Volumen 1, N°1 Agosto de 2004

La bibliografía en Chile (1)

 

Bibliografía americanista

El interés que siempre ha habido en Chile por el conocimiento de la historia hispanoamericana, condujo desde el siglo pasado al estudio de su bibliografía a través de un conjunto de investigaciones que no tiene parangón en el continente.

Dos de los más sobresalientes historiadores chilenos, don Diego Barros Arana y don Miguel Luis Amunátegui, hicieron los primeros aportes en pequeños trabajos de carácter monográfico.

En 1861 Barros Arana publicó en los Anales de la Universidad de Chile, tomo XVIII, un estudio titulado Las cronistas de Indias que sin ser propiamente una bibliografía, contiene interesantes datos de orden bibliográfico sobre los libros de los grandes cronistas de Indias, desde Gonzalo Fernández de Oviedo hasta don Juan Bautista Muñoz.

En la década de 1870, Barros Arana y Amunátegui publicaron diversos estudios bibliográficos y comentarios relativos a los historiadores y cronistas americanos, en la Revista de Santiago. El primero dio a luz una Noticia bibliográfica de los poemas a que ha dado origen el Descubrimiento del Nuevo Mundo y el segundo un Ensayo sobre los orígenes de la Imprenta en la América Española, en que pasaba revista a los primeros impresos dados a la estampa en varias ciudades.

De mayor importancia fue la aparición, en 1882, de las Notas para una bibliografía de obras anónimas y seudónimos sobre la historia, la geografía y la literatura americana, de Diego Barros Arana, investigación en que catalogó 507 obras en diversos idiomas y relativas a las más variadas regiones del continente, señalando en cada referencia el autor, sus datos personales, e incluyendo algunas consideraciones sobre la obra en cuestión.

En las últimas décadas del siglo pasado y la primera del actual, tomó importancia el conocimiento de la bibliografía boliviana y peruana debido a las investigaciones de Gabriel René-Moreno. Avecindado en el país en 1865, el escritor boliviano fue designado Conservador de la Biblioteca del Instituto Nacional en 1888 y desempeñó ese cargo hasta su fallecimiento en 1908. Sus aficiones intelectuales le llevaron a formar una rica biblioteca, que le permitió junto con la consulta de los fondos bibliográficos del país, realizar sus eruditas investigaciones.

Su primera publicación importante fue la Biblioteca Boliviana. Catálogo de la sección libros y folletos, que salió a la circulación en 1879. Registraba 3.529 títulos, que abarcaban desde la Colonia hasta el año precedente a la publicación. Veinte años más tarde un compatriota, Valentín Abecia, complementó el trabajo con unas Adiciones a la Biblioteca de Gabriel René-Moreno, en que agregó 571 referencias, y en el mismo tomito, Enrique Barrenechea, funcionario de la Biblioteca del Instituto Nacional, agregó una adición al catálogo de Abecia. El propio René-Moreno prosiguió el registro para el periodo 1879-1899 en su Primer Suplemento a la Biblioteca Boliviana, que salió de las prensas en 1900 con una colación de 1.647 piezas. Un Segundo Suplemento para el período 1900-1908 apareció en el último de los años indicados, un mes después del fallecimiento del autor en Valparaíso.

La serie de obras relativas a Bolivia preparada por René-Moreno se completa con el Ensayo de una bibliografía general de los periódicos de Bolivia, 1825-1905, que dio cuenta de 1.352 publicaciones periódicas.

La bibliografía peruana debe a René-Moreno también una contribución fundamental por el estudio contenido en los dos tomos de la Biblioteca Peruana (Santiago, 1896), en que, sin pretender resultados exhaustivos, el autor anota los libros y folletos conservados en la Biblioteca del Instituto Nacional y en la Biblioteca Nacional.

Todavía, René-Moreno hizo algunos aportes curiosos a la bibliografía americana a través de las siguientes obras de carácter historiobibliográfico que publicó en Santiago: Bolivia y Argentina (1901); Bolivia y Perú. Notas históricas y bibliográficas (1905); Bolivia y Perú. Más notas históricas y bibliográficas (1905); Bolivia y Perú. Nuevas notas históricas y bibliográficas.

Por los mismos años en que el escritor boliviano efectuaba sus investigaciones, don José Toribio Medina daba a la publicidad sus más importantes trabajos bibliográficos, elevando este orden de estudios, en Chile y en América, a una altura no pensada.

