la bibliografía chilena (1966, 3 tomos), en que revisa todos los antecedentes destinados a ilustrar el desenvolvimiento de las investigaciones bibliográficas en el país y otras materias anexas.

Fuera de las contribuciones realizadas por los organismos oficiales ha habido muchas otras de carácter aislado que se refieren a temas especializados y cuyos autores no son propiamente bibliógrafos sino escritores, profesionales o técnicos que, como resultado de sus trabajos, han realizado circunstancialmente investigaciones bibliográficas. Algunas de estas obras se detallarán al tratar de la bibliografía especial.

Una mención aparte merece, en todo caso, José Zamudio Z., que fuera alto funcionario de la Biblioteca del Congreso, que ha realizado diversos aportes de la bibliografía histórica, siendo su obra más destacada Las Fuentes bibliográficas para el estudio de la vida y de la época de Bernardo O’Higgins, publicadas en 1946.

Por último, dentro de esta época de renacimiento de la bibliografía, deben considerarse las actividades del Centro Nacional de Información y Documentación (CENID), dependiente de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), creado en 1963 con el fin de facilitar la información bibliográfica. Gracias a las investigaciones que ha auspiciado se tienen algunos registros de las tesis aprobadas en las universidades en los años 1962 y 1963, la Guía bibliográfica del personal docente e investigadores de las Universidades Chilenas (1967), la Información bibliográfica de recursos naturales (1967) y el Catálogo Colectivo nacional de publicaciones periódicas (1968), destinado a ser complementado con entregas periódicas.

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1.

(La bibliografia en Chile) Cuadernos de Historia Nº 5. Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile. Julio de 1985, páginas 67-103

Bibliografía general

Las más antiguas indicaciones bibliográficas concernientes a Chile aparecieron en algunas bibliografías de carácter general relativas a la América colonial. La primera fue el Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental, Náutica y Geográfica de Antonio de León Pinelo, publicada en Madrid en 1629. El capítulo IX está dedicado a las “Historias del Reyno de Chile”, que no es más que una simple lista de catorce títulos, en que se incluyen obras literarias y crónicas impresas y manuscritas.

Más adelante, en 1672, la Biblioteca Hispana Nova de Nicolás Antonio significó una nueva contribución, como también la reedición del Epítome de Pinelo, considerablemente ampliado por Andrés González de Barcia y dado a las prensas en Madrid, en tres tomos, los años 1737 y 1738.

Solamente en las postrimerías de la época colonial encontramos en Chile un indicio de curiosidad bibliográfica, debido a la actividad intelectual del abate don Juan Ignacio Molina. En el Compendio de la Historia Civil del Reino de Chile, traducido al español del original italiano y publicado en Madrid en 1795, Molina incluyó al final un “Catálogo de los escritores de las cosas de Chile”, en que se anotan sesentaiséis obras entre impresas y manuscritas. En rigor no es más que una lista de autores y títulos con indicación del formato, lugar y año de edición, cuando se trata de impresos y, en el caso de algunos manuscritos, con mención de la biblioteca donde se encuentran.

Es necesario llegar a las investigaciones de José Toribio Medina, en la segunda mitad del siglo XIX, para encontrar un estudio detenido y erudito de la bibliografía general relativa a los años coloniales.

En 1891 en su Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile, Medina registró los modestos impresos dados a la estampa en el taller que existió antes de la llegada de la imprenta de la Aurora de Chile, y que en su mayor parte eran hojas sueltas. Posteriormente, Medina completó su obra con nuevos hallazgos y preparó unas Adiciones y Ampliaciones que fueron publicadas póstumamente en 1939. En total; en ambas obras fueron descritos cuarenta impresos aparecidos durante la Colonia.

El conocimiento de la bibliografía colonial se amplía con otra de las obras de Medina, la Biblioteca Hispano-chilena (Santiago, 1897-1899, 3 tomos), concebida dentro de un plan muy amplio y realizada con la ejemplar técnica bibliográfica del autor. El propósito de Medina fue consignar, según sus propias palabras, “cuantas piezas han llegado a nuestra noticia, dadas a la prensa en Europa o América, por chilenos o por españoles que desempeñaron en Chile algún papel, sea que se refieren o no a nuestra nación”. El resultado fue un total de 816 papeletas hasta el año 1810, correspondiendo la primera a la relación del viaje de Magallanes publicada por Maximiliano Transilvano, en Roma, en 1523.

La Biblioteca Hispano-chilena llegó a hacerse muy escasa por el corto número de ejemplares que se tiraron y esta circunstancia determinó al Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina a hacer una segunda edición en 1963, utilizando la técnica moderna que permite reproducir facsimilarmente las obras.

Los trabajos de Medina relativos a la imprenta en la Colonia se resumen y amplían con nuevos datos en la obra titulada Impresos Chilenos 1776-1818, publicada en gran formato y con todo lujo por la Biblioteca Nacional en 1963, con motivo de cumplirse el sesquicentenario de su existencia. El primer tomo contiene las reproducciones de los impresos y el segundo la descripción bibliográfica de ellos y algunos facsímiles de los manuscritos originales. En total contabiliza 2.787 piezas, incluyendo las que fueron dadas a la estampa en los días de la Independencia. La primera entrada corresponde al opúsculo titulado Modo de ganar el jubileo santo, impreso en 1776. Con posterioridad a 1810 la bibliografía general de Chile aparece estudiada por diversos tipos de obras, algunas de las cuales ya se mencionaron.

El catálogo de los libros y folletos impresos en Chile desde que se introdujo la imprenta, publicado por los hermanos Amunátegui en 1857 en la Revista de Ciencias y Letras aportó 830 títulos sin incluir “aquellas publicaciones que tenían un interés de circunstancias ni que versaban sobre asuntos privados, como informes en derecho, etc.”.

Una importancia mucho mayor tuvo la publicación de la Estadística Bibliográfica de la Literatura Chilena de Ramón Briseño (Santiago, 1862-1879, 2 volúmenes), elaborada sobre un concepto más amplio de la investigación bibliográfica. En ella se procuró no omitir ningún impreso, por insignificante que fuese, dando así al término “literatura” su sentido más lato.

El primer tomo de la obra abarca los años 1812-1859 y el segundo 1860-1876. El primer tomo se divide en las siguientes secciones: Catálogo de Impresos chilenos, incluyendo hojas sueltas, folletos, libros y periódicos. Índice cronológico de la sección precedente, ordenado por año. Lista de las publicaciones periódicas. Catálogo de las obras y documentos que directa o indirectamente tratan de Chile, publicados en el extranjero o que permanecen manuscritos. Catálogo de los escritores chilenos cuyas obras han sido publicadas en el extranjero o permanecen inéditas. Índice de los autores citados en las dos secciones anteriores. Apéndice a la primera sección.

En el segundo tomo, el autor conservó, en general, el mismo plan, introduciendo algunas secciones destinadas a rectificar o ampliar diversos aspectos del tomo I y agregó una sección de “Curiosidades bibliográfico-chilenas”. En ella dio cuenta de las obras inscritas en el registro de la propiedad literaria entre 1864 y 1876, incluyó un índice de los Anales de la Universidad de Chile desde sus orígenes en 1843 hasta 1876, otro sobre la serie de los Documentos parlamentarios, etc.

En los dos tomos de la obra la parte más extensa y sustancial es el catálogo de los impresos chilenos, que proporciona los detalles de los impresos, aunque con todos los defectos de la técnica de Briseño, según se explicó anteriormente.

El trabajo que demandó a su autor la Estadística Bibliográfica fue enorme por la carencia casi absoluta de investigaciones anteriores. El mismo lo ha recordado en el prólogo del tomo 1: “Me instalé día a día, por espacio de seis meses en la Biblioteca Nacional, registré de punta a cabo, como suele decirse, todos los impresos chilenos que allí existen, encuadernados y sin encuadernar, y tomé prolija nota de cada uno de ellos respecto a todas las circunstancias de detalle que se me pedían. Luego practiqué la misma operación en mi biblioteca, que no deja de abundar en publicaciones nacionales de toda especie, y sucesivamente en la de varias personas dedicadas a coleccionar periódicos y otros impresos, así como en uno que otro de los mal cuidados y peor conservados archivos de las imprentas de esta capital, a que pude penetrar directamente o por medio de mis comisionados. No contento con esto, y sospechando que ni la Biblioteca Nacional ni los demás depósitos de papeles de Santiago hasta entonces recorridos, contuviesen, como sucede, todas la publicaciones hechas en el país en diversos lugares y tiempos, solicité y obtuve del señor Rector de la Universidad que se dignase dirigir una circular a los señores intendentes de aquellas provincias en que hay o ha habido imprentas, encareciéndoles la utilidad que el país reportaría de que saliera completo y exacto el catálogo que se estaba formando de las publicaciones chilenas, y recomendándoles la necesidad que había de que interpusiesen su autoridad para con los dueños o administradores de dichas imprentas a fin de que las personas que yo comisionase no sólo no tropezaran con obstáculos de ningún género, sino antes bien contaran con las mayores facilidades... Hice más todavía: para averiguar los nombres de los autores de una gran cantidad de publicaciones anónimas, me ha sido indispensable interrogar, entre autores, colaboradores y editores, a más de cincuenta personas, ancianos y jóvenes, conocedores de la materia”.

Entre las personas que más decididamente ayudaron a Briseño figuran don Andrés Bello, don Miguel Amunátegui, don Diego Barros Arana y don Francisco Bascuñán Guerrero. Los tres primeros fueron quienes promovieron en la Universidad de Chile la idea de encargar a Briseño esta gigantesca tarea.

En lo concerniente a la época de la Independencia, la Estadística bibliográfica de Briseño quedó luego superada por la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile de Medina y las correspondientes adiciones y ampliaciones, como también por la Biblioteca Hispanochilena, pues al autor incluyó los impresos relativos a la emancipación porque en su concepto la época colonial terminaba recién con el triunfo de Chacabuco.

La bibliografía de la Independencia cuenta, además, con otra investigación de largo aliento, la Bibliografía chilena, precedida de un bosquejo histórico sobre los primeros años de la prensa en el país elaborada por Luis Montt en los años en que fue Director de la Biblioteca Nacional. Esta obra, sin embargo, tropezó desde un comienzo con la fatalidad, como relata Ramón A. Laval en su Bibliografía de bibliografías: “el señor Montt alcanzó a dar a luz, por la Imprenta Barcelona, 264 págs. del tomo I, en las cuales se catalogan 14 piezas impresas en Santiago entre 1780 y 1807, y cuyas descripciones están exornadas de eruditísimas y muy curiosas notas y documentos, la mayor parte inéditos, llenos de interés para el estudio de la historia patria. Terminado el tomo II, continuó con el III, y en él trabajaba cuando lo sorprendió la muerte (25 de noviembre de 1909). Alcanzó a dejar impresas (Imprenta Universitaria de Santiago) 160 págs. de este volumen, con la descripción de 57 piezas con sus correspondientes notas. Los pliegos impresos del tomo I que debían rehacerse según las intenciones del señor Montt, fueron vendidos por la imprenta como papel inútil, y los del III se quemaron en el incendio que destruyó la Imprenta Universitaria en 1909. De unos y otros no sé que exista otro ejemplar que el que me ha servido para hacer esta nota”.

Los pliegos salvados por Laval sirvieron para hacer una nueva edición de los tomos I y III en 1918 y 1921 respectivamente, aunque, al parecer, quedaron incompletos. En total la obra de Montt consta de 163 entradas que cubren el periodo comprendido entre 1780 y 1818; en cuanto a método, difiere poco del utilizado por Medina.

