Volumen 2, Nº1 Agosto de 2005

Ricardo Donoso Novoa y sus contribuciones a la historiografía nacional

 

II. Estudios biográficos

Don Benjamín Vicuña Mackenna. Su vida, sus escritos y su tiempo. 1831-1886

En 1925 la Universidad de Chile convocó a un concurso literario sobre la personalidad de Benjamín Vicuña Mackenna. Ricardo Donoso ganó el certamen --tenía entonces 29 años de edad-- con su libro Don Benjamín Vicuña Mackenna. Su vida, sus escritos y su tiempo. 1831-1886, que fue publicado por la Imprenta Universitaria en un tomo de 671 páginas. Hasta ese momento circulaban varios libros y folletos sobre el historiador, pero pocos de ellos se habían construido sobre una base documental y en ninguno se estudiaba la labor intelectual de Vicuña Mackenna. El señor Donoso abordó este aspecto, y según manifestó a Peter Sehlinger lo hizo “a través del paralelismo que ella ofrece con su actividad política y literaria”, agregando que en su trabajo “fue la primera vez que se hizo un estudio de su actividad periodística, que nadie había encarado”[16].

Donoso revisó una cantidad impresionante de documentos personales de Vicuña Mackenna, leyó sus obras, estudió sus discursos y las mociones presentadas en la Cámara de Diputados y en el Senado, compulsó las actas de las sesiones de la Municipalidad de Santiago, revisó los artículos de Vicuña insertos en El Mercurio de Valparaíso (1852-1885), El Ferrocarril (1856-1885), El Nuevo Ferrocarril (1879-1881), La Voz de Chile (1862-1863),El Veintiuno de Mayo de Iquique (1880-1883), La Patria (1879-1881), La Asamblea Constituyente (1858),La Voz de la América (1865-1866, diario enteramente redactado por Vicuña Mackenna durante su misión confidencial a los Estados Unidos), El Mensajero de la Agricultura (1856-1857), Revista del Pacífico (1858-1869),Boletín de la Sociedad Nacional de Agricultura (1867- 1877), Revista Chilena (1875-1879), Boletín de la Guerra del Pacífico (1879-188l), Revista de Artes y Letras (1884-1885), y otros periódicos nacionales y extranjeros. También dispuso de una fuente de primera importancia: las informaciones que le entregó doña Victoria Subercaseaux, viuda de Vicuña Mackenna.

Con esta base documental se dio a la tarea de redactar la biografía, utilizando de preferencia el método narrativo, pero sin dejar de lado los aspectos críticos y analíticos, acompañados de un aparato erudito de envergadura, que le demandó unesfuerzo especial. “Don Ricardo me contó --escribe Carlos Ruiz-Tagle-- que fue un trabajo lento y que muchos datos se los dio la viuda de Vicuña Mackenna, doña Victoria Subercaseaux. El iba a verla por las tardes y anotaba, anotaba, gozaba anotando y construyendo el personaje llamado Benjamín: Así nos dejó a todos sus lectores un libro espléndido. La vida del gran Intendente que sólo descansó a la hora de su muerte, a los 54 años” [17].

Pero Donoso no solo trazó la vida de Vicuña Mackenna, también analizó su obra historiográfica y literaria y reconstruyó la historia de Chile del período 1831-1886, logrando un cuadro vívido en una apretada síntesis. Por ello, esta biografía de Vicuña Mackenna no ha sido superada y permanece como una obra fundamental en la historiografía chilena. Con razón Guillermo Feliú Cruz afirmó que “salvo algunas investigaciones realizadas con posterioridad a 1925, fecha de la publicación de la obra, la de Donoso sigue siendo capital”. Feliú señaló que la bibliografía de Vicuña Mackenna que Donoso publicó al final del libro “ha aportado una importantísima contribución a la bibliografía 'vicuñista' que aún se conserva en pie, bibliografía que Donoso emprendió con propósito de hacerla --si en esto hay algo que así pueda llamarse-- definitiva”[18], destacando la recopilación de los escritos periodísticos.

En opinión del crítico literario Omer Emeth (Emilio Vaisse), “El señor Donoso, limitando con sabiduría su campo, mas no su tarea, se ha contentado con un volumen único, apretado, eso sí y sustancioso, en cuya composición ha debido gastar un enorme caudal de tiempo y de paciencia. La ley del menor esfuerzo que, desde el pecado de Adán, reina en nosotros y nos avasalla con tanta facilidad, no ha logrado vencer al señor Donoso. Digno, pues, y justo es que le demos los más sinceros parabienes por la magnitud de su esfuerzo y por el buen ejemplo que acaba de damos: ejemplo que consiste en anteponer la pluma a la tijera en asuntos de historia; y esfuerzo que se mide por los miles y miles de páginas manuscritas y sobre todo impresas que ha sido preciso leer, analizar y clasificar antes de escribir este libro”[19].

Barros Arana, historiador y hombre público

Por encargo del Consejo Universitario, Donoso escribió una biografía de Diego Barros Arana que fue publicada por la Universidad de Chile en 1931, con el título de Barros Arana, historiador y hombre público, obra que fue reeditada en México en 1967 por la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia con el título de Historiadores de América. Diego Barros Arana. Las razones que movieron al Consejo Universitario fueron el dar a conocer en forma sistemática las contribuciones del ex rector del Instituto Nacional y de la Universidad de Chile a la historiografía nacional, su vasta labor en el campo de la educación pública, y la defensa que hizo de los intereses territoriales de Chile en el litigio limítrofe con Argentina, tema que siempre ha provocado polémica.

Ricardo Donoso profesaba una profunda admiración por el biografiado, tal cual se puede inferir de sus propias palabras:

“Como se ha dicho en más de una ocasión, la personalidad intelectual mas importante de Chile, por la influencia que ejerció en distintos campos de la actividad, después de la del ilustre educador don Andrés Bello, es la de don Diego Barros Arana. Primero, como educador en la larga labor que realizó él como profesor y rector del Instituto Nacional, como reformador de nuestra enseñanza pública y como rector de la Universidad de Chile. Si a esto se agrega la importante participación que él tuvo en la defensa de los intereses territoriales de Chile, en la discusión de la cuestión de límites con la República Argentina, en el cargo de perito, y su grandiosa obra intelectual, constituida por la Historia General de Chile en dieciséis volúmenes, y por sus diversos trabajos reunidos en sus obras completas en otros dieciséis volúmenes, basta para exhibir su personalidad intelectual como una de las más notables del panorama intelectual no sólo de Chile, sino de Hispanoamérica”[20].