Las primeras preocupaciones bibliográficas de Medina se encuentran en su Biblioteca Americana (Santiago, 1888), que no era más que un catálogo de 2.928 obras de su colección de libros relativos a Latinoamérica; pero dos años más tarde daba comienzo al conjunto de obras relativas a la imprenta con la publicación de La Imprenta en Lima. Epítome. 1584-1810 y La Imprenta en América. Virreinato del Río de La Plata. Epítome. 1705-1810, que fueron seguidas luego, en 1893, por La Imprenta en México. Epítome. 1539-1810. Esas tres obritas tenían por objeto preparar el camino para las obras definitivas, en la esperanza de obtener la colaboración de los historiadores y bibliógrafos americanistas.

Los grandes trabajos sobre la imprenta americana, producto de varios viajes por el continente y de la acumulación de verdaderos tesoros bibliográficos en su biblioteca personal, comienzan en 1891 con la salida a circulación de su Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile y continúan el año siguiente con la publicación de la Historia y bibliografía de la Imprenta en el antiguo Virreinato del Río de La Plata.

Puede afirmarse que esta última obra fue un gran triunfo para Medina, porque reveló sus grandes dotes de investigador a amplios círculos intelectuales gracias a la lujosa edición hecha por el Museo de La Plata, dirigido a la sazón por su amigo don Francisco de Paula Moreno.

Refiriéndose a esta obra, el Director del Museo Británico, Mr. Richard Garnett, afirmaba en un comentario que era un “trabajo tan honorífico para el país que lo ha producido por la excelente tipografía y la belleza de sus numerosos facsímiles, como también para el autor por la extensión y exactitud de sus investigaciones y los detalles curiosos e interesantes tanto biográficos como bibliográficos que pone a luz en cada página. Si pudiera tratarse de igual modo el resto de la América española, la parte más olvidada del mundo rivalizaría, si no excedería, a cualquier país europeo”.

La empresa que a Garnett parecía un sueño quimérico, fue realizada por Medina mediante la publicación de sus siguientes libros acerca de la imprenta. Entre 1904 y 1907 aparecieron los cuatro macizos tomos de La Imprenta en Lima (1584-1924), que superaron por su volumen, 3.948 entradas, y su valor intrínseco, el trabajo sobre el Río de La Plata.

La otra gran capital virreinal americana, México, queda estudiada entre 1908 y 1912 a través de los ochos tomos de La imprenta en México (1539-1 821), que anotan más de 12.400 títulos. “La exactitud y abundancia de piezas colacionadas en esta obra —comenta Feliú Cruz— la convierten en la piedra angular de la historiografía mexicana”. Tan cierta es esta afirmación que cuarenta años más tarde, en 1952, Francisco González Cossío en La imprenta en México agregó sólo 510 impresos a la obra de Medina.

Completan este conjunto de grandes obras, La Imprenta en Guatemala (1660-1821), aparecida en 1910 en un solo grueso volumen de más de 700 páginas que contienen el estudio de 1.097 títulos y La imprenta en la Puebla de Los Ángeles (1640-1821), publicada en 1908 y comprensiva de 1.928 títulos.

Los demás puntos del continente que cobijaron talleres de impresión durante la Colonia y la Independencia fueron objeto de estudios monográficos de menor envergadura, que aparecieron en letras de moldes en los primeros años de este siglo. La siguiente es la lista de esos trabajos: La Imprenta en Arequipa, el Cuzco, Trujillo y otros pueblos del Perú durante las campañas de la Independencia (1820-1821); La Imprenta en Cartagena de las indias (1809-1821); La Imprenta en Oaxaca (1720-1820); La Imprenta en Quito (1760-1818); La imprenta en Veracruz (1794-1821); Notas bibliográficas referentes a las primeras producciones de la imprenta en algunas ciudades de la América Española (Ambato, Angostura, Curazao, Guayaquil, Maracaibo, Nueva Orleans, Nueva Valencia, Panamá, Popayán, Puerto España, Puerto Rico, Quereba, Santo Domingo, Tunja y otros lugares (1754-1823).

La serie de obras relativas a la imprenta en América constituye la historia y la bibliografía más amplia y erudita acerca del arte de imprimir en el Nuevo Mundo. Sin embargo, la mayor parte de estos libros fue editada en cantidades de cien o doscientos ejemplares, porque Medina comprendía que sólo podían interesar a un número reducido de estudiosos.

Para poder imprimirlos en condiciones adecuadas, Medina adquirió una imprenta, que instaló en su propia casa, y que bautizó como Imprenta Elzeviriana en homenaje a los famosos impresores holandeses de apellido Elzevir. En ella pasó Medina largas jornadas, dirigiendo los trabajos, señalando la tipografía y aun componiendo trozos con sus propias manos, en no pocas ocasiones.