Con posterioridad al período de la Independencia y hasta 1876, la Estadística bibliográfica de Briseño continuó por largos años como la única fuente de información.

Debido a esta circunstancia y a la escasez de los ejemplares disponibles, en 1965 la Comisión Nacional de Conmemoración del Centenario de la muerte de Andrés Bello publicó una reedición facsimilar y esta iniciativa fue complementada por la decisión de la Biblioteca Nacional de adicionar la obra con un estudio especial.

El encargado de la tarea fue Raúl Silva Castro, cuyas Adiciones y ampliaciones a la Estadística bibliográfica de la literatura chilena (1819-1876) de Ramón Briseño fueron impresas en 1966. El plan de este investigador consistió en complementar la obra sólo a partir de 1819, por considerar que el período anterior, 1812-1818, ya estaba adicionado con los Impresos Chilenos publicados pocos años antes por la misma Biblioteca Nacional. En cuanto a los impresos que debían registrarse, Silva Castro observó el criterio de considerar solamente los omitidos por Briseño, salvo en el caso de aquellos que fuese difícil reconocer a través de la descripción de la Estadística Bibliográfica.

Volviendo a tomar la línea cronológica de las épocas comprendidas en las bibliografías generales, después del aporte de la obra de Briseño el siguiente hito está marcado por el año de 1886, en que apareció el primer número del Anuario de la Prensa Chilena editado por la Biblioteca Nacional. Sin embargo, antes de entrar a considerar esta colección, es necesario detenerse en el período 1877-1885, que media entre la investigación de Briseño y el Anuario.

El Director de la Biblioteca Nacional, don Luis Montt, al disponer la preparación del Anuario comisionó a David Toro Melo, funcionario de aquella repartición, para que confeccionase la bibliografía respectiva. Toro Melo reunió 2.448 títulos, tropezando en su trabajo, igual que Briseño, con el incumplimiento de la ley de imprenta, que obligaba entonces a depositar en la Biblioteca Nacional dos ejemplares de cada impreso. El año 1894 la impresión del trabajo de Toro Melo estaba ya concluida cuando un incendio arrasó la imprenta donde se encontraba, salvándose solamente dos ejemplares que hasta el día de hoy se conservan en el Museo Bibliográfico de la Biblioteca Nacional.

Muchos años más tarde don Raúl Silva Castro, a la sazón Jefe de la Sección Chilena de la Biblioteca Nacional, emprendió la tarea de completar la investigación de Toro Melo y en 1952 publicó a expensas de aquel organismo el Anuario de la Prensa Chilena 1877-1885, que da cuenta de libros, folletos, y hojas sueltas, dejando de lado la prensa periódica.

Silva Castro aumentó en 1.722 la cantidad de impresos registrados, llegando el total a 4.170. Además, empleó un método muy superior al de su antecesor, como se deduce de sus propias palabras: “Se limitó éste a describir las piezas sin decir nada de su contenido; y yo por mi parte me he esmerado en decir cuanto es preciso para que la consulta posterior de la pieza, si es necesaria, sea fructuosa en todo sentido. He descifrado anónimos y seudónimos; he discutido atribuciones; he señalado referencias cruzadas cuando se trata de piezas sobre un mismo asunto, réplicas, etc.”.

En esa forma fue llevada a feliz término la tarea de cubrir el periodo 1877-1885.

El Anuario de la Prensa Chilena, comenzado a publicar en 1886, significó un gran avance en la sistematización de la bibliografía general de Chile. Con un ligero retraso de dos o tres años, aparecieron hasta 1912 los números correspondientes a cada año, ofreciendo pocas variantes en su plan general. Los números correspondientes a esos primeros 27 años, que bien pudieran llamarse la primera época del Anuario, contaban fundamentalmente de tres secciones: Libros, folletos y hojas sueltas; Periódicos y revistas; y Registro de la propiedad literaria. Los números que corren entre 1891 y 1902 tuvieron una sección especial titulada “Publicaciones de autores chilenos o relativas a Chile impresas en el extranjero”; los números que van de 1892 a 1902 dieron cuenta a través de otra sección de la aparición de impresos que se habían omitido en los números anteriores; entre 1896 y 1900 hubo una sección especial para las composiciones musicales impresas en Chile y de autores chilenos publicadas en el extranjero. El número de 1891 trae una sección destinada a la prensa clandestina que surgió durante la guerra civil de aquel año.

El primer Anuario registró 514 piezas entre libros, folletos y hojas sueltas y 173 publicaciones periódicas; el de 1912 anotó 1.147 de los primeros y 496 publicaciones periódicas.

Los principales funcionarios de la Biblioteca Nacional que prepararon los Anuario fueron don José Manuel Frontaura Arana, don Ramón A. Laval y don Enrique Blanchard-Chessi; pero el alma de esta publicación fue don Luis Montt.

La importancia de esta empresa queda de manifiesto en una carta dirigida a don José Toribio Medina por el Director de la Biblioteca Nacional de Madrid, don Francisco Rodríguez Marín: “No hay nada comparable en esa América por lo que hace a información bibliográfica, como el Anuario de la Prensa Chilena que edita la venerable Biblioteca Nacional de su patria, y que es orgullo de ese continente y envidia nuestra por tan acabada publicación. Ni siquiera países europeos de seria y afamada tradición bibliográfica cuentan con un libro tan respetable”.

Después de 1913 la publicación del Anuario se hizo completamente irregular. Sólo en 1924 se dieron a la estampa los correspondientes a 1914 y 1915 y en 1927 apareció el de 1916. Este último número elaborado por Guillermo Feliú Cruz, a la sazón jefe de la Sección Chilena de la Biblioteca Nacional.

En 1962 el señor Feliú Cruz inicia como Director de la Biblioteca Nacional una nueva etapa en la publicación del Anuario contando con la colaboración de la empleada de aquel servicio señora Elvira Zolezzi y de otros miembros del personal. Aquel año aparecieron en un solo número los Anuario correspondientes a los años que van de 1917 a 1921 y luego, en rápida sucesión de volúmenes se logró poner al día la publicación hasta el año 1961. El Anuario de 1962 se imprime ya en un solo volumen y desde entonces hasta llegar al número correspondiente a 1975, se logró mantener una perfecta regularidad en la aparición de la serie.

En esta última etapa el Anuario conservó las secciones primitivas con ligeras modificaciones en el ordenamiento, también se consignaron adiciones a los números anteriores desde 1877 y se comenzaron a registrar de manera provisoria los impresos de carácter oficial.

De esta manera, a pesar de la escasez de los medios económicos, que obligó a imprimir el Anuario en pobres condiciones tipográficas, se logró poner al día la publicación.

El año 1976 la Biblioteca Nacional introdujo un cambio, se reemplazó el título de Anuario por el de Bibliografía chilena, abarcando en cada volumen las publicaciones de varios años. Hasta el momento se incluyen las obras aparecidas entre 1976 y 1981.

Dentro de esta parte de la bibliografía debe mencionarse también la Bibliografía General de Chile, de Emilio Vaisse, concebida por el distinguido humanista mientras desempeñaba el cargo de jefe de la Sección de Informaciones de la Biblioteca Nacional. El trabajo de aquella sección demostró a Vaisse la necesidad de contar con un amplio catálogo bibliográfico para responder a las consultas que efectuaban los lectores, compuesto de cinco partes: un “Diccionario” de autores chilenos y extranjeros que hubiesen escrito sobre Chile, desde la época colonial, otro “Diccionario” de impresos y artículos anónimos, una “Bibliografía” del periodismo y diarismo chileno, una “Topo-bibliografía” o bibliografía ordenada por conceptos geográficos y finalmente, una “Bibliografía sistemática” dispuesta por materias. 

Vaisse puso manos a la obra con notable entusiasmo y comenzó a publicar en la Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera la primera parte de su trabajo. Concluida la aparición de los nombres comprendidos entre Abalos y Barros Arana, se hizo una tirada aparte, en 1915, con el siguiente título, Bibliografía General de Chile. Primera parte. Diccionario de autores y obras.

El plan de la obra consistía en registrar los autores, proporcionar algunos brevísimos datos bibliográficos, dar indicaciones biobibliográficas sobre cada uno de ellos y anotar enseguida los libros, folletos o artículos que hubiese publicado.

Tan interesante investigación no pudo prosperar, desgraciadamente, y después de la aparición del tomo I y de unos cuantos pliegos del II, quedó detenida.

Dentro del panorama de la bibliografía general merece una digresión especial la prensa periódica, pese a que en parte su catalogación está considerada en algunas de las obras que ya se han mencionado.

El primer intento para sistematizar el registro de las publicaciones periódicas chilenas se debe a Juan Bautista Alberdi, que en su trabajo Legislación de la Prensa en Chile, publicado en Valparaíso en 1846, incluyó una “Lista alfabética de los periódicos publicados en Chile, desde el principio de la revolución, hasta el día”. En ella simplemente anotaba el nombre de 207 periódicos, sin allegar ningún otro antecedente.

Un avance considerable significó la aparición, en 1862 y en 1869, de los dos tomos de la Estadística bibliográfica de Ramón Briseño, que no sólo abarcaba un lapso mayor, sino que también proporcionaba algunos datos fundamentales sobre cada publicación periódica, a saber: cantidad de números aparecidos, cantidad de páginas, tamaño, imprenta, año y lugar de impresión. Era el mismo método empleado por Briseño para catalogar los libros y folletos, con los mismos inconvenientes de aquél.

La recopilación de los periódicos, muchos de ellos de circunstancia o de guerrilla, impuso duros trabajos a Briseño, como él mismo lo señalaba en el prólogo de su obra: “de algunos de ellos, en particular de los que duraron poco tiempo o que apenas nacieron para morir en seguida, nada se ha podido averiguar, sea porque sus autores o editores han fallecido ya, sea porque las pocas personas que aún existen y que podían suministrar alguna luz, están enteramente trastornadas; ni siquiera se acuerdan de que tales o cuales periódicos se hubieran publicado en Chile; y a fe que tienen razón. ¿Cómo acordarse de publicaciones que se hicieron con el mayor sigilo, y que, por circunstancias especiales, sólo tuvieron una existencia efímera?”.

El mismo Briseño hizo otra contribución, en 1886, en los Anales de la Universidad de Chile, donde publicó el Cuadro sinóptico periodístico completo de los diarios y periódicos de Chile, que era un registro de la prensa periódica del período 1812-1884 conservada en la Biblioteca Nacional. Mayor significado tiene la aparición de la Bibliografía de las principales revistas y periódicos de Chile, publicada por Nicolás Anrique Reyes en 1904, en que el autor dio cuenta de los principales artículos dados a luz en treintaicinco publicaciones periódicas.

Años más tarde, en 1912, al cumplirse el centenario de la aparición de la Aurora de Chile, Enrique Blanchard-Chessi preparó el Catálogo de la Exposición Retrospectiva de la Prensa Chilena, donde hizo el inventario de periódicos y revistas.

Desde 1886 y hasta 1915, el Anuario de la Prensa Chilena llevó el catálogo de las publicaciones periódicas a través de su sección “Diarios, periódicos y revistas”. A partir de 1916 y hasta 1928, con excepción del año 1922, la Biblioteca Nacional editó la Lista de publicaciones periódicas chilenas, que en 1929 pasó a llamarse Revistas, diarios y periódicos chilenos y en 1930 Anuario de las publicaciones periódicas chilenas.

