Volumen 2, Nº1 Agosto de 2005

Historia, memoria, escritura. Etnografía de una lectura: Methodus ad Facilem Historiarum Cognitionem

 

II. De como fijar con exactitud los lugares comunes o rubricas de la historia

“[...] limitaremos sólo a las acciones humanas la acepción más amplia de la palabra: historia y para usar el lenguaje común la definiremos como la narración exacta de las acciones pasadas. Pero la variedad y la complejidad de las cosas humanas es en sí grande, como grande la abundancia y la cantidad de relatos, que si lo hechos históricos y los asuntos humanos no son distribuidos en clases bien establecidas será imposible comprender nada de la historia ni guardarla largo tiempo en la memoria. Entonces, no queda realizar en la historia sino lo que los doctos acostumbran hacer en las otras ciencias para aliviar a la memoria, es decir, disponer en un orden metódico las categorías de las cosas memorables a fin de disponer y extraer de ella, como de un tesoro, ejemplos variados para reglar nuestra conducta”[24].

Este hermoso párrafo sintetiza el proyecto total del método de Bodin. Voy a pensarlo en tres direcciones. La primera, en torno a la idea de la historia como narración exacta de las cosas pasadas fundamento de ella como maestra de la vida ya que sólo acciones creíbles pueden tener efectos en las acciones presentes y futuras de los hombres. Bodin toma esta idea de la historia del lenguaje común y, como en muchas otras nociones, alude al sentido “vulgar” de las palabras porque la historia es para los hombres que están mezclados en la vida social. El método de Bodin es una “herramienta” para controlar el “caos” de las acciones humanas dotando así, a la historia, de inteligibilidad y sentido como tesoro de virtudes. La segunda línea, sitúa el arte de las justas divisiones, esencia del método que clasifica y ordena, dentro de las mnemotécnicas que la retórica legó a Bodin como forma de conocer. Conocer mejor la historia es tener una técnica de ubicación de las acciones en “lugares de la memoria”, el orden lleva al análisis. Tercera línea: los esfuerzos de Bodin, intentan conjugar una episteme de las semejanzas con una historia que reconoce cambiante, que nunca se parece a sí misma, pero en esencia igual a la pasada, porque los valores que deben guiarla son válidos para cualquier momento y lugar: honorabilidad y utilidad.

Los lugares comunes en Bodin, permiten entender lo que Foucault ha señalado como los códigos fundamentales de una cultura, los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores y la jerarquía de sus prácticas[25]. O en las de Michel de Certeau, entender la historia como un “modelo cultural” que se mueve en torno a los topoi de escritura, temporalidad, identidad y conciencia[26].

Los lugares comunes o rúbricas de la historia fijan los órdenes dentro de los cuales cada acción humana y cada hombre podrán reconocerse. Bodin dice que las acciones humanas son tan variadas que necesitan ser ordenadas para poder conocerlas y fijarlas en la memoria, es todo un acto de trazar una tabla de identidades y semejanzas en que lo diferente sea rescatado del olvido (de no conocerse) por su misma extrañeza o su marginalidad.

1. La narración exacta del pasado: del lenguaje común a la utilidad común

El método que propone Bodin es una guía para la narración de la historia humana. Esta narración debe descifrarse de acuerdo a otras claves, que para él ya no son las de trabajos de sentencias ingeniosas y apotegmas, sino de acuerdo a tres puntos esenciales: los propósitos (intenciones), las palabras y los actos, “los cuales desarrollan las virtudes del bien pensar, del bien decir y del bien obrar, estos autores se sienten contentos con recopilar palabras, pero omiten los hechos y los propósitos”. Y si algunos lo hacen, no los presentan de acuerdo a un método y con eso es que se confunde la historia sagrada con la humana, y ambas con la natural. Es importante ocuparse de los propósitos de los hombres porque a menudo la salud de un Estado depende de la decisión de un solo hombre[27].