El plan y la metodología usados por el profesor Donoso en su trabajo sobre Barros Arana, son muy similares a los que empleó en su biografía de Vicuña Mackenna, sobresaliendo igualmente la enorme masa documental que le sirvió de base en su investigación. En una reseña sobre la obra, firmada por J. M. Fernández Saldaña, se leen los siguientes conceptos: “Si no bastara para afirmar la calidad de un investigador la vida de Benjamín Vicuña Mackenna, escrita por Donoso en 1925, el libro que me ocupa lo conseguiría ampliamente. Los trece capítulos y los apéndices documentales encerrarlos en un tomo de cerca de 350 páginas, juntan en la solidez de sus materiales y en la limpia frase que los envuelve, todo el alto mérito de la profunda labor de Donoso”. Más adelante el crítico anotó: “Lejos de ser un estudio escueto y frío, el nuevo trabajo de Ricardo Donoso rebosa del propio espíritu del biografiado, de manifiesto a través de sus escritos y de su correspondencia privada… De hoy en adelante --para decir verdad-- nadie podrá ocuparse del autor de la Historia General de Chile sin verse obligado a tener en cuenta esta biografía, labor definitiva y excelente, que el Consejo Universitario de Chile, sabiendo de sus méritos, honróse al encomendársela al erudito ex-conservador del Archivo Nacional”[21].

Al igual como ocurriera con la biografía de Vicuña Mackenna, la obra sobre Barros Arana ha sido de capital importancia y ha estimulado estudios posteriores sobre el historiador y su obra, su participación en la vida pública chilena y su influencia en la cultura nacional.

El Marqués de Osorno, don Ambrosio Higgins, 1720-1801

Si bien podríamos señalar que las obras ya analizadas tienen el sello particular del autor y se definen por su objetividad y méritos propios que las han hecho perdurar en el tiempo, hay otros estudios biográficos de Donoso que en nuestra opinión son también de excelencia en cuanto al manejo metodológico y el acervo documental y bibliográfico. Este es el caso del estudio titulado El Marqués de Osorno, don Ambrosio Higgins, 1720-1801, que fue publicado por la Universidad de Chile en 1941 en un grueso volumen de 502 páginas.

Es interesante notar que el profesor Donoso acostumbraba incluir en sus libros breves textos documentales introductorios al personaje o tema en estudio. En el caso del Marqués de Osorno presentó un párrafo de una carta que Juan Mackenna remitió a Bernardo O’Higgins el 20 de febrero de 1811, para luego intercalar una opinión de Claudio Gay y, finalmente, otra de José Antonio Lavalle. Transcribimos estos textos porque pensamos que el autor quiso reflejar a través de ellos el objetivo último de su estudio. La carta de Juan Mackenna dice: "La vida de su padre, fielmente relatada, presentaría una de las lecciones morales más hermosas en la historia de la humanidad. No conozco ninguna mejor calculada para imprimir en los espíritus jóvenes el inestimable valor de la honradez inflexible, del trabajo infatigable y de la inconmovible firmeza”. Las palabras de Claudio Gay son las siguientes: “La historia de Chile debe al Gobernador O’Higgins más de una página, así como el país ha debido a su celo, a su instrucción y a la elevación de sus sentimientos, muchos bienes, cuya memoria conserva y conservará siempre con inefable reconocimiento”. Finalmente, la opinión de José Antonio Lavalle es del siguiente tenor: “La vida de don Ambrosio O’Higgins, Marqués de Osorno, Barón de Ballenary, Teniente General de los Reales Ejércitos de S. M. C. y su Virrey, Gobernador y Capitán General del Reino del Perú, por los marcados contrastes que presenta y por las abundantes peripecias que ofrece, es una verdadera novela; así como por la relación de sus trabajos administrativos, y la tendencia de ellos, es una útil y elocuente lección para los estadistas americanos. Escribirla con detención y maduro estudio, sería hacer un verdadero servicio a la historia administrativa y política de la América Española, sobre todo del Perú y de Chile, teatro de sus glorias y de sus más importantes trabajos”[22].

Sea cual haya sido el objetivo que perseguía Donoso al incluir esas palabras citas, ellas demuestran también la magnitud de la tarea que emprendió. En el prólogo de la obra reconoció que la investigación había sido larguísima por la masa documental y abundante bibliografía consultada, y que muchos problemas que se le plantearon pudo superarlos gracias a la colaboración que recibió de varios investigadores, entre quienes menciona a Ricardo de la Fuente Machain, Eugenio Corbet France, Walter Bose, César Pillado Ford, Ernesto Greve, Agustín Edwards y Gustavo Opazo Maturana. Destacó el señor Donoso la vital importancia que en su estudio tienen los documentos recopilados por José Toribio Medina y algunas de sus monografías.

Como complemento al texto, el profesor Donoso publicó una serie de documentos inéditos y una vasta bibliografía que Guillermo Feliú calificó como “un apreciable aporte”[23].

Con gran honestidad, Donosos especificó en el prólogo del libro que este no era un trabajo definitivo, agregando que correspondería a otros historiadores rehacer “algunos períodos de la vida del ilustre mandatario, que alcanzó las humanas dignidades con un trabajo ímprobo y un esfuerzo constante, y a quien puede ofrecerse como un enaltecedor ejemplo a la juventud”[24].

La biografía de Ambrosio O’Higgins fue bien acogida por la crítica extranjera y nacional. El diario La Nación de Buenos Aires, en su edición del 25 de mayo de 1941 criticó el libro en términos encomiosos:

“Tres motivos cardinales coinciden para que esta obra repercuta sonoramente en el interés de los lectores de aquí y del otro lado de la cordillera; porque la figura del Marqués de Osorno es de tan singular relieve en la historia americana y aun en la historia de los triunfadores de todos los tiempos, que merece el desarrollo y la intensidad inquisitiva que ahora se le ha dado; por ser don Ambrosio Higgins el padre del más esforzado prócer de la independencia de Chile; y porque ha sido Ricardo Donoso, espíritu de fina y elevada comprensión, quien ha percibido la posibilidad de renovar las limitadas proyecciones que, más por su condición de progenitor de O'Higgins que por su propia gravitación, los historiógrafos le atribuyeron al irlandés que en tierras hispanas de América llegó, por méritos intergiversables, pero no siempre conducentes en el régimen institucional de las colonias españolas, a ocupar, en un momento culminante de su liberal despertar, la más alta jerarquía en la escala de los funcionarios metropolitanos: la virreinal".

No ha necesitado Ricardo Donoso para dar altura pertinente a subiografiado, recurrir al reflejo de la gloria de su hijo, ni extremar procedimientos tendientes a magnificar excelsas transmisiones paternas encaminadas a robustecer el origen de aquél. Ha requerido su trabajo, eso sí, un esfuerzo generoso, paciente y tenaz de compulsa e investigación con objeto de recomponer una existencia falseada por la leyenda, acomodaba en alguna de sus partes a la grandeza del retoño nacido de una aventura de amor en Chillán, e incompleta, por lo demás, en aquellas zonas en que más se advierte su notable impulso ascendente en un medio no siempre fácil y más bien hostil, como lo era el de las categorías, dignidades y privilegios, del exclusivista sistema gubernativo de España en el Nuevo Mundo.