Entre los años 1931 y 1938 apareció el catálogo titulado Publicaciones periódicas chilenas, editado siempre por la Biblioteca Nacional. Desde 1939 y hasta 1951 hay una laguna; pero en 1952 reaparece el Anuario de publicaciones periódicas chilenas que sigue apareciendo hasta 1962.

Descripciones muy detalladas sobre los periódicos de la Independencia se encuentran en la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile de José Toribio Medina y en la Bibliografía chilena de Luis Montt, a los que se deben agregar los estudios bibliográficos tomados de las anteriores obras o elaborados por Guillermo Feliú Cruz, que preceden a algunos de los tomos de la Colección de antiguos periódicos chilenos que edita la Biblioteca Nacional.

Rómulo Ahumada Maturana, funcionario de la Biblioteca Nacional, insertó en los tomos V y VI de la Revista de Artes y Letras una “Revista de revistas” que comprende veintiséis títulos hasta 1882. En épocas muy posteriores Roberto Vilches publicó Las revistas literarias chilenas del siglo XIX en la Revista chilena de historia y geografía (1941 y 1942) incluyendo interesantes noticias sobre los colaboradores y las circunstancias que rodearon la publicación de cada revista.

En los últimos años el Centro Nacional de Información y Documentación ha procurado sistematizar el catálogo de las publicaciones periódicas chilenas y extranjeras que existen en las bibliotecas del país, editando al efecto el Catálogo colectivo nacional de publicaciones periódicas, cuya primera contribución data de 1968.

También es de interés señalar los catálogos que se han publicado de los Anales de la Universidad de Chile, por el interés general que ofrece esta serie, la más antigua de Latinoamérica sobre materias científicas y literarias. El primero fue publicado por Ramón Briseño en 1856 con el título de Índice general de los Anales de la Universidad de Chile, comprensivo de los trece primeros años, desde 1843 hasta 1855; el segundo fue publicado por Eduardo Valenzuela Guzmán en 1890 bajo el título de Apéndice a los Anales de la Universidad. Índice alfabético y analítico de los trabajos publicados. 1843-1887. Por último, en 1954, la Biblioteca Central de la Universidad de Chile entregó un Índice general para el periodo 1843-1950, ordenado según el nombre de los autores.

No podría concluirse esta relación de la bibliografía general de Chile sin mencionar, finalmente, tres estudios fundamentales para conocer los trabajos bibliográficos del país. El primero es la Bibliografía de Bibliografías chilenas, debida a don Ramón A. Laval, que fue incluida en el tomo I de la Bibliografía general de Chile de Vaisse; el segundo es el Suplemento y adiciones a la Bibliografía de bibliografías chilenas que publicó don Ramón A. Laval de Herminia Elgueta de Ochsenius, que se imprimió por cuenta de la Biblioteca Nacional en 1930.

La tercera obra es la extensa y erudita investigación publicada por Guillermo Feliú Cruz, en cuatro tomos, que tituló Historia de las fuentes de la bibliografía chilena y que fue editada por la Biblioteca Nacional entre 1966 y 1968.

La obra abarca desde los orígenes de la actividad bibliográfica hasta años más o menos recientes y es una guía segura para quien desea conocer en detalle el desenvolvimiento de la disciplina.

Bibliografía especial

El cultivo de las diferentes disciplinas intelectuales en el país ha originado numerosos trabajos bibliográficos que obedecen al propósito de organizar y orientar los estudios y las investigaciones específicas. Como una relación detallada de esas bibliografías resultaría demasiado extensa y engorrosa, es necesario limitarse sólo a las más destacadas. Este será el criterio general, por los demás, en lo que resta de este trabajo.

En el orden de las ciencias antropológicas se debe a José Toribio Medina un primer aporte fundamental, la Bibliografía de la Lengua Araucana incluida en su libro Nueve sermones en lengua de Chile, por el P. Luis de Valdivia, impreso en 1897.

Dentro de un carácter más general, deben considerarse dos trabajos del naturalista Carlos E. Porter, la Bibliografía Chilena de Antropología y Etnología (Buenos Aires, 1910) y la Bibliografía de Ciencias Antropológicas (Santiago, 1912). Ambos trabajos tienen un complemento en los estudios que publicó Ricardo E. Latcham entre 1910 y 1915 en la Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera con el título de Bibliografía Chilena de ciencias antropológicas y Bibliografía chilena de antropología y etnología.

En años más recientes Julio C. Montané M. ha publicado una Bibliografía selectiva de antropología chilena patrocinada por el Museo de La Serena (La Serena, 1965), que, dentro de un panorama general, da noticia de las obras de mayor relieve.

La isla de Pascua, que por su exotismo e interés arqueológico ha motivado tantos escritos de viajeros e investigadores, ha sido objeto de un estudio especial, la Bibliografía de la isla de Pascua, dada a la publicidad en Santiago por el antropólogo austriaco Martín Gusinde.

Las investigaciones folklóricas cuentan con una fuente segura de información en la Guía Bibliográfica para el estudio del folklore chileno de Eugenio Pereira Salas, publicada en el número 4 del Archivo del Folklore Chileno (1952).

El cultivo de la historia, que tanta importancia ha tenido en el país, ha originado algunas investigaciones de carácter general y otras más especificas. Entre las primeras deben figurar la Biblioteca Hispano-chilena de José Toribio Medina y la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile con sus correspondientes Adiciones y Ampliaciones, de todas las cuales ya se hizo mención con anterioridad. Dentro del mismo concepto debe recordarse la Bibliografía chilena de Luis Montt, advirtiendo que todas estas obras tienen el doble carácter de bibliografías históricas y generales a la vez.

Propiamente histórica es la primera parte del Ensayo de una Bibliografía histórica y geográfica de Chile de Nicolás Anrique R. y L. Ignacio Silva (Santiago, 1902), que por encargo de la Universidad de Chile trabajaron ambos autores para ser presentados al Congreso Internacional de Ciencias Históricas y Geográficas de Roma de 1902. La investigación fue elaborada en sólo sesentaiséis días, por la premura del tiempo, arrojando un total de 996 obras históricas publicadas en Chile y en el extranjero. Los autores se contrajeron a catalogar únicamente las piezas de mayor importancia, sin ánimo de agotar el tema, para proporcionar sólo una guía inicial a los estudiosos.

En cuanto a la bibliografía sobre temas monográficos, tenemos en primer lugar, dentro del orden cronológico de los sucesos, la que dedicara José Toribio Medina a la expedición de Magallanes en su monumental obra El Descubrimiento del Océano Pacífico (Santiago, 1913-1920, 3 vols.). En ella aparecen registrados 199 títulos, que en manera alguna constituían todos los publicados hasta entonces, pero que, según opinión de Medina, eran los que revestían verdadera importancia.

Mayor significado para Chile tienen las Anotaciones Bibliográficas sobre Pedro de Valdivia de Víctor M. Chiappa editadas en 1930 que incluían impresos desde 1549 hasta el año anterior al de la publicación. Debidamente adicionadas hasta 1954, fueron incluidas en la edición de las Cartas de Pedro de Valdivia de J. T. Medina, que en 1953 lanzara el Fondo Histórico y Bibliográfico que lleva el nombre del famoso erudito. La importancia de esta bibliografía reside en que las 374 obras colacionadas no sólo se refieren a la vida del capitán extremeño, sino que comprende, en un sentido más general, gran parte de la época de la conquista del país.

Sobre la época de la Independencia existe un trabajo especializado de José Toribio Medina, el Ensayo de una bibliografía de las obras de don José Miguel Carrera, incluido en el tomo IV de la Revista del Museo de la Plata (1892), que comprende tanto las publicaciones del caudillo como las obras que se refieren a él, aunque en forma muy incompleta. Fue reeditado en la Revista chilena de historia y geografía el año 1921, en el número 44 destinado a honrar la memoria del prócer, con unas adiciones debidas a Ramón A. Laval.

En lo referente a la Independencia, tienen un papel más destacado las Fuentes bibliográficas para el estudio de la vida y de la época de Bernardo O’Higgins, que en 1946 publicó José Zamudio Z. bajo los auspicios de la Biblioteca del Congreso. El propósito de Zamudio fue realizar una obra de carácter exhaustivo, en el sentido en que puede serlo una investigación bibliográfica, agotando la búsqueda de libros, folletos y hojas sueltas publicadas en Chile y en el extranjero e incluyendo también los artículos de revistas y periódicos nacionales y los de algunas revistas científicas foráneas. Mediante la compulsa de esos materiales las entradas llegan a 902.

La Guerra Civil de 1891, que originara tantos escritos de circunstancia y polémica, ha sido estudiada por Aníbal Echeverría y Reyes en el Ensayo bibliográfico sobre la Revolución de 1891 (Santiago, 1894).

Otros temas históricos de carácter específico también han llamado la atención de los bibliógrafos. Los escritos de los viajeros que han visitado Chile han sido descritos por Guillermo Feliú Cruz en sus Notas para una bibliografía sobre viajeros relativos a Chile, incluidas en Viajes relativos a Chile de José Toribio Medina (Santiago, 1962, 2 vols.).

La historia de la medicina tiene un registro en el trabajo de Ximena Abalos del Pedregal, Bibliografía para el estudio de la historia de la medicina en Chile, impreso en 1961.

La necesidad de facilitar la consulta de las fuentes históricas contenidas en diversas colecciones documentales publicadas por los historiadores, ha dado lugar a la formación de catálogos para cada una de ellas. La más antigua de esas series documentales, la Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, comenzada a publicar en 1861, cuenta con un breve Índice Bibliográfico debido a Víctor M. Chiappa, que cataloga las crónicas y documentos contenidos en los cuarentaicinco tomos publicados hasta 1931.

La Colección de documentos inéditos para la Historia de Chile dispone para los treinta primeros tomos que alcanzó a publicar José Toribio Medina entre 1888 y 1902, de un Índice General elaborado también por Víctor M. Chiappa y que con el carácter de Tomo Preliminar forma parte de los siete volúmenes del Catálogo Breve de la Biblioteca Americana que obsequia a la Nacional de Santiago J. T. Medina (Santiago, 1930).

Los documentos contenidos en la tercera gran serie, la Colección de historiadores y de documentos relativos a la Independencia de Chile, han sido catalogados por Sergio Villalobos R. en un Índice publicado en 1956, que comprende los treintaisiete primeros volúmenes.

Las revistas especializadas en historia, que cuentan en sus páginas con infinidad de artículos sobre los más variados temas del pasado chileno y americano, también disponen de catálogos. La Revista chilena de historia y geografía, que se publica ininterrumpidamente desde 1911, cuenta con el índice de los cien primeros números (Santiago, 1943), elaborado por René Feliú Cruz, y el Índice de los números 101 al 125, preparado por Francisco Santana (Santiago, 1963). El material contenido en el Boletín de la Academia Chilena de la Historia ha sido registrado en el Índice de los veinte primeros años 1933-1953, publicado en 1955 sin nombre de autor, aunque fue recopilado por Raúl Silva Castro.

Finalmente, en lo que atañe a la bibliografía histórica, la revista Historia que publica el Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile ha realizado un esfuerzo para reseñar anualmente las obras y artículos que ven la luz en el país, las que se publican en el extranjero sobre temas de la Historia de Chile y las que publican los chilenos en el extranjero sobre cualquier materia histórica.