La narración exacta de las acciones se refiere más bien a una exactitud de orden que de autenticidad; en este sentido es una ciencia en cuanto sistema de órdenes y límites. La forma de comunicarse es la narración, no hay duda, y aunque el objeto sea constituir una historia de lo universal esta supone una selección de lo que se contará dejando fuera lo que no se considere pertinente al relato de los pueblos más importantes, de los grandes hechos de los que ya se posee conocimiento “no los hechos que aún se deben” investigar, que sintetizan la variedad de acciones y enseñanzas:

“Yo llamo historia universal a la de todos los pueblos o al menos a la de los más importantes, de los que los grandes hechos han llegado hasta nosotros, que reúne las hazañas notables ejecutadas en paz o en guerra después de su nacimiento: y por mucho que las cosas omitidas sean mucho más numerosas que las que han sido recopiladas, las pocas sin embargo bastan, si son variadas son más que una vida entera, si son extensas un hombre sufriría fatigas para recorrerla”[28].

La última parte de la cita es sugerente, porque el orden en que se narran las cosas es un recorrido que enseña, de la misma manera en que la disposición de una galería de cuadros, o la secuencia de imágenes de una película, dan sentido a las historias. Al mismo tiempo, la historia tiene el poder de revivir (de reponer en la escena a los muertos) lo pasado, operación que se concreta en el lector u oyente, ejercicio que podía tornarse agotador. Por tanto, a fin de reducir las posibilidades de hastío, desatención o cansancio, en definitiva de distractores al conocimiento, es necesario presentar a la historia como un devenir natural, con principio y fin, sintética. En este arte radica su verdad, en la simpleza y orden de la exposición que por estas cualidades es inteligible y comprensible para todos:

“un cuadro general de la sucesión del tiempo, simple y escueto, que contiene los orígenes del mundo, los diluvios, el comienzo y el fin (sobre las que han tenido un fin) de las principales repúblicas y religiones que han brillado bajo el sol: las fecharemos en relación a la creación del universo o a la de Roma, o después de las olimpiadas, o incluso si la razón lo requiere, en relación a la era cristiana o a la hégira de los árabes que las crónicas ordinarias han injustamente descuidado. Así están hechas las crónicas populares, claramente ordenadas en períodos regulares, someras es verdad, pero al alcance de los principiantes: y aunque muchas de ellas no dan un orden exacto del tiempo, se aproximan todavía bastante a la verdad”[29].

La narración es un medio de comunicación fácil, y ella, de acuerdo a un orden exacto es la verdad. Pero también debe cumplir un requisito que relaciona la exactitud con la credibilidad, y que es que las acciones que se relatan permitan a los hombres reconocerse en ellas y para esto, también recurre a una noción de acción del lenguaje común, es decir, todo lo que hace el hombre, aquello que tenga sentido, que emane de la razón y la voluntad, puesto que en esto radica que sean dignas de ejemplo o reprobación:

“Yo se bien que se llama ordinariamente acción a lo que se consuma a sí mismo, sin dejar de obrar después de sí, y al discurso u operación que comporta una eficacia real, como un libro: pero haciendo poco caso de esta sutilidades de expresión y, siguiendo en nuestro lenguaje el sentido obvio de los términos, damos al de acción una extensión suficiente para permitirle abrazar todo lo que es de suerte de la voluntad humana: propósitos, dichos o hechos --sea esta acción pura y libre de todo defecto como entre los sabios, o que ella sea perturbada por la estupidez o la cólera, como son en la mayoría de los hombres-- porque aquellos que se llaman intemperantes o insensatos, de aquellos que de su total gusto no hacen nada maliciosamente, como se dice, pero que se dejan llevar por una cierta violencia interior, no son menos activos”[30].