Le ha bastado una precisa documentación, fielmente interpretada, para decimos con clara luminosidad por qué razones nomeramente circunstanciales, aquel extranjero de obscura juventud y modestos comienzos al servicio de las autoridades españolas de Chile fue escalando posiciones, atesorando servicios, hasta encumbrarse en la primera magistratura de Chile, de donde pasó al trono virreinal del Perú, coto reservado a la avidez de magnates peninsulares.

Para llegar a esta meta, el autor ha tenido que destruir, primeramente, la maraña legendaria que había convertido a don Ambrosio Higgins en lastimero buhonero de caminos y devolverlo a una realidad perfectamente contrastada con la prueba documental, copiosa y categórica. A esa identificación se agrega la de tres amigos entrañables del Barón de Ballenary y futuro Marqués de Osorno: la de don Diego de Armida; la del portugués don Juan Albano Pereyra, a quien confió la custodia de su hijo --ambos comerciantes como él--, y la de don Domingo Basavilbaso, el primitivo administrador de los Correos en el Río de la Plata. Con esta trinidad, Donoso apuntala la arquitectura frontal de su trabajo y prepara la atmósfera de la primera parte de su libro, es decir aquella relacionada con el desenvolvimiento del comercio en las colonias españolas sudamericanas y la espinosa situación de los extranjeros en un ambiente de recelos, de amenazas y de inquietudes, conmovedoramente registradas en las persecuciones que sufrió don Juan Albano Pereyra, trémolo angustioso en el fondo de las ambiciones del activo irlandés. Otra figura de significación en el conjunto de estos tramos iniciales es la del ingeniero don Juan Garland, a cuya sombra crecen y florecen las esperanzas de Higgins. Desde este punto el historiador chileno va trazando con prolija y detallada fluencia de hechos y consecuencias la carrera sorprendente del andariego delineador de fortificaciones, del constructor de paradores en la Cordillera, del viajero infatigable que desencantado de su recibimiento en España inicia sus actividades militares para llegar sucesivamente a teniente coronel, a brigadier general, a gobernador intendente de Concepción, a gobernador y capitán general del Reino de Chile, cargo en el que realiza visitas acuciosas por el territorio, exhibe sus ideas de gobernante acerca de las poblaciones, ejecuta una fecunda labor política y administrativa, levanta reproductivas obras públicas, pacifica al indígena, crea nuevas ciudades, enfrenta con decisión el problema de las ideas liberales en ese punto crítico del hervor nacionalista de fin de siglo y de irreparable resquebrajamiento del imperio colonial; repuebla la ciudad de Osorno y tras todas esas medidas sin pausa ni resuello, le llega su nombramiento de virrey del Perú, y poco después del marquesado de Osorno. Pero ya en esta estación de su carrera, se van apagando en él la actividad y las luces, el virrey ha llegado a las postrimerías de su vida, no obstante lo cual, aun emprende obras y diseña proyectos. El autor describe sus últimos años, el nacimiento del hijo más tarde famoso y su educación, la destitución y la muerte del virrey, así como la existencia de los cuatro sobrinos, con lo cual completa el cuadro no solo de esta familia, sino del largo período histórico que se extiende desde 1720 hasta 1801.

Un conjunto documental interesantísimo, una colección de ilustraciones entre las que destacan en importancia algunos planos en gran formato, completan la significativa obra de Ricardo Donoso”[25].

Por su parte, Juan Mujica de la Fuente anotó las siguientes observaciones:

“Una obra digna de muy alta estimación, por todos conceptos, es la que hace poco ha dado a luz la sección publicaciones de la Universidad de Chile: un prolijo estudio, con enorme acopio de documentación en su mayor parte inédita, sobre la relevante figura de don Ambrosio O'Higgins, debida a una larga y perseverante investigación.

Su autor, el conocido historiógrafo don Ricardo Donoso, dignísimo director del Archivo Nacional, ha logrado en este largo trabajo de carácter histórico reafirmar su alta categoría de infatigable investigador y de claro expositor de la materia estudiada. La obra se lee con placer por su estilo sencillo y correcto, satura la mente de conocimientos muy curiosos sobre la interesante vida del prócer irlandés al servicio de España, y agrada contemplar sus ilustraciones, prolijamente seleccionadas con acierto, que dan vida a personajes caídos en el olvido y a diferentes localidades de nuestro país.

Donoso ha desentrañado los verdaderos orígenes del padre del Libertador de Chile, en forma ampliamente documentada; ha logrado destruir la leyenda del origen obscuro y largas penurias que tanto los chilenos --todos sin excepción-- como extranjeros habían expuesto en sus trabajos sobre este gran gobernante. Además, traza el autor con talento y proporciones justas toda la inmensa labor constructiva de O'Higgins padre en el progreso de Chile durante el último cuarto del siglo XVIII, demostrando que su paso por nuestra tierra fue pródigo en obras de bien público, que fueron quedando esparcidas por todo el territorio, desde Vallenar a Osorno, nombres ambos que se unen a su persona con los títulos que ostentara de barón y marqués, respectivamente, de estas mismas denominaciones.

Especial aplauso merece esta obra por la iniciativa del autor al incluir dentro de la relación de la vida y trabajos del Marqués de Osorno, extensos capítulos sobre personajes de aquella época, hombres llenos de mérito por su espíritu de empresa, que secundaron al gobernante de origen irlandés en su labor constructiva: don Diego de Armida, el portugués don Juan Albano Pereira, el ingeniero don Juan Garland y el genovés don Juan de la Cruz y su familia.

Entre las ilustraciones que este libro contiene, debemos citar como de grande interés los planos de las villas de San Rafael de Rozas (Illapel), San Ambrosio de Vallenar, Santo Domingo de Rozas (La Ligua), Santa Rosa de los Andes, el de la ciudad de Santiago y el mapa de Chile trazado y firmado por don Ambrosio O'Higgins, en Madrid el año 1768”[26].