La historia económica cuenta sólo con aportes parciales, como es el registro incluido por Sergio Villalobos R. en su trabajo La historiografía económica en Chile; sus comienzos, aparecido en el número 10 de la revista Historia (Santiago, 1971). El mismo autor publicó la Bibliografía sobre Gay y la agricultura chilena hasta 1865 en la reedición de la Agricultura de Claudio Gay efectuada por ICIRA, Instituto de Capacitación e Investigación de la Reforma Agraria (Santiago, 1973).

Los estudios de orden sociológico cuentan con el catálogo de Antonio Ruiz Urbina, Alejandro Donoso y Luis Donoso Varela, Estratificación y movilidad sociales en Chile. Fuentes bibliográficas, editado en Río de Janeiro en 1961, por el Centro Latinoamericano de Investigaciones en Ciencias Sociales.

La producción literaria, igual que la histórica, ha sido estudiada en diversas bibliografías de carácter general y especial. Entre las primeras figuras la bibliografía incluida por José Toribio Medina al final del tomo III de su Historia de la literatura colonial de Chile (Santiago, 1877, 3 volúmenes), que no llena completamente los requerimientos de la investigación bibliográfica. De un carácter diferente es la obra titulada Fuentes bibliográficas para el estudio de la Literatura Chilena de Raúl Silva Castro, publicada en 1933 en los Anales de la Universidad de Chile con el fin de servir de guía en las investigaciones literarias. Este mismo autor publicó dos años más tarde, en colaboración con Arturo Torres-Rioseco, un Ensayo de bibliografía de la Literatura Chilena (Prensas de la Universidad de Harvard, 1935), cuyo propósito era, simplemente, orientar los estudios respectivos en los medios universitarios de los Estados Unidos.

Las obras de carácter específico son más abundantes. El género de la novela ha sido estudiado por Luis Ignacio Silva A. en La novela en Chile (Santiago, 1910), donde anota 489 títulos. Muchos años más tarde, en 1961, Homero Castillo y Raúl Silva Castro dieron un nuevo paso en esta materia con la publicación de la Historia bibliográfica de la novela chilena y al año siguiente, Cedomil Goic dio a conocer en el tomo XIV del Boletín de Filología de la Universidad de Chile, su Bibliografía de la novela chilena del siglo XIX.

La catalogación de los cuentos por autores fue realizada por Raúl Silva Castro, en 1936 en su obra El cuento chileno. Bibliografía.

En lo que respecta al teatro, se han impreso diversas bibliografías. La primera fue elaborada por Nicolás Anrique y publicada con el título de Ensayo de una bibliografía dramática chilena en los Anales de la Universidad de Chile correspondientes a 1899 y 1900. Más reciente y, en consecuencia, más completo, es el Repertorio del teatro chileno. Bibliografía, obras inéditas y estrenadas de Julio Durán Cerda, publicado en 1962 por el Instituto de Literatura Chilena de la Universidad de Chile.

Siempre dentro de la literatura, pero sin atender ya a los géneros mencionados, deben señalarse dos trabajos elaborados en parte en Chile y en parte en los Estados Unidos. El primero es el de Sturgiss E. Loavitt Literature. A bibliography of Literary Criticiam, Biography and Literature Controversy, aparecido en 1922 en la Hispanic American Historical Review: y el segundo es el de Homero Castillo, La literatura chilena en los Estados Unidos de América. Ensayo bibliográfico, incluido el año 1959 en los Anales de la Universidad de Chile. Este último anota tanto las traducciones y publicaciones antológicas, como los estudios alrededor de la literatura nacional.

Un carácter muy específico tiene la Bibliografía literaria de la revista Hoy (1931-1943), elaborada por Justo Alarcón y María Iciar de Sasía, aunque su nombre no aparece en la portada, y fue publicada por la Biblioteca Nacional en el año 1970.

La antigua tradición de estudios filológicos en el país, que cuenta con nombres tan destacados como los de Rodolfo Lenz y Federico Hanssen, ha dado origen a un recuento bibliográfico, la Filología chilena. Guía bibliográfica y crítica, dada a las prensas en 1944 por Guillermo Rojas Carrasco.

En materias de Derecho existen trabajos de tipo monográfico desde fines del siglo pasado. Uno de los primeros es la Bibliografía de los códigos chilenos, publicada en 1890 por Aníbal Echeverría y Reyes, a la sazón Juez de Letras de Talcahuano. Este mismo autor publicó el año siguiente un trabajo más amplio y general, el Ensayo de una biblioteca chilena de legislación y jurisprudencia, elaborado por él para corresponder a su designación como miembro de la Real Academia Española de Jurisprudencia y Legislación.

En 1914 la Revista de bibliografía chilena y extranjera acogió en sus páginas dos artículos bibliográficos titulados Bibliografía jurídica Chilena, 1810-1913, debidos a Ricardo Dávila Silva y Aníbal Echeverría y Reyes.

Como panoramas generales destinados a servir de guías en una materia tan compleja como es el Derecho, se publicaron en los Estados Unidos, con el apoyo de los círculos oficiales, dos trabajos de carácter bibliográfico. Cronológicamente, el primero fue el de Edwin M. Borchard, Guide to the Law and Legal Literature of Argentina, Brazil and Chile, publicado en Washington en 1917. El segundo, que trata de Chile en especial, es el de Helen L. Claggett, A guide to the Law and Legal Literature of Chile y sirve de complemento al anterior para el periodo 1917-1946. Apareció en Washington en 1947.

En relación con el derecho constitucional, existe un pequeño estudio de Mario Bernaschina, Fuentes para el estudio de la Constitución Política promulgada el 18 de septiembre de 1925, que se publicó en 1943.

Mucho más amplio, en el mismo aspecto, es el trabajo publicado en 1967 por Mario Correa Saavedra con el título de Bibliografía del derecho constitucional; pese a la limitación que se impuso su autor al coleccionar solamente las obras existentes en la Biblioteca del Congreso y en la Biblioteca de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile.

El Derecho del Trabajo, que ha llegado a ser tan abundante y complejo en Chile, cuenta con el Índice bibliográfico de Derecho del Trabajo (Santiago, 1966), de que es autora Jacqueline Minard Huet.

En otro campo del saber, el relacionado con la enseñanza, se publicó en 1902 la Bibliografía pedagógica chilena, recopilada por el profesor Manuel Antonio Ponce para ser presentada al Congreso General de Enseñanza Pública. Este mismo autor publicó tres años más tarde una Reseña histórica de la enseñanza de la lectura en Chile que, sin ser exactamente una bibliografía, pasa revista a las innumerables cartillas y silabarios utilizados en el país hasta 1904.

Las obras relativas a las ciencias naturales han sido registradas por diferentes autores, según la especialidad. Una primera contribución se debe a Federico T. Delfín, médico de la Armada, que en su Catálogo de los peces de Chile, publicado en la Revista Chilena de Historia Natural, números de 1899 y 1900, incluyó una bibliografía sobre el tema. Algunos años más tarde, el Dr. Carlos Reiche incluyó una bibliografía de la flora chilena en su obra Grundzüge der Pflanzenverbreitung in Chile, impreso en Leipzig en 1907.

Hacia la misma época, el profesor Carlos Porter publicó diversos estudios bibliográficos sobre los trabajos de algunos científicos chilenos y sobre entomología y ornitología, en el Boletín del Museo Nacional y en la Revista Chilena de Historia natural, siendo su mayor aporte el Ensayo de una bibliografía chilena de historia natural, aparecido en la última revista el año 1900.

En época muy posterior, 1929, Porter dio a la publicidad su Reseña histórica y bibliográfica razonada de las ciencias naturales en Chile, que como obra de conjunto dejaba muy atrás las anteriores bibliografías. Ese mismo año también insertó en los Anales de la Universidad de Chile una Bibliografía chilena razonada de botánica agrícola e industrial.

Los estudios geográficos cuentan con una guía que abarca hasta el primer año del presente siglo en la obra ya mencionada de Nicolás Anrique R. y L. Ignacio Silva A., Ensayo de una bibliografía histórica y geográfica de Chile, que reseña 1.565 títulos.

Al primero de los autores nombrados se debe también la Bibliografía marítima chilena (Santiago, 1894), que sin ser propiamente geográfica, dado que comprende obras relativas a la artillería, la estrategia y la táctica naval, la construcción de naves, la legislación marítima, etc., interesa a los geógrafos por la sección destinada a “Hidrografía y geografía”.

En otra especialidad geográfica, la geomorfología, es importante la Bibliografía minera y geológica de Chile del Dr. Juan Brüggen, publicada a expensas del Ministerio de Industrias y Obras Públicas en 1919. En 1927 Brüggen adicionó su obra con las últimas publicaciones y desde aquella fecha hasta 1953, la catalogación fue continuada por Jorge Muñoz Cristi y Juan Karzulovic Kokot en su Bibliografía geológica de Chile, impresa en 1956.

Dentro de las bibliografías de orden geográfico puede considerarse también el trabajo titulado Información bibliográfica de recursos naturales, 1945-1965, publicada el último año por el Instituto de Investigaciones de Recursos Naturales en colaboración con el Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas.

Una interesante tarea ha cumplido con el fin de sistematizar el registro anual de las publicaciones de índole geográfica la revista Informaciones geográficas, que edita el Instituto de Geografía de la Universidad de Chile. Desde el número correspondiente a 1954 incluye una “Bibliografía geográfica chilena”, donde se anotan y comentan todas las publicaciones que puedan interesar al estudioso de la geografía, como asimismo las cartas impresas en el país durante el año.

En el orden de los estudios religiosos, la Biblioteca Central de la Universidad Católica de Chile preparó y publicó una Bibliografía eclesiástica chilena con motivo de la Exposición Bibliográfica organizada en 1959, investigación que sobrepasa el interés meramente eclesiástico porque no sólo registra los escritos de índole religiosa y teológica, sino que los de toda clase publicados por los eclesiásticos chilenos en el país o en el exterior. Incluye, además, las obras de eclesiásticos extranjeros que vivieron en Chile y editaron aquí sus trabajos.

Una investigación detenida y específica la constituye la Bibliografía eclesiástica chilena. Revistas Chilenas, 1843-1973 publicada por Julio Retamal Ávila en el número 11 de la revista Historia (Santiago, 1973).

Bibliografía

Desde fines del siglo pasado comenzaron a aparecer diferentes estudios bibliográficos sobre las publicaciones efectuadas por historiadores, científicos y personajes de gran figuración histórica. Uno de los primeros trabajos en este orden de estudios fueron las Noticias de las publicaciones hechas en Chile por don Domingo F. Sarmiento, dadas a la publicidad por don Luis Montt el año 1884 y que fueron reeditadas tres años más tarde en el tomo I de las Obras de Sarmiento.

El fallecimiento de don Benjamín Vicuña Mackenna en 1886 dio lugar a la publicación de varios catálogos sobre su producción intelectual, basados en una lista confeccionada en 1876 por P. Moliné bajo la vigilancia del mismo Vicuña Mackenna. En la Corona fúnebre a la memoria del señor Benjamín Vicuña Mackenna se incluyó una “Bibliografía completa de las obras de don Benjamín Vicuña Mackenna” que, pese al título, era muy incompleta. El mismo año don Ramón Briseño publicó en los Anales de la Universidad de Chile, tomo LXX, un trabajo titulado Bibliografía chilena por un solo chileno, en que recogía solamente los libros y folletos; pero el mismo año y en la misma revista publicó un registro de sus artículos periodísticos con el título de Catálogo por el orden alfabético de sus respectivos títulos, de las publicaciones que por la prensa hizo don Benjamín Vicuña Mackenna.

