Volumen 1, N°1 Agosto de 2004

Las epidemias del siglo XVII en la historia demográfica de Florencia (1)

 

Testimonios sobre las epidemias en Florencia durante el S. XVII

El siglo XVII en Florencia a través del análisis de las epidemias, se abre en el año 1609 con la aparición de una epidemia de fiebres petequiales, para curar las cuales, la población recurrió al auxilio del denominado “Aceite del Gran Duque de Toscana”[3]. Avanzando en el tiempo, ya libre de ese mal, la población de la península itálica se vio enfrentada, durante los años 1621-1622, a una grave carestía principalmente en las regiones de la Umbría, Las Marcas, la Emilia Romagna, y las ciudades de Padova, Venecia y Florencia[4].

Hacia el año 1630 y hasta el 1633, se desarrolla en Florencia la última Peste Negra que azotó la ciudad. Esta epidemia comenzó hacia agosto de 1630 y se mantuvo con algunos altibajos hasta septiembre de 1633. En su evolución, experimentó una regresión durante el año 1632, agravándose nuevamente de manera significativa a partir del año 1633. Según lo atestiguan los cronistas “...en el año 1630 durante todo el mes de agosto, se declaró otra peste que primeramente se manifestó en la ciudad de Milán y luego pasando por Boloña, llegó a esta ciudad descubriéndose en una mujer de Trespiano que habitaba en una casa de la Plaza de San Marco”[5].

La mortandad causada por esta epidemia fue significativa tanto en el campo como en la ciudad “... porque en la primera peste (1630-1631) en trece meses, comprendiendo el campo a una milla, murieron cerca de 12.000 personas y en el rebrote de 1633, en cinco meses, abatió de 1.600 a 1.800 personas”[6]. Una vez que el morbo “... desde la Lombardía descendió a lo largo de la península (...) azotó a Florencia segando en los primeros cuatro meses 9.000 víctimas en la ciudad, la que no superaba los 70.000 habitantes”[7].

Entre las razones aducidas para explicar la peste, se han señalado las guerras y fundamentalmente la guerra por la sucesión de Vicenzo II de Gonzaga, Duque de Mantova, quien había muerto en el año 1627. Como consecuencia de la muerte de Vincenzo, se produjo la pugna entre Carlo Gonzaga, Duque de Nevers y Carlo Emanuele de Savoia, agregándose posteriormente a la disputa el Emperador de Austria, Fernando II, quien también reclamaba derechos sobre la ciudad. En el año 1629, el Emperador envió un ejército alemán a ocupar y saquear Mantova, acción a la cual se contrapuso Luis XIII, rey de Francia, quien envió su ejército contra Carlo Emanuele haciendo ocupar Pinerolo y el marquesado de Saluzzo. “La guerra trajo rápidamente tras de sí la carestía y con el hambre las ‘bandas alemanas’ esparcieron el contagio de la peste, que afectó y despobló una buena parte de Italia. Por todo el territorio recorrido por el ejército, se encontraba algún cadáver en las casas, alguno en la calle. Poco después en ésta o aquella ciudad, comenzaron a enfermarse, a morir personas y familias de males violentos, extraños, con signos desconocidos para la mayor parte de los vivientes”[8].

Estos signos no eran otra cosa que la aparición de los bubones, los que se presentaban principalmente entre los muslos, detrás de las orejas y bajo las axilas. Paralelamente a esto, sobrevenía una fiebre altísima, con fuerte dolor de cabeza, especialmente en el frontal, vómitos, pulso irregular y débil. Los menos fuertes morían entre atroces dolores al cuarto día, mientras que los que poseían una mayor resistencia física debían ser observados cuidadosamente entre el cuarto y séptimo día, ya que todo aquél que lograba pasar del séptimo día, podía considerarse salvado[9].