Antonio José de Irisarri, escritor y diplomático (1786-1868)

La personalidad de Antonio José de Irisarri (1786-1868), guatemalteco de nacimiento, ministro de O’Higgins, político y periodista muy controvertido, diplomático ocasional al servicio de Chile, personaje muy criticado por el empréstito de Londres y el Tratado de Paucarpata y, finalmente, después que abandonó el país, Ministro de Guatemala y El Salvador ante la Casa Blanca, atrajo con fuerza a Ricardo Donoso, quien le dedicó varios trabajos centrados especialmente en sus actividades durante sus gestiones en Chile. En 1934 la Universidad de Chile publicó Antonio José de Irisarri, escritor y diplomático (1786-1868), obra que recibió una segunda edición, con algunos cambios, hecha por la Facultad de Filosofía y Educación de la misma institución en 1966. El mismo año apareció el artículo “Dos periodistas de antaño: Irisarri y Mora” (Biblioteca Nacional, Semana retrospectiva de la prensa chilena). El año siguiente el profesor Donoso sacó a la luz, en Santiago, Escritos polémicos por Antonio José de Irisarri. Prólogo, selección y notas de Ricardo Donoso, antología documental de gran valor, a la que siguió en 1957 un estudio sobre los entendimientos forjados por Irisarri y las autoridades argentinas contra José Miguel Carrera, inserto entre las páginas 251 y 264 del Nº 125 de la Revista Chilena de Historia y Geografía. La primera edición de la biografía recibió una reseña de Manuel Vega, pero sin lugar a dudas la crítica de Raúl Silva Castro respecto de la segunda edición, da un enfoque amplio que cubre la visión total que en sus dos trabajos citados entregó el señor Donoso sobre el controvertido personaje. Dice en ella el señor Silva Castro:

“En el curso de 1968 se ha cumplido centenar desde el fallecimiento de Irisarri. Obvio es decir que ninguna festividad especial signó esta fecha, que en otro caso habría sido motivo de celebraciones más o menos entusiastas según el grado de aprecio con que se distingue hoy al personaje. Y ello se debe a que el nombre de Irisarri es singularmente odioso en el terreno de la historia nacional, no tanto por el empréstito contratado en Londres, sino más bien por la traición cometida a raíz del tratado de paz de Paucarpata. En el primer caso, puédesele acusar de malversación; en el segundo la acusación es algo más remontada pues a pocos días de haberse ajustado aquel convenio, Irisarri se pasó al séquito de Santa Cruz y fue, desde entonces hasta Yungay, uno de los colaboradores más inmediatos en el plan de la Confederación. De representante de Chile pasó a enemigo. En la biografía que debemos a la diligente pluma de Ricardo Donoso, todos los antecedentes han sido pesados en conciencia, y el veredicto es abiertamente condenatorio. Debe notarse que desde la primera edición estampada en 1934, hasta la segunda, no hay cambios sustanciales en la redacción. Existe, sí, una bibliografía de Irisarri (pp. 289-99), y algunas piezas reproducidas en apéndice que sirven para corroborar aseveraciones del autor en el texto. Pero el señor Donoso, si bien condena al diplomático ligero de cascos y sin escrúpulos, hace expresa reserva de que admira al escritor, a quien con frecuencia califica de agudo y de elocuente. Le llaman especialmente la atención escritos como La historia crítica del asesinato cometido en la persona del Gran Mariscal de Ayacucho (a la que dedica un capítulo completo, fuera de alusiones en otras partes, (pp. 204 y ss.), y algunos de los muchos pequeños periódicos que publicó Irisarri en diversas ciudades americanas, generalmente para defenderse de las imprecaciones de sus malquerientes. En cambio de esto, le parecen pueriles e insignificantes (p. 249) las observaciones de temas literarios que Irisarri congregó en su libro titulado Cuestiones filológicas publicado en 1861... La verdad lo que salvo el caso de la historia con asesinato de Sucre, ya mentados, la literatura de Irisarri dista mucho de ser plausible como sería deseable. El propio señor Donoso lo reconoce de cuando en cuando: es prolijo, se detiene en menudencias, arguye con cierta malicia socarrona pero subalterna. ¿Débese esto a falta de filosofía? Tal vez; podría atribuirse también por lo menos en parte a la conciencia del escritor, que al reprocharle traiciones y transfugios debilitaba el convencimiento que dan las doctrinas seguidas con entusiasmo y calor. En resumen: Irisarri parece individuo bien dotado para las letras, pero que jamás se detuvo a hacer de ellas otra cosa que instrumento para satisfacer sus pasiones y sus sentimientos. Y como ocurre que en él sentimiento y pasión aparecen subyugados por viles apetitos, el resultado viene a ser esta literatura que ofrece cierto brillo aparente, cierta marcialidad de fachada, y más allá el vacío, el caos. El autor divide su materia en 28 capítulos y un epílogo y abre su libro con un prólogo, al cual añade ahora, como es de rigor, un prólogo para la segunda edición. La obra está adicionada con láminas, una en color, que sirve de frontispicio, en la cual Irisarri aparece en edad juvenil, precisamente cuando estaba de Ministro de Chile en Londres. Es una obra completa, de fácil lectura, ligeramente novelada o dramatizada en algunas partes, y que hace y hará autoridad por mucho tiempo sobre el tema que la motiva”[27].

Un letrado del siglo XIIII, el doctor José Perfecto de Salas

En 1963, auspiciado por el Instituto de Historia Dr. Emilio Ravignani, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Ricardo Donoso publicó en dos tomos su extenso estudio titulado Un letrado del siglo XVIII, el doctor José Perfecto de Salas. En esta obra el autor buscó el origen de la penetración de las ideas de la Ilustración en Chile y señaló que estas pasaron al país por medio del ingreso de libros y bibliotecas completas que desde España --y a pesar de las prohibiciones existentes-- hicieron diversos personajes como José Antonio Rojas.

En el prólogo, Donoso señala que la personalidad de José Perfecto de Salas ha motivado el interés de varios historiadores como Miguel Luis Amunátegui, Luis Montt, Domingo Amunátegui Solar, José Toribio Medina, Rubén Vargas, Juan Salas Errázuriz y Aniceto Almeyda. Con cautela, Donoso indica y analiza las contribuciones que cada uno de ellos ha realizado y las características de sus obras, agregando que con su propia investigación “en tres puntos particularmente importantes cree el autor haber aportado alguna novedad a la evocación del pasado americano: al bosquejo del ambiente espiritual de esta parte de la América en la segunda mitad del siglo XVIII, al de la corrupción de la administración colonial, y a la penetración de las ideas del siglo XVIII en este apartado rincón de la América meridional que constituía la Capitanía General de Chile”[28].

En esta obra, el uso de material documental y bibliográfico es extenso. Abundan las transcripciones de papeles provenientes del Archivo Nacional (Capitanía General, Fondo Antiguo y Colección José Ignacio Víctor Eyzaguirre), de documentos originales o copias de la Sala Medina de la Biblioteca Nacional, del Archivo General de Indias de Sevilla, del Archivo Histórico Nacional de Madrid, de la Biblioteca de Palacio de la capital hispana, del Archivo General de la Nación de Buenos Aires, del Archivo de la Provincia de Mendoza y de la Biblioteca Nacional de Lima. La compulsa de tanto material, el registro y ordenación de los datos, los análisis del contenido y finalmente la redacción final y su anotación, demandaron un trabajo duro, tedioso y largo que, estando Donoso acostumbrado a ello por sus investigaciones previas, pudo hacer sin dificultad.