La atrayente figura de Vicuña Mackenna, su destacada actuación en la vida nacional y su asombrosa fecundidad como escritor, han llamado poderosamente la atención de historiadores y bibliógrafos, que hasta épocas relativamente recientes se han preocupado de profundizar en el conocimiento de sus escritos, convirtiéndolo en el personaje que por sus obras ha originado el mayor número de estudios bibliográficos.

En 1915 en el tomo III de la Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera, Carlos Vicuña Mackenna publicó una Bibliografía de Vicuña Mackenna que catalogaba los artículos publicados en El Nuevo Ferrocarril y los discursos parlamentarios pronunciados en el Senado entre 1876 y 1884. Diez años más tarde Ricardo Donoso en Don Benjamín Vicuña Mackenna. Su vida, sus escritos y su tiempo, hizo una nueva contribución, especialmente valiosa en lo que a la bibliografía periodística se refiere.

Finalmente, en la década de 1930 se alcanzó la mejor catalogación de las obras de Vicuña Mackenna con la aparición de diversos trabajos motivados por el centenario del nacimiento del escritor. Los Anales de la Universidad de Chile, en sus números correspondientes a 1931 y 1932, publicaron, entre otros, una parte del anterior trabajo de Carlos Vicuña Mackenna y ampliada en diversos aspectos, especialmente en lo que se refiere a revistas extranjeras.

En 1936, el comienzo de la publicación de las Obras Completas del célebre historiador, tarea acometida por la Universidad de Chile, permitió sistematizar y completar la bibliografía vicuñista gracias a la diligencia de Alejandro Benelli y el estímulo de Eugenio Orrego Vicuña. El primero completó los trabajos existentes y publicó la Bibliografía General de Vicuña Mackenna, integrada con trabajos de Ramón Briceño, Carlos Vicuña M., Guillermo Feliú Cruz y Eugenio Orrego Vicuña (Santiago, 1940).

De esta manera concluyen las variadas investigaciones alrededor de la producción intelectual de Vicuña Mackenna.

El desaparecimiento de don Miguel Luis Amunátegui en 1888, originó un trabajo de Justo Abel Rosales, muy reducido e incompleto, que se incluyó en Don Miguel Luis Amunátegui, impreso en París en 1889 sin indicación de autor, aunque se debe a la pluma de don Diego Barros Arana. Este simple esbozo fue superado en 1890 por el Catálogo bibliográfico y un tratado razonado de las obras de don Miguel Amunátegui, dado a luz por don Ramón Briseño en 1890.

La vasta obra realizada por don Diego Barros Arana, principalmente en el campo de la historia, fue colacionada por Víctor M. Chiappa en su Bibliografía de don Diego Barros Arana, publicada en Temuco en 1907 con motivo del fallecimiento del autor de la Historia General de Chile. Posteriormente, en 1931, Ricardo Donoso publicó una nueva bibliografía en su libro Barros Arana. Educador, historiador y hombre público.

Las numerosas investigaciones de José Toribio Medina han merecido también el estudio de algunos bibliógrafos. Víctor M. Chiappa publicó en 1907 dos tomitos con el título de Biblioteca Medina y luego, en 1914, insertó en la Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera, un Epítome de las publicaciones de D. José Toribio Medina, que enumeraba 226 títulos publicados por el polígrafo hasta entonces. Este trabajo fue reeditado en la Revista Chilena de Historia y Geografía en el número especial dedicado a Medina en 1923 al cumplir cincuenta años de actividad intelectual, con el agregado de una Continuación de la Bibliografía de D. Víctor M. Chiappa elaborada por Guillermo Feliú Cruz. Este último investigador, discípulo fiel de Medina, y a quien se deben varias publicaciones relativas al célebre erudito, entregó a las prensas en 1930 su Bibliografía de don José Toribio Medina, que con su registro de 408 títulos puede considerarse como el catálogo más completo.

La actividad forense, política e intelectual de don José Victorino Lastarria, que dejó una profunda huella a través de numerosas publicaciones, originó una investigación bibliográfica de Alejandro Fuenzalida Grandón, que en 1893, en su obra Lastarria y su tiempo, incluyó una “Bibliografía y notas bibliográficas”.

Otra figura destacada en la vida nacional, aunque en una esfera completamente distinta, como es el campo de las ciencias naturales, el Dr. Rodulfo Amando Philippi, originó algunos estudios bibliográficos sobre su producción científica, que ofrecía serias dificultades por su extensión y por el gran número de artículos diseminados en revistas científicas alemanas. En el libro El doctor don Rodulfo Amando Philippi, su vida y sus obras (Santiago, 1904), escrito por don Diego Barros Arana con motivo del fallecimiento del naturalista, se incluyó una “Bibliografía de las publicaciones del Doctor don R. A. Philippi” elaborada por su compatriota, el jefe de la Sección Botánica del Museo de Historia Natural, Carlos Reiche. Dos años más tarde, Raúl Fürstenberg publicaba un nuevo catálogo en su obra Dr. Rudolf Amandus Philippi Sein Leben und seine Werke (Santiago, 1906), alcanzando a registrar 352 títulos.

En época más reciente, la interesante figura del jurisconsulto y pensador don Juan Egaña, ha llamado la atención de Raúl Silva Castro que ha registrado 307 impresos suyos en la Bibliografía de don Juan Egaña, 1768-1836, publicada por la Biblioteca Nacional en 1949.

En lo que respecta al mundo de las letras, la obra creadora de ciertos escritores y figuras eminentes ha atraído el interés de algunos estudiosos que se han preocupado de efectuar un ordenamiento bibliográfico.

La interesante labor de Rubén Darío, desde sus años oscuros en Chile hasta la conquista del éxito en Europa, está reseñada en la Bibliografía de Rubén Darío publicada por Julio Saavedra Molina en 1946. La trayectoria literaria de Gabriela Mistral ha merecido dos estudios de índole diferente, la Bibliografía crítica sobre Gabriela Mistral de Norberto Pinilla publicada en 1940 por la Universidad de Chile y La prosa de Gabriela Mistral. Fichas de contribución a su inventario de Alfonso M. Escudero, publicada en 1950 y reeditada siete años más tarde en los Anales de la Universidad de Chile.

Muchos otros autores en las más variadas disciplinas, han merecido pequeños estudios bibliográficos, que sería largo enumerar por la dispersión en que se encuentran pero no podría terminarse una reseña de esta parte de la bibliografía nacional sin mencionar los valiosos aportes efectuados por la Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera, en cuyas páginas se encuentra un gran caudal de bibliografías personales. Como muestra se pueden citar, en orden de aparición, las de Marcial Martínez, Julio Zegers, Domingo Amunátegui Solar, Francisco J. Cavada, Malaquías Concha, Armando Donoso, Alejandro Fuenzalida, Jorge González Bastías, Tomás Guevara, Enrique Molina, Emilio Rodríguez Mendoza, Guillermo Subercaseaux, Luis Thayer Ojeda, Tomás Thayer Ojeda, Diego Dublé Urrutia, Samuel A. Lillo, Paulino Alfonso, Santiago Marín Vicuña, Rodolfo Lenz, Carlos E. Porter, Luis Ignacio Silva, Pedro Armengol Valenzuela, Andrés Bello y sus descendientes, etc.

Esas bibliografías adolecen, sin embargo, de un defecto inevitable: son incompletas porque atañen generalmente a personas que en la década de 1910, en que apareció la revista, estaban en plena actividad intelectual y que siguieron por largos años publicando diversos trabajos.

También debe señalarse que la Revista Chilena de Historia y Geografía en sus copiosos volúmenes ha dado lugar a reseñas bibliográficas de diferentes cultores de la geografía y la historia.

Bibliografía americanista

El interés que siempre ha habido en Chile por el conocimiento de la historia hispanoamericana, condujo desde el siglo pasado al estudio de su bibliografía a través de un conjunto de investigaciones que no tiene parangón en el continente.

Dos de los más sobresalientes historiadores chilenos, don Diego Barros Arana y don Miguel Luis Amunátegui, hicieron los primeros aportes en pequeños trabajos de carácter monográfico.

En 1861 Barros Arana publicó en los Anales de la Universidad de Chile, tomo XVIII, un estudio titulado Las cronistas de Indias que sin ser propiamente una bibliografía, contiene interesantes datos de orden bibliográfico sobre los libros de los grandes cronistas de Indias, desde Gonzalo Fernández de Oviedo hasta don Juan Bautista Muñoz.

En la década de 1870, Barros Arana y Amunátegui publicaron diversos estudios bibliográficos y comentarios relativos a los historiadores y cronistas americanos, en la Revista de Santiago. El primero dio a luz una Noticia bibliográfica de los poemas a que ha dado origen el Descubrimiento del Nuevo Mundo y el segundo un Ensayo sobre los orígenes de la Imprenta en la América Española, en que pasaba revista a los primeros impresos dados a la estampa en varias ciudades.

De mayor importancia fue la aparición, en 1882, de las Notas para una bibliografía de obras anónimas y seudónimos sobre la historia, la geografía y la literatura americana, de Diego Barros Arana, investigación en que catalogó 507 obras en diversos idiomas y relativas a las más variadas regiones del continente, señalando en cada referencia el autor, sus datos personales, e incluyendo algunas consideraciones sobre la obra en cuestión.

En las últimas décadas del siglo pasado y la primera del actual, tomó importancia el conocimiento de la bibliografía boliviana y peruana debido a las investigaciones de Gabriel René-Moreno. Avecindado en el país en 1865, el escritor boliviano fue designado Conservador de la Biblioteca del Instituto Nacional en 1888 y desempeñó ese cargo hasta su fallecimiento en 1908. Sus aficiones intelectuales le llevaron a formar una rica biblioteca, que le permitió junto con la consulta de los fondos bibliográficos del país, realizar sus eruditas investigaciones.

Su primera publicación importante fue la Biblioteca Boliviana. Catálogo de la sección libros y folletos, que salió a la circulación en 1879. Registraba 3.529 títulos, que abarcaban desde la Colonia hasta el año precedente a la publicación. Veinte años más tarde un compatriota, Valentín Abecia, complementó el trabajo con unas Adiciones a la Biblioteca de Gabriel René-Moreno, en que agregó 571 referencias, y en el mismo tomito, Enrique Barrenechea, funcionario de la Biblioteca del Instituto Nacional, agregó una adición al catálogo de Abecia. El propio René-Moreno prosiguió el registro para el periodo 1879-1899 en su Primer Suplemento a la Biblioteca Boliviana, que salió de las prensas en 1900 con una colación de 1.647 piezas. Un Segundo Suplemento para el período 1900-1908 apareció en el último de los años indicados, un mes después del fallecimiento del autor en Valparaíso.

La serie de obras relativas a Bolivia preparada por René-Moreno se completa con el Ensayo de una bibliografía general de los periódicos de Bolivia, 1825-1905, que dio cuenta de 1.352 publicaciones periódicas.

La bibliografía peruana debe a René-Moreno también una contribución fundamental por el estudio contenido en los dos tomos de la Biblioteca Peruana (Santiago, 1896), en que, sin pretender resultados exhaustivos, el autor anota los libros y folletos conservados en la Biblioteca del Instituto Nacional y en la Biblioteca Nacional.