El concepto de acción humana de Bodin es muy interesante porque, como se verá en los lugares comunes, permite considerar variados ámbitos de la vida, inclusive lo no concretado, pero pensado. Lo humano se caracteriza por emanar de la voluntad humana, la que deja de serlo si somos alienados, furiosos o inconscientes manifiestos porque, en un caso, esas acciones serían corruptas o responderían nada más que a la naturaleza, y si escuchamos voces o a Dios, ya serían “gestos divinos”. Humanas son “las acciones que envuelven propósitos, las palabras y los hechos ejecutados por el hombre bajo el imperio de la voluntad”[31]. La historia de lo humano provocará una identificación del destinatario con esas acciones, encontrando en esa narración un modelo a seguir o su “rol activo” en la vida. Es la “vivificación” de un pasado de muertos: “que mire ante sus ojos las acciones humanas de las que los libros no le han entregado más una imagen privada de vida”[32].

La historia como narración de cosas humanas, verídicas y ordenadas, responde a un tipo de escritura nueva que es la que Bodin va a estructurar con los lugares comunes, abriendo una cuarta escritura entre las tres que el autor reconoce y que no sirven a sus propósitos. Una es la que inventa sus temas y lo que sucede. La segunda, se limita a ordenar una materia y pulir su forma, mientras que la tercera se propone como fin la corrección de los viejos libros. Tendríamos ficción, glosa y comentarios. La narración histórica presta grandes servicios, y más aún si se sigue un orden, pero lo importante es que sea accesible a todos por el sólo hecho de que todos son capaces de conocer a través de narraciones porque esta “técnica” no requiere de otros saberes, dice Bodin, es más, ni siquiera requiere del “escritor” porque las historias llegan por diversos canales, ya vimos que uno de sus modelos son las crónicas populares:

“Esta facilidad es tal que, sin solicitar el soporte de un arte extranjero, la historia misma es accesible a todos. Mientas que otras ciencias se encadenan las unas a las otras en una mutua dependencia, tanto que no se puede poseer una si no se conoce la vecina… la historia al contrario, como ocupa sobre otras disciplinas un lugar preeminente, no requiere ningún otro concurso, ni siquiera del que escribe porque la posteridad la recibe por tradición oral o también bajo forma escrita”[33].

Como la historia se transmite por narraciones, escritas u orales, ambas formas deben obedecer a un orden de la narración que conduzca al conocimiento. El orden de la historia tiene que ver con el “contenido y el método”; Bodin dice que muchos autores mezclaban incorrecta e imprudentemente sus fuentes, sin sacar la menor enseñanza. Reconoce que antes que él otros habían escrito libros sobre la manera de “componer la historia”[34]; sin duda su intención era loable --dice--, pero su conducta se parecía más a la de algunos “médicos” que después de haber expuesto la enfermedad a todo tipo de medicamentos, discuten de nuevo sobre el tratamiento sin esforzarse en estudiar la fuerza y la naturaleza de todos los remedios que hasta entonces han usado para adaptarlos a la enfermedad en cuestión[35].

Si la historia debía ser útil, y no lo era por el desorden en que se la narraba, por el “sin sentido” en que los eruditos la tenían, entonces había que atacar el mal por su médula: el método. Entonces esta obra es la exposición de un método didáctico, que comienza

“por definir la historia y sus principales divisiones, luego estudiaremos la sucesión cronológica, enseguida de lo cual, para aliviar la memoria, adaptaremos la historia a los desarrollos clásicos tocantes a las acciones humanas; luego, estableceremos entre todos los historiadores nuestras elecciones particulares; discutiremos así sobre el juicio crítico en materia de historia. Esto nos conducirá a estudiar la constitución de las repúblicas, que contienen todo el secreto de esta ciencia histórica; y podremos así refutar a aquellos que han querido imponer sus cuatro monarquías y sus cuatros siglos de oro. Todo esto, una vez explicado, a fin de que se pueda saber dónde buscar y encontrar el origen de las narraciones históricas, nosotros trataremos de restablecer la sucesión de los tiempos quitando su oscuridad y confusión aparentes; esto nos permitirá revelar el error de aquellos que nos han transmitido como los seguros orígenes fabulosos de las naciones. Terminaremos construyendo un catálogo y sucesión de historiadores para que pueda ser fijado con certidumbre sobre los sujetos que ellos han tratado y la época en que ellos florecieron”[36].