La forma más usual de curar a los apestados era mediante la sangría de los miembros. Esto muchas veces lograba aliviar a los enfermos y una vez producida la evacuación de la sangre, era necesario aplicar algún remedio sobre la herida, a fin de “resistir el veneno”. Para este fin se usaban las cosas ácidas y principalmente la Triaca y el Aceite contra venenos del Gran Duque[10]. Estos remedios demostraron ser bastante efectivos, ya que aquellos que tomaban diariamente este jarabe, generalmente se salvaban. Además de esto, se trataba de madurar los bubones con una unción de aceite de almendras dulces y lirio blanco a lo que se agregaba el Aceite del Gran Duque.

Como la epidemia se manifestaba en toda su crudeza, la gravedad de la crisis hizo que el Estado decretase la cuarentena en Florencia, la que se inició el 20 de enero y se prolongó hasta el 4 de marzo de 1631. Conjuntamente con esta medida, el Estado determinó que se equiparan dentro de la ciudad, cuatro lazaretos, los de San Miniato al Monte, San Francesco al Monte, San Marco Vecchio y el de Maccione, con la finalidad de prestar la debida ayuda y socorro a la población afectada del mal. Una importante participación le cupo en esta ocasión a la Archiconfraternidad de la Misericordia de Florencia, la que tuvo a su cargo el transporte de todos aquellos que se consideraban sospechosos de contagio, los que eran asilados en los lazaretos. Además de esto, la Misericordia se preocupó de transportar a los muertos a los cementerios ubicados en las afueras de las puertas de San Miniato, San Frediano y San Gallo. Según lo señalan los cronistas, la autoridad civil de la ciudad “... llegó a incurrir en la excomunión al violar la inmunidad de los conventos para la recuperación de los apestados”[11].

Los apestados presentaban por efecto de la epidemia formas grotescas, ya que la mayoría tenía varios bubones, los que “... mataban más a los jóvenes que a los viejos, porque siendo la sangre la fe de este mal, los viejos teniendo poco, el contagio en consecuencia (...) hacía menor progreso”[12].

Además de las medidas anteriormente señaladas, las autoridades de Florencia ordenaron que no se admitiera dentro de la ciudad, ni aun exhibiendo certificado de sanidad, a aquellos que habían partido desde lugares afectados por la peste. Todos aquellos considerados como sospechosos, debían presentar ante el Comisario de las puertas, la papeleta correspondiente, luego de lo cual eran retenidos y puestos en una prisión separada del resto. Se prohibió además a todos los habitantes de la ciudad aceptar en sus casas a aquellos que provenían desde lugares sospechosos. Esta obligación debía ser rigurosamente respetada por todos y especialmente por los “... posaderos y hospederos y aquellos que tengan habitación hosteril, bajo pena de muerte y confiscación de los bienes”[13]. Por otra parte, la población fue conminada a notificar inmediatamente ante las autoridades a todos los sospechosos y extranjeros. Las disposiciones sobre el particular fueron tan drásticas que se ordenó “... que los cocheros, barqueros, carruajeros, camilleros y otros, no condujeran a ninguno de los Estados lejanos (extranjeros) sin las boletas justificativas, bajo pena de galera o pérdida de las bestias”[14].

Con relación a las labores productivas “... fue prohibido dentro de la ciudad la labor del gusano de seda por ser peligroso, ya que fácilmente con su hedor ocasiona corrupción”[15]. Las disposiciones de las autoridades fueron tan extremas, que se prohibió además entrar en los límites de la ciudad a todos los hebreos, vagabundos, bribones y gitanos, aunque poseyeran la boleta de sanidad “... no siendo tiempo de agravar el campo de la ciudad con humores tan malignos, dispuestísimos a la podredumbre”[16]. De esta manera, no se pudo en adelante, entrar o salir de la ciudad por las presas del Amo, prohibiéndose también la realización de cualquier feria y mercado. Debido a estas medidas, fue el Estado el que se vio en la obligación de proveer a la población del sustento necesario. Para ello se instalaron dos almacenes generales, uno en el Convento de Santa Croce y el otro en el Convento del Carmine, con el fin de abastecer a los particulares. Al mismo tiempo, la ciudad fue dividida en 6 partes, sextos o “sestieri”; a saber: Santo Spirito, Santa Croce, Santa María Novella, San Giovanni, San Giorgio y San Ambrosio[17].