Todavía, René-Moreno hizo algunos aportes curiosos a la bibliografía americana a través de las siguientes obras de carácter historiobibliográfico que publicó en Santiago: Bolivia y Argentina (1901); Bolivia y Perú. Notas históricas y bibliográficas (1905); Bolivia y Perú. Más notas históricas y bibliográficas (1905); Bolivia y Perú. Nuevas notas históricas y bibliográficas.

Por los mismos años en que el escritor boliviano efectuaba sus investigaciones, don José Toribio Medina daba a la publicidad sus más importantes trabajos bibliográficos, elevando este orden de estudios, en Chile y en América, a una altura no pensada.

Las primeras preocupaciones bibliográficas de Medina se encuentran en su Biblioteca Americana (Santiago, 1888), que no era más que un catálogo de 2.928 obras de su colección de libros relativos a Latinoamérica; pero dos años más tarde daba comienzo al conjunto de obras relativas a la imprenta con la publicación de La Imprenta en Lima. Epítome. 1584-1810 y La Imprenta en América. Virreinato del Río de La Plata. Epítome. 1705-1810, que fueron seguidas luego, en 1893, por La Imprenta en México. Epítome. 1539-1810. Esas tres obritas tenían por objeto preparar el camino para las obras definitivas, en la esperanza de obtener la colaboración de los historiadores y bibliógrafos americanistas.

Los grandes trabajos sobre la imprenta americana, producto de varios viajes por el continente y de la acumulación de verdaderos tesoros bibliográficos en su biblioteca personal, comienzan en 1891 con la salida a circulación de su Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile y continúan el año siguiente con la publicación de la Historia y bibliografía de la Imprenta en el antiguo Virreinato del Río de La Plata.

Puede afirmarse que esta última obra fue un gran triunfo para Medina, porque reveló sus grandes dotes de investigador a amplios círculos intelectuales gracias a la lujosa edición hecha por el Museo de La Plata, dirigido a la sazón por su amigo don Francisco de Paula Moreno.

Refiriéndose a esta obra, el Director del Museo Británico, Mr. Richard Garnett, afirmaba en un comentario que era un “trabajo tan honorífico para el país que lo ha producido por la excelente tipografía y la belleza de sus numerosos facsímiles, como también para el autor por la extensión y exactitud de sus investigaciones y los detalles curiosos e interesantes tanto biográficos como bibliográficos que pone a luz en cada página. Si pudiera tratarse de igual modo el resto de la América española, la parte más olvidada del mundo rivalizaría, si no excedería, a cualquier país europeo”.

La empresa que a Garnett parecía un sueño quimérico, fue realizada por Medina mediante la publicación de sus siguientes libros acerca de la imprenta. Entre 1904 y 1907 aparecieron los cuatro macizos tomos de La Imprenta en Lima (1584-1924), que superaron por su volumen, 3.948 entradas, y su valor intrínseco, el trabajo sobre el Río de La Plata.

La otra gran capital virreinal americana, México, queda estudiada entre 1908 y 1912 a través de los ochos tomos de La imprenta en México (1539-1 821), que anotan más de 12.400 títulos. “La exactitud y abundancia de piezas colacionadas en esta obra —comenta Feliú Cruz— la convierten en la piedra angular de la historiografía mexicana”. Tan cierta es esta afirmación que cuarenta años más tarde, en 1952, Francisco González Cossío en La imprenta en México agregó sólo 510 impresos a la obra de Medina.

Completan este conjunto de grandes obras, La Imprenta en Guatemala (1660-1821), aparecida en 1910 en un solo grueso volumen de más de 700 páginas que contienen el estudio de 1.097 títulos y La imprenta en la Puebla de Los Ángeles (1640-1821), publicada en 1908 y comprensiva de 1.928 títulos.

Los demás puntos del continente que cobijaron talleres de impresión durante la Colonia y la Independencia fueron objeto de estudios monográficos de menor envergadura, que aparecieron en letras de moldes en los primeros años de este siglo. La siguiente es la lista de esos trabajos: La Imprenta en Arequipa, el Cuzco, Trujillo y otros pueblos del Perú durante las campañas de la Independencia (1820-1821); La Imprenta en Cartagena de las indias (1809-1821); La Imprenta en Oaxaca (1720-1820); La Imprenta en Quito (1760-1818); La imprenta en Veracruz (1794-1821); Notas bibliográficas referentes a las primeras producciones de la imprenta en algunas ciudades de la América Española (Ambato, Angostura, Curazao, Guayaquil, Maracaibo, Nueva Orleans, Nueva Valencia, Panamá, Popayán, Puerto España, Puerto Rico, Quereba, Santo Domingo, Tunja y otros lugares (1754-1823).

La serie de obras relativas a la imprenta en América constituye la historia y la bibliografía más amplia y erudita acerca del arte de imprimir en el Nuevo Mundo. Sin embargo, la mayor parte de estos libros fue editada en cantidades de cien o doscientos ejemplares, porque Medina comprendía que sólo podían interesar a un número reducido de estudiosos.

Para poder imprimirlos en condiciones adecuadas, Medina adquirió una imprenta, que instaló en su propia casa, y que bautizó como Imprenta Elzeviriana en homenaje a los famosos impresores holandeses de apellido Elzevir. En ella pasó Medina largas jornadas, dirigiendo los trabajos, señalando la tipografía y aun componiendo trozos con sus propias manos, en no pocas ocasiones.

El esfuerzo desplegado por Medina para agotar el estudio de la imprenta en Hispanoamérica tuvo una duración de más de veinte años, en que no sólo debió trabajar intensamente, sino que también cosechar sinsabores e incomprensiones. El mismo exclamaba en una de sus últimas obras sobre la imprenta: “¡Cuántas veces hemos tenido ocasión de arrepentirnos de haber abrazado un campo cuya extensión no calculamos en el primer momento y que se ha llevado sin sentir los mejores años de nuestra vida, privándonos de realizar obras cuya ejecución acariciábamos desde la juventud y que habían de redundar en el conocimiento de nuestra patria, para trabajar de una manera abrumadora en una sin brillo, y poco duradera quizás!”.

Otra de las grandes tareas llevadas a cabo por Medina en el campo de la bibliografía americana lo constituye su Biblioteca Hispano-Americana (1493-1810), compuesta por siete tomos aparecidos en Santiago entre 1898 y 1907.

En esta obra, Medina catalogó dos tipos de impresos: primero los libros publicados por americanos o españoles que vivieron en América y que no tratan de una manera directa de las cosas de nuestro continente y en segundo lugar los libros escritos en castellano o en latín e impresos en España o fuera de ella por españoles o americanos, o publicados en la Península por individuos de cualquier nacionalidad, en alguno de aquellos idiomas.

El registro alcanzó a 8.481 piezas, comenzando por la carta de Colón a los Reyes Católicos en que les anunciaba el descubrimiento de las Indias. Contrariamente a lo que había hecho en las investigaciones sobre la imprenta, Medina fijó el año 1818 como término del período estudiado en esta obra.

Según el plan de Medina, la Biblioteca Hispano-Americana debía complementarse con la Biblioteca Hispano-Chilena, aparecida en los mismos años. En la primera debían buscarse los libros generales sobre América que en algunas de sus partes tratasen de Chile y en la segunda las obras específicas sobre este último.

Ambas obras fueron editadas en corto número de ejemplares, llegando a ser muy escasas, hasta que el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina reeditó facsimilarmente la Biblioteca Hispano-Americana entre 1958 y 1962 y la Biblioteca Hispano-Chilena en 1963.

El largo contacto con la historia y la bibliografía americana dejó a Medina abundantes materiales para la elaboración de otros libros de carácter más especializado, que pudo trabajar una vez concluidas sus investigaciones sobre la imprenta y la bibliografía. Ya en 1912 publicaba su Bibliografía Numismática colonial Hispano-americana, dos años más tarde las Noticias bio-bibliográficas de los jesuitas expulsos de América en 1767, en 1919 el Ensayo de una bibliografía extranjera de santos y venerables americanos y en 1925 el Diccionario de anónimos y seudónimos hispanoamericanos. Una última obra, publicada póstumamente en 1952, el Ensayo Bio-bibliográfico sobre Hernán Cortés, completa este cuadro.

Tales fueron los principales trabajos de José Toribio Medina, relacionados con la bibliografía americana, sin contar diversas bibliografías sobre las lenguas indígenas de América ni las que incluyó en sus numerosas investigaciones de tipo histórico.

Con posterioridad a las publicaciones de Medina, la bibliografía americana experimenta en Chile un descenso sin que se puedan encontrar más de dos o tres investigaciones de categoría. La obra del célebre tradicionista peruano Ricardo Palma fue estudiada en 1933 por Guillermo Feliú Cruz en su libro En torno de Ricardo Palma, cuyo tomo segundo está dedicado a un Ensayo crítico bibliográfico. En el orden de los estudios sociales, Moisés Poblete Troncoso publicó en 1936 un Ensayo de bibliografía social de los países hispano-americanos, que reseña de preferencia escritos de políticos e intelectuales.

En época más reciente el estudio de la literatura hispanoamericana recibió un aporte significativo con la obra del norteamericano Sturgis E. Leavitt, Revistas hispanoamericanas. Índice bibliográfico (1843-1935), cuyo material fue recopilado, en parte en Chile. Esta vasta investigación, que cataloga 30.107 artículos de las cincuenta más importantes revistas científicas y literarias de Latinoamérica, comenzando por el primer número de los Anales de la Universidad de Chile, fue editada por el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina en 1960.

Dentro de la bibliografía americanista deben considerarse también las obras sobre anónimos y seudónimos que indicaremos en el capítulo respectivo.

Bibliografía universal

La preocupación por la cultura universal ha dado lugar a investigaciones bibliográficas de alcance restringido sobre temas que, en conjunto, presentan un panorama pequeño y muy heterogéneo.

Las disciplinas humanísticas están representadas por dos estudios del escritor y Jefe de la Sección Bibliográfica de la Biblioteca Nacional, Ricardo Dávila Silva, autor de los Apuntes para una biblioteca heleno-clásica y de los Apuntes para una biblioteca latino-clásica, acogidos en las páginas de los Anales de la Universidad de Chile, años 1913 y 1914 respectivamente.

A don José Toribio Medina se debe un trabajo relacionado con el príncipe de los ingenios españoles, Cervantes en las letras chilenas. Notas bibliográficas, que dio a luz en 1923.

Este mismo investigador orientó sus búsquedas bibliográficas hacia una región remota de los dominios españoles, las Filipinas, cuyos impresos estudió en dos libros que deben considerarse complementarios del gran conjunto de trabajos sobre la imprenta en América: La imprenta en Manila desde sus orígenes hasta 1810, publicado en 1896, y las Adiciones y ampliaciones que salieron a circulación en 1904.

Todavía el polígrafo chileno llevó su interés hasta elaborar una obra semejante en su plan a la Biblioteca Hispano-americana, la Biblioteca española de las islas Filipinas que, no obstante su gran extensión, publicó en los Anales de la Universidad de Chile de 1897 y 1898.

“De todos los títulos científicos de Medina —escribe Feliú Cruz— talvez sea el más extraño éste de filipinólogo. No se puede dar un paso en la historia de esta nación sin citar al sabio chileno que tanto favoreció la cultura de las islas al tomarlas dentro del campo de sus investigaciones. Ya hemos expresado anteriormente los motivos por los que Medina entró en esta materia: la especial y similar significación que tiene Hernando de Magallanes respecto a Chile y Filipinas y la dependencia que durante su vida colonial tuvo con el virreinato de México y demás dominios españoles”.