Un relato sencillo y ordenado que permite comprender el sentido de las acciones humanas según su aporte a la historia como virtud o error. Todo relato tiene un principio y un fin, y en eso Bodin es muy abierto, como se leyó más arriba, la ubicación temporal puede situarse tanto por la creación del universo o a la de Roma, o después de las olimpiadas, o incluso si la razón lo requiere, con relación a la era cristiana o a la hégira de los árabes que las crónicas ordinarias han injustamente descuidado. Se sigue luego por el orden de las acciones, cuyo sujeto en la constitución de las repúblicas. Hay un criterio de selección de autores y una crítica de ellos de acuerdo al método y el juicio que han hecho de las acciones. El resultado es la eliminación del error y la confusión “aparente” de la historia, confusión en el relato, no en ella, que siempre ha estado allí, esperando ser revelada. Una historia sencilla, en lenguaje común, comprensible por su orden real: principio y fin.

Oralidad, memoria, escritura: los soportes comunicacionales de un saber

Como he tratado de mostrar, la obra que comento, está llena de reflexiones sugerentes que nos hablan muy contemporáneamente en sus preocupaciones sobre el sentido y utilidad de la historia, pero que me parece lejana en cuanto al soporte técnico del método, siempre remitido al objetivo de “descargar” o “aliviar” la memoria. Lo primero que hay que afirmar es que el método de Bodin no contiene la idea de “investigar”, que supone “descubrir “ y “crear”, sino la de ordenar para “revelar” los secretos:

“Mientras el género humano no haya desaparecido completamente, la historia sobrevivirá siempre, allí en la memoria de los rústicos e ignorantes”[37].

El orden que conviene seguir en la narración de la historia es crucial para que ésta se conserve en la memoria de acuerdo al sentido que tiene: dar ejemplos para la acción. Por eso no es suficiente acumular información de los que han “investigado”; de hecho, la historia casi no depende de esos registros, y según la cita anterior, es necesario saber cómo usar, en qué orden y manera “conviene leerlos”. Hay que evitar: “toda confusión en el orden de las historias, como proponer el último dato al principio o terminar por el del medio: aquellos que se conducen así no solamente no pueden comprender nada de los acontecimientos sino que terminan por destruir completamente la fuerza de su memoria”[38].

La analogía que aquí se hace entre comprender y orden, me parece significativa, porque alude a un verdadero desafío de los intelectuales humanistas del siglo XVI, que es cómo ordenar una gran cantidad de información en un cuadro inteligible, como si la posibilidad de controlar un saber estuviese amenazado por una confusión o, más bien, por una superabundancia de información. Si se pone atención al orden cronológico que propone para ir de lo universal a lo particular y viceversa, vemos que trata de introducir a todos los pueblos conocidos dentro de una secuencia temporal “universal” (es el siglo de “los grandes descubrimientos geográficos”). Su objetivo de “ver a la civilización” por medio de un orden cronológico pretende abarcar una realidad total. Pero esa inclusión en la historia de los pueblos, implica nuevamente una selección y esa será de acuerdo al aporte más significativo de ellos a la historia, ya sea desde la política, las artes o la ciencia:

“parece que encontramos a los mismos caldeos, asirios, fenicios y egipcios, estudiaremos su historia antigua, no solamente la de los escritores que la han abordado directamente, como Bérose, Metástenes o Heródoto, sino incluso desde los hebreos cuya historia se confunde con casi todos estos pueblos [...]. El pueblo hebreo será estudiado en su organización política más que desde su religión, se seguirá con lo imperios medo, persa, hindú y escita. Pasará a los griegos, que poblaron del Helesponto hasta el Danubio, del Epiro a los Balcanes, las islas de Europa y el Asia cubriendo sus colonias hasta Italia, aparecen en tres tribus: jónicos, eolios y dorios. De ahí a los italianos y cartagineses, celtas, germanos, árabes, turcos, tártaros, moscovitas, americanos, habitantes del África austral y las Indias [39].