El esfuerzo desplegado por Medina para agotar el estudio de la imprenta en Hispanoamérica tuvo una duración de más de veinte años, en que no sólo debió trabajar intensamente, sino que también cosechar sinsabores e incomprensiones. El mismo exclamaba en una de sus últimas obras sobre la imprenta: “¡Cuántas veces hemos tenido ocasión de arrepentirnos de haber abrazado un campo cuya extensión no calculamos en el primer momento y que se ha llevado sin sentir los mejores años de nuestra vida, privándonos de realizar obras cuya ejecución acariciábamos desde la juventud y que habían de redundar en el conocimiento de nuestra patria, para trabajar de una manera abrumadora en una sin brillo, y poco duradera quizás!”.

Otra de las grandes tareas llevadas a cabo por Medina en el campo de la bibliografía americana lo constituye su Biblioteca Hispano-Americana (1493-1810), compuesta por siete tomos aparecidos en Santiago entre 1898 y 1907.

En esta obra, Medina catalogó dos tipos de impresos: primero los libros publicados por americanos o españoles que vivieron en América y que no tratan de una manera directa de las cosas de nuestro continente y en segundo lugar los libros escritos en castellano o en latín e impresos en España o fuera de ella por españoles o americanos, o publicados en la Península por individuos de cualquier nacionalidad, en alguno de aquellos idiomas.

El registro alcanzó a 8.481 piezas, comenzando por la carta de Colón a los Reyes Católicos en que les anunciaba el descubrimiento de las Indias. Contrariamente a lo que había hecho en las investigaciones sobre la imprenta, Medina fijó el año 1818 como término del período estudiado en esta obra.

Según el plan de Medina, la Biblioteca Hispano-Americana debía complementarse con la Biblioteca Hispano-Chilena, aparecida en los mismos años. En la primera debían buscarse los libros generales sobre América que en algunas de sus partes tratasen de Chile y en la segunda las obras específicas sobre este último.

Ambas obras fueron editadas en corto número de ejemplares, llegando a ser muy escasas, hasta que el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina reeditó facsimilarmente la Biblioteca Hispano-Americana entre 1958 y 1962 y la Biblioteca Hispano-Chilena en 1963.

El largo contacto con la historia y la bibliografía americana dejó a Medina abundantes materiales para la elaboración de otros libros de carácter más especializado, que pudo trabajar una vez concluidas sus investigaciones sobre la imprenta y la bibliografía. Ya en 1912 publicaba su Bibliografía Numismática colonial Hispano-americana, dos años más tarde las Noticias bio-bibliográficas de los jesuitas expulsos de América en 1767, en 1919 el Ensayo de una bibliografía extranjera de santos y venerables americanos y en 1925 el Diccionario de anónimos y seudónimos hispanoamericanos. Una última obra, publicada póstumamente en 1952, el Ensayo Bio-bibliográfico sobre Hernán Cortés, completa este cuadro.

Tales fueron los principales trabajos de José Toribio Medina, relacionados con la bibliografía americana, sin contar diversas bibliografías sobre las lenguas indígenas de América ni las que incluyó en sus numerosas investigaciones de tipo histórico.

Con posterioridad a las publicaciones de Medina, la bibliografía americana experimenta en Chile un descenso sin que se puedan encontrar más de dos o tres investigaciones de categoría. La obra del célebre tradicionista peruano Ricardo Palma fue estudiada en 1933 por Guillermo Feliú Cruz en su libro En torno de Ricardo Palma, cuyo tomo segundo está dedicado a un Ensayo crítico bibliográfico. En el orden de los estudios sociales, Moisés Poblete Troncoso publicó en 1936 un Ensayo de bibliografía social de los países hispano-americanos, que reseña de preferencia escritos de políticos e intelectuales.

En época más reciente el estudio de la literatura hispanoamericana recibió un aporte significativo con la obra del norteamericano Sturgis E. Leavitt, Revistas hispanoamericanas. Índice bibliográfico (1843-1935), cuyo material fue recopilado, en parte en Chile. Esta vasta investigación, que cataloga 30.107 artículos de las cincuenta más importantes revistas científicas y literarias de Latinoamérica, comenzando por el primer número de los Anales de la Universidad de Chile, fue editada por el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina en 1960.

Dentro de la bibliografía americanista deben considerarse también las obras sobre anónimos y seudónimos que indicaremos en el capítulo respectivo.

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