El atractivo ejercido por la historia europea dio lugar, en 1943, a la publicación del Ensayo de una bibliografía de la Historia de Francia, debida a Manuel Cruzat Vera y la preocupación por las corrientes ideológicas y políticas del siglo pasado y del presente llevó a Luis Uribe Mayorga a imprimir en 1934 una Bibliografía de las obras sobre socialismo, comunismo y fascismo existente actualmente en la sección “Fondo General” de la Biblioteca Nacional.

El cultivo de la geografía, en la especialidad de geografía humana, movió a Pedro Cunill Grau a recopilar una Guía bibliográfica para el estudio de la Geografía Humana, publicada por la Universidad de Chile en 1962. Tiene un carácter selectivo y limitado por señalar solamente las obras que se encuentran en las bibliotecas del país con el fin de que puedan ser utilizadas por los estudiantes universitarios.

En el campo de la geografía física, un aporte notable fue realizado por el sismólogo francés Fernando de Montessus de Ballore, que a raíz del terremoto de 1906 fuera contratado por el gobierno como profesor de su especialidad en la Universidad de Chile y como Jefe del Servicio Sismológico. Su Bibliografía general de temblores y terremotos, publicada en la Revista Chilena de Historia y Geografía, entre los números 17 y 36, cubre la más erudita información sobre las áreas de actividad sísmica de todo el mundo y desde los tiempos más remotos. El trabajo comprende 9.140 referencias, muchas de ellas con comentarios y algunas con transcripción de los párrafos pertinentes en caso de ser breves.

Finalmente, en el dominio de las ciencias naturales, cabe mencionar el estudio de Carlos E. Porter, Notas bibliográficas. Los estudios sobre ciencias naturales relativos a países extranjeros publicados en Chile, que presentó a la Sociedad Chilena de Historia Natural y que vio la luz pública en los Anales de la Universidad de Chile en 1932.

Catálogos

La publicación de catálogos de bibliotecas públicas y privadas ha significado una contribución valiosa para los estudios bibliográficos desde la segunda mitad del siglo XIX.

El primero que se publicó fue el Catálogo por orden alfabético de los libros que contiene la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile, dado a luz en 1854, cuando aquel fondo bibliográfico disponía de escasas colecciones. Un segundo registro fue publicado por la misma biblioteca, en 1860, referente a la librería de don Mariano Egaña, que se había incorporado en años anteriores; su título es Catálogo alfabético, y por materias de las obras que contiene la Biblioteca Nacional Egaña de Santiago de Chile. En este catálogo, como en el anterior, los datos son muy sumarios e incompletos.

De la misma índole es el Catálogo de la librería legada por Monseñor Eyzaguirre a la Biblioteca Nacional (Santiago, 1876).

Hacia la misma época, comenzaron a aparecer diversos catálogos de bibliotecas particulares, pertenecientes a escritores o coleccionistas. El fallecimiento del jurisconsulto y diplomático don Manuel Carvallo, que obligó a la realización de su biblioteca, dio lugar a la formación del Catálogo de la biblioteca Carvallo (Santiago, 1870), comprensivo de veinte mil de los treinta mil volúmenes que la componían.

Nueve años más tarde apareció el Estudio y catálogo completo y razonado de la biblioteca americana coleccionada por el Sr. Gregorio Beeche, confeccionado por don Benjamín Vicuña Mackenna. El origen de esta biblioteca y el propósito del catálogo los explica don Ramón A. Laval en los siguientes términos: “La biblioteca del señor Beeche constaba más o menos de 6.500 volúmenes de obras y piezas diversas que habían visto la luz en todo el mundo, relativas a América solamente. Fue adquirida por el Supremo Gobierno en la suma de 50.000 pesos y pasó a enriquecer el Fondo Americano de la Biblioteca del Instituto Nacional”.

Un origen muy parecido tuvo el Catálogo de la Biblioteca y Manuscritos de D. Benjamín Vicuña Mackenna, dado a luz en 1886 con motivo de haber adquirido el gobierno dicha biblioteca para incorporarla a la Nacional.

También se publicaron por entonces algunos catálogos de bibliotecas particulares en vida de sus propietarios, como es el caso de la Biblioteca Americana de José Toribio Medina y el Catálogo de la biblioteca chileno-americana de don Ramón Briseño, elaborado por don Luis Montt y publicado en 1889.

Con posterioridad a esos años, se han publicado diversos catálogos de colecciones particulares enajenadas después del fallecimiento de sus propietarios. Tal es el caso del remate de las bibliotecas de don Gaspar Toro, don Emilio Vaisse, don Ricardo Salas Edwards, don Manuel Antonio Maira, etc.

La publicación de catálogos iniciada por la Biblioteca Nacional, fue continuada por este organismo a partir de 1871 y hasta 1882 con la aparición por entregas del Catálogo General impreso. Luego, en 1887, apareció el catálogo titulado Lectura a Domicilio, destinado a informar de los fondos existentes en esa sección, del cual se publicaron otros tres volúmenes los años 1889, 1892, y 1897.

También deben recordarse dentro de las publicaciones de la Biblioteca Nacional el Catálogo de autores griegos y latinos (Santiago, 1898), y el Catálogo de la Sección Americana (Santiago, 1902). Pero el trabajo más extenso en lo referente a catálogos comenzó en 1925, con motivo de la incorporación de la biblioteca de don José Toribio Medina, donada por él en vida.

En sus viajes por América y Europa, el historiador y bibliógrafo había reunido toda clase de libros referentes a Hispanoamérica y, además, los impresos salidos de los talleres coloniales estudiados por él en sus trabajos sobre la imprenta. Ese enorme conjunto de obras, que alcanzaban a 33.000 títulos, junto con una colección de cerca de 500 volúmenes de documentos manuscritos referentes a la Historia de Chile, fueron donados por Medina a la Biblioteca Nacional, con la expresa condición de que se formara una sección especial. Con el fin de regularizar la recepción de ese tesoro bibliográfico, se comenzó la tarea de catalogar tanto los impresos como los documentos y bajo el título genérico del Catálogo de la biblioteca americana que obsequia a la Nacional de Santiago J. T. Medina, se publicaron paulatinamente entre 1926 y 1951 siete volúmenes. El llamado Tomo preliminar contiene el Índice General de la Colección de documentos inéditos para la Historia de Chile; cuatro tomos están destinados a los manuscritos que en originales o en copia había obtenido Medina en archivos americanos y españoles; dos volúmenes están dedicados propiamente a la biblioteca, incluyendo libros, folletos, hojas sueltas y periódicos.

Con posterioridad a la donación, el ingreso de nuevas obras obligó a publicar en 1953 y 1954 otros dos tomos del catálogo con el título de Catálogo breve de la biblioteca americana de J. T. Medina.

También se deben a la Biblioteca Nacional, por último, algunos catálogos de exposiciones bibliográficas realizadas en su seno. Uno de los primeros y más interesantes es el Catálogo de la exposición retrospectiva de la Prensa Chilena, que recoge el material exhibido en febrero de 1912, en conmemoración del centenario de la Aurora de Chile. El mismo carácter tiene otro catálogo titulado Semana retrospectiva de la Prensa Chilena, aparecido en 1934. En época más reciente, diversas exposiciones de las obras de algunos investigadores han sido presentadas con pequeños catálogos, entre las que pueden citarse el Catálogo de la Exposición bibliográfica de las obras de José Toribio Medina (1954), el Catálogo de la Exposición bibliográfica e iconográfica de Diego Barros Arana (1957) y el Catálogo de la Exposición bibliográfica e iconográfica de Alejandro de Humboldt.

La Biblioteca del Congreso Nacional, fundada en 1883 por iniciativa de don Pedro Montt, como Biblioteca de la Cámara de Diputados, también se ha preocupado de dar a luz algunos catálogos de sus fondos. Diez años después de su creación, en 1893, se imprimió el primer catálogo y en 1902 apareció el segundo. En años posteriores, 1921, la Biblioteca publicó el Catálogo de la Biblioteca del Congreso Nacional, elaborado por Adolfo Labatut, funcionario de aquel servicio.

La Biblioteca del Instituto Nacional, que alcanzara un nivel tan alto por la riqueza de sus repositorios bibliográficos, publicó a fines del siglo pasado dos volúmenes titulados Catálogo de las obras de consulta y lectura usual (Santiago, 1890) y un tercero denominado Catálogo de las obras del fondo de Ciencias, Artes y Letras (Santiago, 1890). En el siglo presente, año 1912, publicó el Catálogo preliminar de la sección Biblioteca Pedro Montt, donada al célebre establecimiento educacional por la viuda del mandatario fallecido en 1910.

La Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile editó en 1938 y 1940 dos volúmenes titulados Biblioteca de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile. Catálogo y siete años más tarde el Catálogo de la Biblioteca de Derecho de Valparaíso.

Para concluir esta materia referente a catálogos debe señalarse que muchas otras instituciones de carácter público y privado han publicado los catálogos de sus bibliotecas. Como una enumeración detallada de ésos resultaría demasiado extensa, bastará mencionar los siguientes por vía de ejemplo: Bibliografía del Convento Máximo de San Agustín. Catálogo (1896); Catálogo general por orden alfabético de autores de la Biblioteca de la Recolección Dominicana de Santiago de Chile (1910); Biblioteca de la Universidad Católica (1902); Biblioteca de la Escuela Militar. Catálogo (1895); Biblioteca del Instituto de ingenieros de Santiago. Catálogo (1897); Biblioteca del Instituto de Ingenieros de Chile. Catálogo (1931).

Anónimos, seudónimos y traductores

Diversos trabajos de bibliógrafos chilenos han procurado dilucidar la paternidad de obras publicadas en forma anónima o seudónima.

El primer trabajo de esta índole fue el de don Diego Barros Arana, titulado Notas para una bibliografía de obras anónimas y seudónimas sobre la historia, la geografía y la literatura de América, publicado en los Anales de la Universidad de Chile el año 1882.

José Toribio Medina, por su parte, avanzó considerablemente en esta materia con la publicación de su Diccionario de anónimos y seudónimos hispanoamericanos, en 1925.

En lo que a Chile respecta, Guillermo López L. publicó en los Anales de la Universidad de Chile, año 1939, un Índice de seudónimos, que incluye una adición al trabajo de Medina.

A José Toribio Medina se debe también la Biblioteca chilena de traductores (1820-1924), incluida en los Anales de la Universidad de Chile del año 1925 y 1926.

Bibliografía extranjera

No estaría completo un recuento de la bibliografía relativa a Chile si no se mencionasen los repertorios editados en el extranjero que directa o indirectamente se refieren a nuestro país. Por lo general, tales publicaciones interesan en cuanto colacionan las obras y artículos aparecidos en el exterior.

El recuento debe comenzar en España, donde se han desarrollado importantes investigaciones bibliográficas sobre el mundo de habla castellana.

La obra pionera es el Epítome de la biblioteca oriental, occidental, náutica i geográfica del licenciado Antonio de León Pinelo, que apareció en Madrid el año 1629, obra a la que no puede dejar de aludirse con simpatía, sea por los méritos de su autor como porque allí aparece la primera biblioteca relativa a Chile bajo el título de “Historias del reyno de Chile”, que incluye un total de catorce obras, varias de ellas manuscritas.

En orden cronológico sigue el trabajo de Nicolás Antonio, Biblioteca hispana nova, editada en Roma en 1672, aunque la edición más conocida y acabada es la de Madrid de 1873.