 

Un episodio de la peste en Florencia. Pintura del siglo XVII


Un servicio de caridad. El transporte de cadáveres en angarillas. Archiconfraternidad de la misericordia

A cada sexto de la ciudad fueron asignados 4 Caballeros encargados de la dirección general del sexto, a los que se agregaban 2 Canónigos y un número variable de Caballeros delegados en las calles a fin de distribuir los víveres. Todo esto queda configurado en el siguiente cuadro:

  • Sexto de Santo Spirito: 4 Caballeros; 2 Canónigos; 32 Caballeros delegados en las calles.
  • Sexto de Santa Croce: 4 Caballeros; 2 Canónigos; 36 Caballeros delegados en las calles.
  • Sexto de Santa María Novella: 4 Caballeros; 2 Canónigos; 37 Caballeros delegados en las calles.
  • Sexto de San Giovanni: 4 Caballeros; 2 Canónigos; 35 Caballeros delegados en las calles.
  • Sexto de San Gregorio: 4 Caballeros; 2 Canónigos; 24 Caballeros delegados en las calles.
  • Sexto de San Ambrosio: 4 Caballeros; 2 Canónigos; 31 Caballeros delegados en las calles[18].

Para los efectos de alimentar a la población, la distribución de los alimentos se realizaba en carretas proporcionadas por los propios habitantes y además en carretas de mano. El reparto se realizaba al despuntar el día y la ración que se le otorgaba a los habitantes era la siguiente:

Ración alimenticia de la población florentina durante la cuarentena

  • Pan: 2 de 1 libra c/u.
  • Bizcochos: 1 de 8 onzas.
  • Vino: 1 cuartillo.
  • Carne: 1,5 libras (domingos, lunes y jueves).
  • Salchichas: (martes).
  • Arroz: 4 onzas (miércoles, viernes y sábado).
  • Sal: 4 onzas semanales.
  • Aceite: 4 onzas semanales.
  • Brasas: 0,5 fanegas.
  • Leña: 4 haces o siete pedazos de leña gruesa.
  • Vinagre: 1 cuartillo.

A todo esto, debe agregarse:

  • Escobas: 1 por cada casa.
  • Fósforos: 1 paquete por casa[19].

De esta manera, se estructuraron durante la cuarentena una serie de funciones tendientes a proporcionar una mejor atención a la población. Todo ello revela la enorme preocupación del Gran Duque Ferdinando II por sus súbditos, como asimismo el excelente grado de organización de la ciudad frente a la crisis. En la práctica, un número de aproximadamente 1.100 personas afrontó la gran responsabilidad de mantener con vida a la población de la ciudad durante esta emergencia.

Personal ocupado durante la cuarentena y servicios prestados a la población

  • Superintendente General: Alfonso Broccardi
  • Caballeros Delegados en los Sestieri: 24
  • Caballeros en las calles que asistían a la distribución: 195
  • Canónigos: 12
  • Escribientes y Asistentes: 90
  • Manipuladores que servían en las carretas: 450
  • Personal de servicio en los almacenes: 100
  • Cocheros y muleros: 200
  • Proveedores de grano: 1
  • Proveedores de vino: 1
  • Proveedores de fuego: 1
  • Proveedores de aceite: 1
  • Proveedores de carne (con 6 ayudantes): 7
  • Visitadores de hornos: 2
  • Personas empleadas en la Cuarentena: 1.085

Otros

  • Almacenes generales y particulares: 8
  • Carretas de Palacio: 20
  • Carretas de Caballeros: 166
  • Mulas para este servicio: 23

Raciones a personas encerradas en sus casas: 32.452[20]