Para Peter Sehlinger, los trabajos de Donoso sobre Ambrosio O’Higgins e Irisarri tienen como trasfondo el problema de la penetración en Chile de las ideas de la Ilustración y la influencia del espíritu del siglo XVIII en el proceso de independencia, y expresan la tesis del autor de que la emancipación “fue la etapa final de un proceso de gestación antigua ayudado por las ideas enciclopedistas”. Sehlinger hizo este planteamiento al señor Donoso, quien aclaró su pensamiento incluyendo también su opinión sobre su trabajo acerca de José Perfecto de Salas:

“Creo que en los últimos años se ha acentuado entre los historiadores americanos la tendencia a asignarle una mayor importancia a la influencia de las ideas para buscar la explicación de ciertos fenómenos históricos. Este aspecto de la penetración de las ideas del siglo XVIII, en el ambiente intelectual de los países americanos, al cual los historiadores han dado en el presente siglo el título de la Ilustración, ha merecido en el último tiempo una atención preferente de todos los historiadores, por cuanto constituye algo así como el tránsito del absolutismo al sistema constitucional. Como personajes característicos de los hombres ilustrados del siglo XVIII, me he ocupado particularmente de dos. Uno, don Ambrosio O’Higgins (1720-1801), ilustre Gobernador de Chile quien ejerció el poder desde 1788 hasta 1796 y que después fue promovido al cargo de Virrey del Perú. Es bastante característico de este nuevo espíritu la política que precedió la orientación de la actividad española en esta parte de América, particularmente en el territorio de Chile y en el Perú. En otro libro que apareció en los últimos años que lleva por título Un letrado del siglo XVIII, el doctor José Perfecto de Salas, me he preocupado de rastrear el origen de la penetración de las ideas de la Ilustración en el territorio de Chile a través de las bibliotecas que trajeron desde España a Chile dos hombres que pueden ser considerados los verdaderos precursores de la Independencia de Chile, don José Antonio Rojas (1732-1817) y don Manuel de Salas (1754-1841), que tuvieron la oportunidad de viajar por España a fines del siglo XVIII, y que trajeron a Chile las primeras bibliotecas en las cuales aparecen las ideas científicas que circulaban desde antiguo en Europa en todos los ambientes intelectuales. Era la primera vez que llegaban al ambiente intelectual de Chile las ideas de los pensadores, de los naturalistas, de los científicos, de los viajeros, de los juristas y tratadistas que estaban empeñados en socavar las bases del absolutismo político y echar las bases de un nuevo régimen político. Como personaje característico de la época de la independencia en la biografía he procurado señalar la evolución de don Antonio José de Irisarri (1786-1868), nacido en plena colonia y al que le cupo actuar en todo el territorio americano, desde Chile hasta Nueva York, porque este hombre fue espectador de los más grandes acontecimientos de su época que vio la caída del absolutismo, a la cual contribuyó él con su vibrante pluma de escritor y polemista. Enseguida fue espectador del desorden que se produjo en todas las latitudes americanas por el establecimiento del nuevo régimen político. La lucha con las fuerzas reaccionarias, la incultura de las masas, la dificultad de adaptar las nuevas instituciones republicanas al ideal de los próceres de la Independencia. Esta época que los historiadores y el mismo Irisarri caracterizaron con los rasgos más rigurosos como el de la anarquía americana: es decir, todo este período que más que anarquía podríamos calificar como de ensayos de organización política. Esta anarquía fue de mayor o menor duración en las distintas latitudes americanas. Felizmente en Chile fue de corta duración y puede decirse que fue la Constitución de 1833 la que echó las bases de la organización política de Chile. La vida de Irisarri, muy larga, muy laboriosa, a través de todos los países de América, es que constituye el testimonio de un hombre quien vivió estas transformaciones profundas por las que pasaron las nacientes repúblicas americanas. De modo que el estudio de sus escritos y el estudio de su vida constituyen una novela apasionante de un autor de primara fuerza en este período dramático de la organización política de los países americanos”[29].

Francisco A. Encina Simulador

En 1965, en la Revista Chilena de Historia y Geografía,el señor Donoso publicó un artículo sobre Francisco Antonio Encina[30] que fue seguido de otro intitulado “Alberto Edwards y Encina”[31] en que contrastó los méritos de las obras fundamentales de ambos, es decir, La fronda aristocrática del primero, y la Historia de Chile, del segundo. Años más tarde, en 1969, Donoso entregó el primer tomo de su largo estudio Francisco A. Encina, Simulador, que completó en 1970 con el segundo volumen, originando una gran polémica[32].

Precediendo al prólogo, y siguiendo su costumbre habitual, Donoso intercaló dos breves párrafos, uno de Gonzalo Bulnes y otro de Samuel E. Morison, y en estas palabras es donde se trasluce su pensamiento acerca de la labor del historiador, que, evidentemente, no concuerda con el trabajo realizado por Encina.

La cita de Bulnes está tomada de la conclusión de su obra Guerra del Pacífico, y dice textualmente:

“Me ha sostenido en este pensamiento un concepto de deber y otro de propia conveniencia. El de deber no necesito explicarlo; la conveniencia es el convencimiento de que en todas las obras humanas, lo que no se ajusta a la verdad tiene vida precaria y que no perdura sino lo que se conforma con ella. Si no me hubiera esforzado por interpretar los antecedentes en que he bebido mis informaciones con criterio estricto de justicia, habría dejado abierta la puerta para que un investigador de mañana derribase esta obra y la condenara al olvido que merece lo que no es verdadero y lo que no es imparcial. Sin pretender escribir la historia definitiva, que no existe, y que probablemente no existirá nunca, tampoco he querido hacer una obra efímera, sino algo que forme sanamente el criterio de la generación actual y de las venideras y puedan ellas inspirarse en las enseñanzas y deberes que fluyen de los hechos lealmente apreciados”[33].

A nuestro juicio es evidente que al citar estas palabras en un libro sobre el polémico Encina, Donoso está criticándolo y atribuyéndole a sus obras el carácter que Bulnes no quiso dar a la suya.

La segunda cita la extrajo Donoso del discurso que Morison pronunció el 29 de diciembre de 1950 al término de la reunión anual de la American Historical Association y que lleva por titulo “Faith of a Historian”, publicada en la American Historical Review (Nº 56, 1951, pp. 261-275) y dice:

“La profesión de historiador no tiene cabida para los tímidos pedantes, cuya ambición no va más allá de afirmar los pies en uno de los peldaños más bajos de la carrera académica y que pasan indiferentes de un grado profesional a otro, hasta que sobrevienen la muerte y el olvido. Ella requiere de hombres y mujeres de gran coraje, así como honradez y equilibrio. La carrera del historiador puede ser una gran aventura, no sólo en el campo de las ideas, y buen ejemplo de ello son las vidas de los historiadores Bolton y Trevelyan, hombres que escribieron historias, que no sólo llegaron al corazón, sino que contribuyeron a la extensión del conocimiento. Deseamos que ingresen a la profesión caracteres audaces y positivos”[34].