El Epítome de Pinelo fue notablemente incrementado por el estudioso don Andrés González de Barcia que, llevado por su interés en las cosas de América había reunido una interesante biblioteca. La llamada segunda edición del Epítome aparecida en tres tomos en el año 1737, en Madrid, supera largamente el trabajo original de León Pinelo, aunque González de Barcia, llevado de su modestia, excluyó su nombre y dejó todo el honor al primero. Los bibliógrafos, sin embargo, haciendo justicia reconocen la obra como suya o se refieren a ella como el Epítome de Pinelo-Barcia.

En el presente siglo el interés despertado por el libro español e hispanoamericano ha estimulado las investigaciones bibliográficas en la madre patria, de manera que hoy día se cuenta con diversas bibliografías.

La obra clásica, más ampliamente consultada, es el Manual del librero hispanoamericano. Inventario bibliográfico de la producción científica y literaria de España y de la América Latina desde la invención de la imprenta hasta nuestros días, elaborado por Antonio Palau durante diecisiete años.

La primera edición vio la luz en Barcelona a partir del año 1923, y la segunda, corregida y aumentada por el autor, en la misma ciudad desde el año 1948. El último tomo que hemos consultado, el XXI, apareció en 1969.

La obra está destinada al librero; pero este término debe entenderse de manera amplia, incluyendo a todo el que maneja libros, porque sus datos son de enorme utilidad para el estudioso que se adentra en las búsquedas bibliográficas.

Entre los clásicos deben anotarse también los trabajos de Raymond Foulché-Delbosc, especialmente su Bibliographie hispanique, 1905-1917, publicada originalmente por la Hispanic Society de Nueva York en trece volúmenes entre los años 1909 y 1919.

El Manual de L’hispanisant del mismo autor y de Louis Barrau-Dihigo, editado en dos volúmenes en Nueva York los años 1920 y 1925, es una valiosa guía de las bibliografías españolas, catálogos, colecciones y materias afines.

La producción de las imprentas de España e Hispanoamérica ha sido registrada también por el Catálogo general de la librería española e hispanoamericana, 1901-1930, en cinco volúmenes impresos en Madrid entre 1932 y 1951. Esta obra fue continuada con el título de Catálogo general de la librería española, 1931-1950, con exclusión de los impresos hispanoamericanos.

También debe recordarse entre los trabajos de carácter general el Anuario español e hispanoamericano del libro de las artes gráficas con el catálogo mundial del libro impreso en lengua española, dirigido por Javier Lasso de la Vega y publicado en Madrid desde 1945 en volúmenes bienales.

Un carácter diferente tiene la Bibliografía americanista española, 1935-1963, preparada bajo los auspicios del xxxvi Congreso Internacional de Americanistas y publicada en Sevilla en 1964. Tal como dicen sus organizadores, en ella se intentó “recoger toda la producción científica española con referencia a América” entre los años señalados.

En el campo específico de la historia, la recopilación bibliográfica en España ha tomado un carácter sistemático y continuo que permite disponer de buenos instrumentos al investigador.

Se inicia la serie con el trabajo de Benito Sánchez Alonso Fuentes de la historia española e hispanoamericana, cuya primera edición fue lanzada en 1919 y la tercera, corregida y puesta al día, en 1952, constando de tres tomos. Esta última incluyó impresos hasta el año 1950 y, conforme el plan del autor, considera tanto las obras dadas a luz en España como en Hispanoamérica y otras naciones. Una limitación la constituye el plan del autor, que en lo relativo a Hispanoamérica abrazó solamente hasta el término de la lucha emancipadora.

Con posterioridad al trabajo de Sánchez Alonso, Diego Gómez Mohada entregó a la publicidad en Madrid, al año 1955, su Bibliografía histórica española, 1950-1954, que llena el lapso corrido hasta la aparición del Índice histórico español.

El Índice, fundado en 1953 por Jaime Vicens Vives, es editado cada cuatro meses por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona en colaboración con la Editorial Teide. Igual que la obra de Sánchez Alonso, alcanza solamente hasta la Independencia en lo que respecta a América.

En Francia, los estudios relativos a América durante los siglos XV, XVI y XVII cuentan con la antigua obra de Henry Ternaux Compans Bibliotheque Americaine ou catalogue des ouvrages relatifs a l’Amerique qui ont paru depuis so decóuverte jusqu’a l’an 1700, publicada en París en 1837.

En época más reciente, la Biblioteca Nacional de París ha publicado el Catalogue de l’Historie de l’Amerique elaborado por George A. Barringer, que consta de varios volúmenes (París, 1903).

Alemania cuenta con la Amerikaliteratur. Die wichtigsten seit 1900 in deutcher aprache erschienenen werke üeber Amerika publicada en Leipzig el año 1926 por Fritz Eberhardt y comprensiva de 1.635 títulos con comentarios.

Actualmente se publica en Alemania el registro titulado Dokumentationsdients Lateinamerika. Documentación Latinoamericana, del que han aparecido por lo menos cinco números. Publicado por el Instituto de Estudios Iberoamericanos, incluye libros y artículos de revistas desde el año 1970 en adelante.

En Gran Bretaña, las recopilaciones bibliográficas son escasas, no obstante la importancia de las relaciones entre aquella nación y las repúblicas latinoamericanas. Este inconveniente es subsanado en gran parte por bibliografías elaboradas en los Estados Unidos, que suelen comprender de manera general las publicaciones en lengua inglesa.

Como obra de referencia, una de las más útiles es The American Handbook, editado anualmente en Londres por Howell Davies. En el campo específico de la historia, presta buena ayuda Latin American History. A Guide to the Literature in English, debida a R. A. Humphreys y publicada en 1958 por las prensas de la Universidad de Oxford. Esta misma editorial ha publicado, finalmente, en 1973, el trabajo de Peter Walne A Guide to British Sources on the History of Latinamerica and the Caribbean, que se destaca por su amplitud y la riqueza de su información.

En relación con Rusia, se dispone de la obra de Nathan A. Haverstock Latin America in Soviet Writings 1945-1958. A Bibliography, que publicó la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos el año 1959.

Finalmente, debemos mencionar, respecto de Europa, el Boletín informativo sobre estudios latinoamericanos en Europa. Universiteit van Amsterdam. Studie en Documentatiocentrun voor Latijus Amerika, iniciado por dicha universidad en 1965, que considera, además de las publicaciones, los trabajos en proceso de elaboración.

En los Estados Unidos el cultivo de la bibliografía tiene una antigua tradición, que, unida al interés por los asuntos latinoamericanos, ha dado origen a numerosísimas recopilaciones de carácter general y especial. El desarrollo de la bibliografía americanista ha tenido, además, un valioso apoyo en la Biblioteca del Congreso, en algunas universidades y en la Panamerican Union radicada en Washington.

La primera bibliografía importante donde se pueden encontrar indicaciones sobre Latinoamérica es el notable trabajo de John Sabin A Dictionary of Books Relating to America, from its Discovery to the Present Time, cuyo primer tomo apareció en Nueva York el año 1868. En total, la obra alcanzó a veintinueve volúmenes y se concluyó en 1892, siendo reeditada por la Bibhiografical Society of America entre 1927 y 1936.

Sabin, un librero inglés establecido en Nueva York, trabajó en forma diligente durante diecinueve años, dejando una obra que nos interesa especialmente por los libros y folletos publicados en lengua inglesa sobre Latinoamérica.

En el mismo sentido, debe recordarse el Critical Dictionary of English Literature and British and American Authors de S. Austin Alhibone, que en sus tres volúmenes y dos suplementos alcanza hasta mediados del siglo XIX (Philadelphia, 1872).

El siglo presente ve desarrollarse en los Estados Unidos la bibliografía especializada sobre Latinoamérica. Uno de los primeros autores que cabe destacar es Cecil Knight Jones, que en 1922 publicó Hispanic American Bibliographies con un total de 1.281 entradas. Desde entonces y hasta 1938, periódicamente, Jones complementó su trabajo con adiciones publicadas en The Hispanic American Historical Review.

Jones, que era funcionario de la Biblioteca del Congreso, revisó y amplió su trabajo con la ayuda de James A. Branier, que fue reeditado por dicha institución con el nombre de A Bibliography of Latin American Bibliographies (Washington, 1942).

Una obra de grandes dimensiones que desgraciadamente ha quedado inconclusa es la de R.L. Grismer A New Bibliography of Literature of Spain and Spanish America, including many studies on anthropology, archaeology, art, economics, education, geography, history, law, music, philosophy and other subjects. Los cuatro primeros volúmenes fueron impresos en Minneapolis entre 1941 y 1942 y los siguientes en diferentes ciudades. El séptimo y último apareció en 1946 alcanzando a la letra C en el ordenamiento alfabético.

Una intención más específica guarda la investigación de S.A. Bayitch, Latin America. A Bibliographical Guide to Economy, History, Law, Politics and Society, editado en 1961 por la Universidad de Miami y que seis años más tarde fue reeditada ampliada con el título de Latin America and the Caribbean. A Bibliographical Guide to Works in English.

El año 1968, Arthur E. Grapp, bibliotecario de la Columbus Memorial Library de la Panamerican Union, dio a la imprenta A Bibliography of Latin American Bibliographies. Su propósito fue poner al día la obra de C.K. Jones ya mencionada; pero efectuando importantes modificaciones. Muchas de las referencias de Jones fueron eliminadas y se le agregaron más de cuatro mil nuevas. La información alcanza hasta 1964.

El interés de los estudiosos norteamericanos por las publicaciones relativas a los países latinoamericanos ha conducido a un meritorio esfuerzo por sistematizar la bibliografía. Nos referimos a la publicación anual del Handbook of Latin American Studies, cuya primera entrega está dedicada al año 1935.

La preparación del Handbook ha sido auspiciada por la Hispanic Foundation de la Biblioteca del Congreso y en ella han intervenido americanistas tan destacados como Lewis Hanke, Miron Burgin, el chileno Francisco Aguilera, Nathan A. Haverstock y Earl J. Parisean. Hasta el número 13 fue impreso por las prensas de la Universidad de Harvard y posteriormente por las prensas de la Universidad de Florida. Para facilitar su empleo cuenta con un “Provisional cumulative author index” para los primeros veinte volúmenes, editado en dos tomos por la Biblioteca del Congreso.

No estará de más indicar que desde el volumen 26 el Handbook se ha dividido en dos partes, una de ellas relativa a ciencias sociales y humanidades.

Finalmente, es necesario recordar de manera destacada la publicación de la Revista Interamericana de bibliografía. Inter-American Review of Bibliography por la División de Filosofía y Letras de la Panamerican Union, cuyo primer número comprende el período de enero a marzo de 1951. Desde entonces esta publicación ha contribuido de manera decisiva al conocimiento de la bibliografía americanista.

En lo que respecta a América Latina, el mayor esfuerzo en el campo de la bibliografía histórica es el que ha realizado la Revista de Historia de América publicada en México por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, que constituye un intento sistemático para dar a conocer libros y artículos de revistas especializadas.

El interés despertado por Latinoamérica en el presente siglo y la publicación de trabajos respecto de ella, que ha desbordado el ámbito de los países occidentales, motivó la aparición de la obra de Martín H. Sable, Latin American Studies in the Non-Western World and Eastern Europe. A Bibliography on Latin America in the Languages of Africa, Asia, the Middle East, and Eastern Europe, with transliterations and translations in English (Metuchen, 1970).

 

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