También los delegados debían visitar las casas de los pobres “... para purgarlos de toda inmundicia y suciedad, haciéndoles blanquear (las casas) y limpiar, para quitar toda ocasión de mal olor, siendo la asquerosidad madre de la corrupción y ésta de la peste”[21]. Las calles de la ciudad debían barrerse continuamente para evitar la suciedad y no se permitió arrojar las aguas ocupadas en las casas a las piletas y lugares en donde se lavaban los paños, por la fetidez que despedían. Al respecto, las autoridades ordenaron que en cada casa, y en el lapso de 15 días, “... hiciesen un retrete para desaguar y si no se hacía, el Magistrado (...) lo haría a costas del mismo patrón, procediendo luego a indemnizarlo. Proveyeron además a aquéllos que dormían en tierra, de jergones, a fin de que después de las fatigas del día, no estrellaran los huesos sobre el batido de la tierra, sino con el sueño, cómodamente los reposaran. Se limpió todavía la ciudad de pobres que van mendigando, se los puso a todos en un lugar separado, fuera de las puertas (...) por ser esta yesca facilísima para encender el fuego del contagio y esparcirlo”[22].

Otra importante decisión de la autoridad dice relación con las sepulturas, ya que no se permitieron las sepulturas simples, ordenándose que debían tener dos tapas y luego estucarlas, a fin de que no se produjese ningún tipo de emanaciones[23]

Al manifestarse la peste con toda su dureza, las bajas que produjo se manifestaron principalmente en los extremos de la ciudad, que era además el lugar donde vivían los más pobres[24]. Un testimonio recogido de una modesta mujer que servía en el Lazareto de San Miniato al Monte, en donde desempeñaba múltiples labores y ejercía además la profesión de partera, nos permite comprender toda la gravedad de la epidemia, ya que “... en sus manos parieron cerca de mil mujeres, ninguna de las cuales se salvó, y de los niños nacidos, solamente tres vivieron”[25].

Los registros de mortalidad de que disponemos y en los cuales nos hemos apoyado, nos ilustran claramente que durante el año 1630, los meses de agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre fueron los más críticos. Todo esto queda reflejado por el hecho de que en su conjunto estos cinco meses constituyen el 68,7% de la mortandad generada por la epidemia en ese año. El promedio mensual de mortandad para ese año se eleva a la cifra de 449 muertos, correspondiendo ello al 18,7% del total.

En el conjunto de los meses más críticos sobresale con nitidez el mes de noviembre, el cual alcanza la cifra de 1.020 muertos, configurando por sí solo aproximadamente el 19% del total y mostrando además 571 muertos por sobre el promedio mensual. De esto se deduce claramente que la mortandad en dicho mes, en términos generales, duplica el promedio mensual. (Véase Cuadros 1, 2 y 3).

Durante el año 1631, la mortandad es significativamente inferior, alcanzando tan sólo la cifra de 1.632 muertos. El volumen de defunciones durante este año presenta sin embargo, un comportamiento diferente, debido a que el mes con mayor índice de mortandad es abril con 153 muertos, lo que significa un 9,4% del total. Todos los demás meses presentan cifras superiores a los 100 muertos, ubicándose el período de mayor crisis entre los meses de abril a julio, los que configuran el 35,4% del total anual, llegando la media mensual a los 136 muertos. (Véase Cuadros 1, 2 y 4).

Los Archivos consultados no registran índices de mortandad durante el año 1632, quizás por la reducidísima proporción que ella alcanza por efecto de la regresión de la epidemia.

Cuadro 1. Registros de Mortandad

-
1630
1631
1633
1630
1631
1633
1630
1631
1633
Marzo
10
7
30
17
8
31
--
22
--
Abril
122
36
159
127
36
163
--
81
177
Mayo
110
43
50
110
41
48
--
55
173
Junio
123
45
39
126
47
36
--
49
119
Julio
116
45
31
116
45
30
--
55
54
Agosto
225
52
37
226
57
37
105
25
9
Septiembre
161
50
41
169
53
39
390
13
--
Octubre
113
58
42
115
56
45
407
20
--
Noviembre
79
46
35
82
50
26
859
14
--
Diciembre
51
59
50
53
61
48
668
2
--
Enero
46
62
81
53
67
77
252
--
--
Febrero
31
73
81
27
71
80
158
--
--
Marzo
32
64
45
25
64
42
88
--
--
Totales
1.219
640
721
1.246
656
702
2.927
336
532
Fuente
A.S.F. Serie della Grascia. Registro dei Morti Nº 10 1626-1669
A.S.F. Arte dei Medici e Speziali. Registro dei Morti. Detto "R" Nº 257 (Dic. 1620-Dic. 1634)

A.M.F. Códice 259 Sección C.