En su introducción, Donoso señaló los objetivos de su estudio, expresando que un ineludible deber moral, intelectual y cívico lo llevó a escribir el libro. Aseveró que los historiadores chilenos siempre han seguido las normas invariables “de la seriedad, de la probidad y de la investigación apasionada de la verdad”, sin recurrir a “la mistificación, o la simulación y a la invención de imaginarios testimonios para afianzar sus puntos de vista”. Según el autor, Encina pasó a llevar estas normas con el objetivo e satisfacer “una petulancia diabólica, una suficiencia que lleva a suscribir afirmaciones a raja tabla, y una convicción arraigada de detentar la verdad con declaraciones que no admiten réplica”[35].

Para Donoso, Encina consagró a dos hombres como los responsables de la estructura político-social de Chile: Diego Portales y Manuel Montt. Para lograr esto, no trepidó en elogios disparatados y conceptos pueriles, que no resisten examen, “pero que deslumbran al lector intonso, ayuno de toda cultura intelectual e histórica”[36]. Para el “simulador” --Encina-- los cambios del sentimiento público, la influencia de las ideas, los anhelos de reformas constitucionales y las luchas por las libertades políticas --señala Donoso-- no cuentan. Encina destaca excesivamente el aporte de Portales a la formación del Estado, haciendo llegar su influencia hasta el parlamentarismo.

Lo más desconcertante de la obra de Encina es, a juicio de Donoso, la falta de probidad intelectual. Lo acusa de aparentar ser un hombre de estudio e investigación, a pesar que “no puso nunca los pies en el Archivo Nacional” y que “tenía por la investigación el más olímpico desprecio... Estimaba incompatible la labor del historiador con la de investigador”[37]. La acusación se hace más clara aún cuando Donoso denuncia que Encina copió, extractó y plagió a varios autores como Diego Barros Arana, José Toribio Medina, Crescente Errázuriz, Ramón Sotamayor, Gonzalo Bulnes, C. Oliver y Clarence H. Haring y señala que “su obra constituye así la más monstruosa superchería, elaborada con astucia, utilizando, hasta ensus menores detalles, las páginas de esos eminentes historiadores[38]. En relación a la copia de textos, Donoso colocó en columnas paralelas lo que escribió Barros Arana y lo que redactó Encina, probando que su acusación de plagio por parte del segundo.

Donoso criticó la falta de referencias documentales en la obra del “Agricultor del durazno” como lo calificó. Lo acusó de falta de imparcialidad y de interpretar documentos y hechos a su amaño, diciendo que “no buscaba la explicación de los fenómenos políticos o sociales en los factores económicos o de otra índole, sino que pontificaba a raja tabla…”[39].

Donoso terminó la introducción afirmando que Encina no aportó ningún punto de vista novedoso ni documentación inédita.

En los dos volúmenes, Donoso estudió la obra de Encina paso a paso, demostrando cada una de las acusaciones que formuló en su contra.

La opinión dada por la crítica a la obra de Donoso fue positiva, e incluso logró la conversión de algunos admiradores de Encina, como Gaspar Marín A., quien publicó en la Revista Chilena de Historia y Geografía una reseña en la que señala que:

“nadie podrá negar a Encina su amenidad para escribir, sus condiciones de sociólogo y su poder de síntesis, y fuimos muchos los que celebramos la monumental historia, pese a que muchos pasajes no nos agradaran. Por eso el trabajo de acerba crítica del señor Donoso, hábil y serio investigador, produce al principio desconcierto y estupor. Sin embargo, a medida que las páginas avanzan nos damos cuenta cuan intonsos hemos sido y como las aseveraciones de Encina, a veces desmoralizantes, otras denigrantes de nuestros valores patrios, que creíamos fruto de acuciosos estudios en fuentes vírgenes y de exhaustiva labor en archivos y papeles inéditos, eran nada más que audaces afirmaciones”[40].

Otro crítico que alabó la obra de Donoso fue el canónigo Fidel Araneda Bravo, quien --valga la advertencia-- nunca fue admirador de Encina y, por el contrario, fue un riguroso crítico de algunas de las obras de Donoso. En su análisis del libro, Araneda señaló que “en Chile somos aficionadísimos a endiosar a quienes, con audacia y petulancia rayanas en el paroxismo, escriben con soltura y elasticidad lo mismo que otros autores dijeron con más sencillez y poca gracia. Tal acontece entre nosotros con Francisco Antonio Encina, autor de la mal titulada Historia de Chile en 20 tomos”. Más adelante afirmó que “son pocos los críticos que han tenido la audacia de enfrentarse con Encina para desenmascararlo como historiador; y a esos poquísimos atrevidos que, como Ricardo Donoso, descorrieron el velo de ese ‘Sancta Sanctorum’ de la Historia de Chile de Francisco Encina, se les hace el vacío; nadie se ocupa de un libro escrito para rectificar al autor premiado con la medalla de Oro por la Academia Chilena de la Historia. La obra Francisco A. Encina. Simulador ha sido comentada una sola vez en la prensa”. Araneda concluye diciendo que, lamentablemente, la obra de Encina “seguirá leyéndose con fruición y el prestigio intelectual del autor no mermará”. La causa de ello la atribuye a la difusión que tuvo la historia de Encina e indica que “la obra de Ricardo Donoso, desgraciadamente no va a llegar al público que leyó y se prendó de la Historia de Chile de Francisco A. Encina. El culto al ídolo no será arrancado tan fácilmente de la conciencia de estos lectores”[41].

Alessandri, agitador y demoledor

Para concluir el análisis de los estudios biográficos del profesor Donoso, pasaremos a ocuparnos de una obra que levantó una polémica que trascendió a la opinión pública, transformándose en un incidente de proyecciones. Nos referimos a su libro Alessandri, agitador y demoledor. Cincuenta años de historia política de Chile, publicado en 2 tomos en México en 1952 y 1957, respectivamente.

Como lo hemos dicho, Donoso tuvo un carácter fuerte, apasionado, a veces impulsivo, el que se demostró en algunos de sus escritos en que trató a determinados personales o reconstruyó algunos procesos de la historia nacional. El hecho concreto es que entre el profesor Donoso y Arturo Alessandri Palma existió una larga polémica, difícil de resumir en forma objetiva sin caer en errores o apreciaciones que pueden ser mal interpretadas. Por esa razón hemos preferido transcribir textualmente tres versiones distintas de este asunto, instando al lector que obtenga sus propias conclusiones y alentándolo a la lectura de las obras del señores Donoso y Alessandri Palma.

Peter Sehlinger en la entrevista que hizo a Ricardo Donoso, y que hemos citado en varias oportunidades, derechamente le hizo la siguiente observación: “En los dos tomos de su libro Alessandri, agitador y demoledor, usted ataca fuertemente al Presidente Arturo Alessandri Palma (1868-1950)”. La repuesta del profesor Donoso fue la siguiente:

“En mi larga vida de funcionario político, tuve la oportunidad de conocer y tener estrechas relaciones de amistad con destacados hombres públicos de mi país como Gonzalo Bulnes, José Toribio Medina, Domingo Amunátegui Solar, Arturo Alessandri Palma, Agustín (1868-1950) y Alberto Edwards, Carlos Ibáñez del Campo (1877-1960) y muchos más entre los cuales puedo mencionar a los señores Luis Barros Borgoño (1858-1945), vicepresidente en 1925, Pedro Aguirre Cerda (1879-1941) y a todos los ministros que pasaron por la cartera de Educación Pública, ya que en mi calidad de director del Archivo Nacional estaba en la obligación de mantener estrechas relaciones funcionarias con los más altos magistrados del Estado.

Como se ha recordarlo con mucha frecuencia, uno de los problemas más grandes con que se encuentra el historiador es el de escribir sobre la historia contemporánea, por cuanto los hombres que han actuado en la vida pública, en el parlamento, en el congreso, o en las columnas de la prensa se encuentran con muchos partidarios que sostienen con vigor sus puntos de vista y muchos de ellos fueron verdaderos dirigentes políticos. De modo que se necesita una gran dosis de coraje cívico para poder afrontar la responsabilidad de una opinión, para calificar la actuación y la orientación de la política de los hombres públicos.

Conel señor Arturo Alessandri Palma tuve relaciones de jefe a funcionario, porque en muchas oportunidades él me llamó para facilitarle documentos que se encontraban bajo la responsabilidad del director del archivo. Fuera de esto, no tuve con él ninguna relación de amistad personal. De modo que al juzgar su obra como hombre público, me consideraba con perfecta independencia para hacerlo. Creo que en las páginas de mi libro está enfocada su personalidad con alguna crudeza, pero con profunda sinceridad.

Le tocó al señor Alessandri actuar en un período de transición de la historia política de Chile. A él le tocó presenciar y ejercer el poder supremo como abanderado de la clase media que conquistó el poder político a consecuencia del triunfo de la Alianza Liberal en las elecciones del año 1918. De modo que cuando él llegó dos años después a la Presidencia de la República, era el representante más caracterizado de las ambiciones, de los anhelos y de los ideales de esta clase social que había estado casi del todo alejada de las responsabilidades gubernativas.

El primer período del gobierno del señor Alessandri tuvo un final bastante dramático con su caída en el año 1924. Desde entonces, él se transformó en un verdadero agitador, y la tarea que realizó durante los años 1931 y 1932 promoviéndoles toda clase de dificultades a los señores Carlos Ibáñez del Campo, presidente de 1927 a 1931, y Juan Esteban Montero (1879-1948), presidente entre 1931 y 1932, hasta lograr que este último fuera derribado del poder; lo caracterizaron como un agitador que ambicionaba intensamente recuperar el mando supremo, como ocurrió a fines de ese mismo año 1932.

El segundo período del gobierno del señor Alessandri fue muy diferente al primero. En este se caracterizó como un restaurador de las instituciones. Pero como él era un hombre de carácter vehemente y apasionado y tenía una tendencia a intervenir en cuestiones que no eran propiamente de su resorte, su segundo período terminó dramáticamente con la pavorosa tragedia de la Caja de Seguro Obligatorio […] Sus dos administraciones tuvieron finales muy dramáticos, la primera con su caída del año 1924 y la segunda con esa pavorosa tragedia que es una de la páginas más sombrías de la historia de Chile”[42].

Guillermo Feliú Cruz, refiriéndose a la polémica Alessandri-Donoso, escribió:

“La historia de esta historia tiene un carácter muy personal, tanto de parte de Donoso como de Alessandri. Donoso en 1920 formó en las huestes que acompañaron al caudillo de la redención de la clase media y popular. Después, a influjo de acérrimos enemigos de Alessandri (los radicales Pablo Ramírez, Enrique Oyarzún y el montino Arturo Prat Carvajal) y, también, por propia reflexión de su espíritu conservador, Donoso se fue alejando del caudillo y sin comprender la acción social reformadora de éste, concluyó, dentro de su concepto tradicional y estático de las cosas, viendo en Alessandri un demagogo, rodeado de una cáfila de ineptos. Estas ideas las expuso sencillamente en un ensayo histórico. Llamado a colaborar en la Historia de América publicada bajo la dirección de Ricardo Levene, impresa por los editores W. M. Jackson, Buenos Aires, 1941, en el tomo IX, Donoso incluyó el capítulo intitulado Desarrollo político y social de Chile desde 1833 (Págs. 339-449)[43]. El juicio sobre Alessandri, su obra, los colaboradores que lo acompañaron en los gobiernos (1920-1925, 1932-1938), y el personal de la administración pública con el que trabajó, es duro, injusto y no está bien cimentado. Apenas conoció Alessandri el trabajo de Donoso replicó en un libro que intituló Historia de América bajo la dirección superior de Ricardo Levene. Rectificaciones al tomo IX por Arturo Alessandri, Santiago de Chile, Imprenta Universitaria, 1941, y que forma un volumen de 162 páginas. Alessandri hace la defensa de sus dos administraciones. Los dos autores quedaron profundamente resentidos con estos escritos. Donoso decía de Alessandri: “se esforzó en caracterizarse como un renovador de la vida pública, y sus discursos y promesas tomaron un carácter verdaderamente mesiánico. El suyo fue un programa de rebelión y protesta más bien que reconstructivo, apunta acertadamente (Alberto) Edwards. El personal político se renovó en un sentido democrático, pero no se reveló mayor capacidad ni probidad que sus antecesores. Por el contrario, el señor Alessandri se rodeó de gentes tan insignificantes intelectual y moralmente (la ‘execrable camarilla' como dirían los militares), que sus desaciertos repercutieron de inmediato en el funcionamiento de la administración pública. El temperamento del Presidente no era tampoco el más adecuado para encarar las grandes soluciones nacionales: era vehemente, apasionado e impulsivo, sensible a los dolores de las clases desvalidas, pero perdía lastimosamente el tiempo en conflictos con los poderes públicos, el Senado y la Corte Suprema de Justicia. La cerrada y violenta oposición que le hacía la mayoría coalicionista del Senado lo exasperó, y en medio de una lucha constante, la acción gubernativa cayó en el marasmo y en la ineptitud notorias”. A su vez, Alessandri decía de Donoso: “Leyendo aquellas páginas con serenidad e imparcialidad se ve que no escribe un historiador, sino un hombre lleno de pasiones y prejuicios que lo arrastran hasta negar o desconocer verdades comprobadas, con el evidente propósito de desprestigiar a un adversario político, o, tal, vez, buscando servir ajenas pasiones de quien pueda recompensar aquellos ataques con favores y prebendas” (Velada insinuación de Alessandri a las aspiraciones de Donoso a la dirección de la Biblioteca Nacional). La defensa de Alessandri excede con mucho a lo que era necesario, sobreabunda en antecedentes, hechos positivos, afirmaciones concretas y consecuencias políticas inexcusables. Desde entonces, 1941, quedó en Alessandri el propósito de escribir sus memorias. Ya lo había tentado a ello el hermano de Ricardo Donoso, Armando, al publicar en 1925 la recopilación de sus discursos y cartas con el título El Alma de Alessandri y en 1934 en el volumen 34 de la Biblioteca Ercilla otro tomo Conversaciones con Don Arturo Alessandri.Mucho más se acentuaron en el ex Mandatario los deseos de convertirse en memorialista, cuando en 1942 la Imprenta Universitaria dio a luz en volumen propio, el capítulo de la Historia de América dirigida por Ricardo Levene. Apareció en un tomo de 212 págs. con el título Desarrollo político y social de Chile desde la Constitución de 1833, a la que sigue una bien abundante bibliografía para el conocimiento del período. Además, Donoso en un Apéndice y en un Epílogo, responde a las Rectificaciones. Desde entonces, más o menos, lo repetimos, Alessandri y Donoso decidieron hablar”.