 

 Cuadro 2

 



 Cuadro 3. Año 1630

 



 Cuadro 4. Año 1631

 



 Cuadro 5. Año 1633

 

Al reaparecer el mal en el año 1633, podemos contabilizar a través de estos tres registros, la cifra de 1.955 muertos, siendo particularmente importantes los meses de abril con 499 muertos, mayo con 271, junio con 194 y julio con 115. En su conjunto estos meses constituyen el 55,2% del total anual. Se puede observar además que los meses de enero y febrero, en conjunto, alcanzan la cifra de 319 muertos, correspondiendo ello al 16,3% del total. De esta manera, los seis meses señalados anteriormente configuran el 71,5% de la mortandad de ese año. Es notoria la situación del mes de abril, el que nos muestra un 25,5% de la mortandad general, en circunstancias que la media mensual se ubica en los 163 muertos, lo que a su vez corresponde a un 8,3% del total anual. (Véase Cuadros 1, 2 y 5)[26].

Ante la evolución de la epidemia, muchas personas, en especial aquellas que poseían villas en las afueras de la ciudad, optaron por alejarse de ella durante la crisis. Aquellos que permanecieron extremaban los cuidados para no contagiarse ”...aquellos que deseaban conservarse huían del contacto del pueblo y del gentío; acostumbraban no salir afuera en la mañana en ayunas, tomando vinos generosos o alguna reserva de ácido de cedro y cosas similares; metían la moneda que les caía en las manos en vinagre fuerte, o en él, dentro de un vaso de cobre la hacían dar un hervor (...) y esto era más seguro y más expedito, porque si bien el metal no coge infección cuando está limpio, puede recibirla en cualquiera suciedad que al ser manoseada allí se pega; muchos calentaban los paños antes de vestirse, perfumándolos con enebro y otros se echaban bayas en la boca, quemando esa madera en la cama. Se acostumbraba tomar tríaca y píldoras de rufo, dos o tres veces a la semana (...) y fue muy usado el aceite de carabo, ungiéndose la nariz y llevándose un vasito para oler”[27].

No debemos olvidar además la creencia universal de la época que señalaba que la peste no podía desaparecer sin el auxilio de la Providencia divina. Por ello, encontramos también en esta ocasión manifestaciones de fervor de la población florentina hacia la Madonna dell’ Impruneta, a la que la población hizo donativos y regalos, durante y después del mal[28].

Habiendo desaparecido la peste, la población pudo restablecerse con tranquilidad, debido a que no se vio afectada por otra epidemia sino hasta el año 1648. En efecto, a partir de ese año y extendiéndose además hasta el año siguiente, se produjo en la Toscana un trastocamiento de las condiciones climáticas, lo que afectó principalmente a la agricultura. Como consecuencia de esta situación se generó una grave carestía apareciendo además las fiebres petequiales, las que no solamente afectaron a esta región, sino que también se dejaron sentir en el Piamonte, la Lombardía, el Véneto, la Emilia Romagna y el Lazio.

En Florencia, la epidemia comenzó a manifestarse a fines de agosto de 1648 “...llevada por un mendigo de la infecta provincia de Casentino; se contagió a aquellos que curaban el mendigo y posteriormente se expandió por toda la provincia afectando a casi todos y preferentemente a los de edad avanzada (...); en algunos casos el restablecimiento tardaba hasta los 40 días, quedando calvos todos los convalecientes. La epidemia continuó hasta el equinoccio de primavera, y a pesar del rígido frío, recrudeció sobre todo en invierno”[29].