Más adelante agrega Feliú que el libro de Donoso fue escrito “con ardorosa pasión”, y que su aparición pública, poco después de la muerte del ex mandatario, despertó el interés público. Señala que “El libro tuvo una respuesta acaso, a la vez, demasiado apasionada en cuanto al afecto hacia Alessandri. Augusto Iglesias a los 10 años de la muerte del estadista publicó en 1960 en la Editorial Andrés Bello un nutrido volumen de 436 págs. en 8º con el título Alessandri una etapa de la Democracia en América. Tiempo, Vida, Acción. Donoso llama al abuelo de Alessandri titiritero basándose en un documento en que hacíase referencia a su entrada a Chile en 1821, e Iglesias ha probado que no fue tal, y a mayor abundamiento recurre a otro documento en el que se establece que el abuelo del estadista, procedente de Buenos Aires, era italiano, tenía 27 años, soltero, escultor, etc. Frente a la alteración de un documento y la preterición de otro, ha escrito: “Ha hecho algo que le dolerá por siempre a lo que de él se diga como historiador: falsificó el documento de marras alterando la fecha realmente aparecida en esa hoja”. ¡Doloroso traspiés del historiador! La pasión --el odio mejor dicho-- arrojó un cargo gravísimo para la estatura moral de Donoso. ¡Sensible para el crédito de tan buen investigador! Pero no tenemos para que detenernos más en tan penoso incidente”[44].

Por su parte, Julio Heise ha escrito respecto de este tema las siguientes palabras:

“En el libro sobre Alessandri, Ricardo Donoso muestra una fuerte dosis de coraje cívico para juzgar la actuación de sus contemporáneos.

A don Ricardo Donoso le correspondió actuar en una época de transición. Percibió el hondo dramatismo de la sociedad de masas que surgió entre las dos guerras mundiales. En verdad le tocó vivir una época apasionante. Las exigencias de la evolución histórica habían determinado la aparición de graves y serios problemas sociales y económicos de inaplazable solución.

Nuestro país vivía entonces un período crítico, una época de ofensiva y análisis de los valores que --hasta ese momento-- representaban nuestra convivencia histórica y que ahora perdían fuerza y significación ante la inquietud y ante los problemas suscitados por la postguerra.

La nueva generación --a la cual pertenecía el joven Donoso Novoa-- empezó hacia 1920 a fermentar la levadura de las nuevas tendencias. Estudiantes, obreros y empleados, todos traían su querella y su reivindicación. Era una verdadera revolución espiritual. La fe, el sacrificio heroico, una vaga esperanza mesiánica, un oscuro instinto de reformas palpitaban en la masa trabajadora y en la clase media.

En todos los aspectos de la existencia colectiva se observaba una honda inquietud espiritual; una clara y enérgica actitud de rebeldía contra las ideas y los sentimientos tradicionales.

Desde 1920 comenzaban a derrumbarse definitivamente todos los valores consagrados por el siglo XIX. Grandes sectores de la juventud, toda la clase media e importantes núcleos de trabajadores deseaban cambiar las instituciones por nuevas formas de convivencia histórica. Se pensaba que nuestro pueblo era acreedor a formas humanas y justas de organización.

El individualismo aparecía en franca retirada y surgía, en cambio, una clara y vigorosa actitud social. La creciente democratización proclamó los derechos sociales del hombre, subrayando el concepto de la igualdad no sólo en lo político, sino también en lo social y lo económico. A las viejas garantías individuales, se agregan las garantías sociales. Al problema de la libertad, sucedió el de la igualdad, en lo político, lo económico-social.

Los viejos grupos ideológicos afrontaban una crisis irremediable. Nacían nuevas agrupaciones políticas que se esforzaban por expresar las nuevas tendencias espirituales de la postguerra.

Se vivía entre dos épocas, entre dos estilos de vida. Muchos no quisieron o no fueron capaces de adaptarse a los nuevos tiempos. Sectores de la clase dirigente parecían no percibir el cambio. Tenían noticias vagas de los graves acontecimientos del Viejo Mundo y de la inestabilidad de aquella sociedad que seguía viviendo de espaldas a la creciente democratización.

Es este el clima espiritual en el cual se define la personalidad ideológica de Ricardo Donoso Novoa. Esta atmósfera será determinante en la orientación de su ideología política y de su criterio social. Este clima espiritual lo llevó --siendo aún joven estudiante universitario-- a ingresar a las filas del Partido Radical. Como historiador encaró resueltamente la imagen real del mundo desgarrado que se presentaba a sus ojos.

A don Arturo Alessandri le correspondió actuar en esta época de transición. Políticamente terminó con el régimen parlamentario y echó las bases de un sistema presidencial. Desde el punto de vista social su gobierno señala la caída de la aristocracia y la conquista del poder político por la clase media.

El libro somete a severo juicio la actuación del Presidente Alessandri, para lo cual el autor no ahorró esfuerzo alguno de investigación”[45].

Otros estudios biográficos

Finalmente mencionaremos otros estudios biográficos del profesor Donoso que siguen manteniendo actualidad: Un amigo de Blest Gana: José Antonio Donoso (Santiago, Imprenta Universitaria, 1935); Hombres e ideas de antaño y hogaño (Santiago, Ercilla, 1936), Vicente Carvallo y Goyeneche, historiador de Chile (México, 1940), El Padre Melchor Martínez (Buenos Aires, 1944), "Don Ernesto Greve Schlegel, 1873-1956”, en Revista Chilena de Historia y Geografía, Nº 127, 1959, pp. 5-66, y José Antonio Soffia en Bogotá, (Bogotá, 1976).

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