Sobre las formas de enfrentamiento de esta epidemia no existen menciones por parte de los cronistas. Tan sólo sabemos que el propio Gran Duque de Toscana, ordenó el 20 de agosto de 1649, que 20 cirujanos recorrieran las aldeas cercanas a Florencia para practicar sangrías y aliviar de esta manera a muchos campesinos que sufrían de fiebres y morían en gran cantidad[30].

En los años siguientes, la población no se vio afectada por epidemias de importancia. Podríamos señalar que en estos años se produjeron algunos fenómenos que alarmaron a la población, como por ejemplo, el terremoto que sacudió a la ciudad en abril de 1667 y cuyo epicentro se ubicó en áreas de la actual Yugoslavia. El gran pavor que la gente experimentó ante este fenómeno se vio aumentado por las interpretaciones que señalaban una serie de anomalías a partir de la erupción del Volcán Etna, en dos ocasiones, durante el mes de marzo de ese mismo año.

Sin temor a equivocarnos, podemos señalar que en la segunda mitad del siglo XVII en Florencia, estuvo dominada por epidemias derivadas de trastornos climáticos. En efecto, a partir del año 1668, estas características comenzaron a hacerse casi constantes. El año 1668 fue un año seco; el 1669, sumamente lluvioso en invierno y primavera, lo que produjo el desborde del río Amo. En diciembre de ese año, el río se heló como consecuencia de una baja térmica, la que además produjo una nevazón de tal magnitud que la gente no pudo salir de sus casas al estar las puertas bloqueadas por la nieve[31].

Durante el año 1682, nuevamente se manifestaron con gran rigor las malas condiciones climáticas, especialmente durante el verano. Esta estación se caracterizó por una fuerte humedad y tempestades con granizos y lluvias. Al mismo tiempo, en agosto de produjo el desborde del río Amo, y además comenzó una epidemia de viruela, a raíz de la cual habrían muerto en la ciudad entre julio y septiembre, cerca de mil personas[32].

En 1687, la rigurosidad climática se manifestó durante el invierno, el cual se caracterizó por ser muy frío, con abundante nieve y hielo. Como consecuencia de esta situación, se produjeron enfriamientos y males de pecho, señalándose que también por estos hechos habrían muerto cerca de mil personas [33]. Las malas condiciones climáticas continuaron durante todo el año 1688, el que se muestra húmedo y nivoso durante marzo y abril, cambiando a un ciclo de fuerte pluviosidad a partir del mes de octubre. Por efecto de las precipitaciones, el río Amo se desbordó en tres ocasiones, anegando totalmente toda la vasta superficie agrícola desde Livorno hasta Florencia, con las graves consecuencias que de ello se derivan.

La gravedad de esta situación no desapareció, ya que el año 1689 volvió a ser crítico. Todas estas situaciones de crisis por efecto del clima, reaparecen durante el periodo 1692-1697, viéndose principalmente afectada la producción agrícola. En este período y a partir del año 1692 reaparecieron las fiebres petequiales y por efecto de la sintomatología con que ellas se presentaban, la población experimentó gran alarma. Las condiciones climáticas desfavorables son particularmente notorias durante los períodos 1693-1695 y 1696-1697. En el año 1693, el invierno fue seco, mientras que, en cambio, la primavera se presentó lluviosa y fría, con tempestades e inundaciones. El verano no fue caluroso, pero sí lluvioso, mientras que el otoño se mostró seco y caluroso, características todas que se repiten durante el año 1694[34].

De todos estos accidentes no poseemos índices de mortandad, aunque suponemos que la mayoría de las muertes se produjeron en los hospitales y también entre la gente pobre que había llegado a la ciudad huyendo de los padecimientos que la carestía había causado en el campo. Es importante establecer que entre 1693-1695, tan sólo el año 1695 aparece como nivoso durante el invierno; en cambio, el período 1696-1697 se caracteriza principalmente por el frío causado por las nevazones, lo que produjo toses y males de pecho entre la población, situación que se repitió en marzo y junio de 1699, acarreando una epidemia de neumonía que se generalizó entre la población.

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