Para poder introducir toda la información en la memoria, es imprescindible un orden que dibuje “mapas de categorías”, esto lo digo por la connotación de la frase “ver la civilización”. Así, de los pueblos, se pasará a los estados (grandes, medianos y mediocres), de ahí a “los asuntos públicos” y luego a la “obra de aquellos que se ilustraron para el gobierno”.

El orden para conocer mejor, debe pensarse en relación con el soporte material de ese conocimiento. La historia ordenada es el resultado de otras operaciones, primero de la de la “exposición científica que se llama análisis”, que enseña “cómo dividir el todo en partes y las partes mismas incluso en elementos más pequeños, poniendo de relieve con admirable facilidad la coherencia casi perfecta del todo y sus partes. En contraparte, necesitamos recurrir a síntesis, siendo dado que casi todas las historias están ya muy adaptadas las unas a las otras y que lo eruditos han, generalmente, tomado gran cuidado de reunirlas en un sólo cuerpo, pero muchas de ellas las han torpemente separado”[40]. Entonces, la pregunta es dónde y cómo el receptor de la historia opera el análisis y la síntesis de las partes en un todo. Vuelvo a la alusión a “ver”, porque cuando Bodin se detiene en las disciplinas que ayudarían a estas operaciones, su modelo ideal es la cosmografía, muy característica del siglo XVI, y asociada a los viajes y nuevas tierras que llegan a oídos de los europeos[41].

Bodin dice que la historia debe simular el orden que se sigue en la cosmografía y tanto ella, como las técnicas de la memoria retórica, injertan información en “sitios”:

“ella, en efecto, ofrece tanto parentesco y afinidad con la historia que cada una de las dos ciencias parece parte de la otra [...]. Cualquiera que quiera comprender la cosmografía deberá comenzar por considerar la carta del mundo resumida en un breve cuadro: determinar las relaciones de los cuerpos celestes con los cuatro elementos y luego dividirlos de acuerdo a la uranografía, anemografía o ciencia del aire, en hidrografía o ciencia de las aguas y en geografía o ciencia de la tierra. No le quedará más que dividir esta última en diez esferas y otros tantos círculos para observar con cuidado la secuencia de los vientos, la naturaleza y el curso de los mares y la descripción de la tierra, finalmente, dividir con toda la inteligencia que se requiere el universo en cinco partes, Europa, Asia, África, América y la tierra austral, y comparar su situación respectiva de acuerdo al cielo. Se podrá entonces dividir la parte del mundo más temperada y la más importante por el valor de sus habitantes, Europa, en España, en Francia, Italia, Grecia, Alemania, Escitia, Escandinavia, Dinamarca, etc. sin olvidar las islas adyacentes...”

El cuadro resumido del mundo se logra del arte de las justas divisiones, y estas se resumen a su vez en una “carta”. Así, cada continente se dividirá de acuerdo a los meridianos y paralelos, dibujo mental, y así cada cosa puede ser descrita de acuerdo a su inserción en un cuadro adecuado, a “la descripción y medida de cada uno en derecho”:

“Esta es, en efecto, la misma manera en que nosotros dividiremos y repartiremos la historia universal [...] aquellos que trazan la carta de una región antes de conocer la explicación del universo y la cohesión de sus diversas parte, es el mismo error que comenten aquellos que creen comprender las historias particulares antes de haber estudiado como, sobre una carta, el orden y la sucesión de la historia universal a través de los siglos. Y nosotros nos serviremos del mismo análisis para la historia de cada pueblo en particular”[42].

El método de Bodin apela a un soporte mental que realiza las operaciones del conocimiento, esa es la memoria. Atendiendo a las líneas generales respecto a la educación recibida por los intelectuales del XVI, que ya referí, el papel central que juega en ella la literatura clásica romana creo que no debe despreciarse como conformadora de un arte de pensar, que es el arte de la memoria tan bellamente expuesto por Frances Yates en su ya clásico libro de igual nombre[43]. Allí, la autora hace un recorrido por las técnicas que permitían retener información como imágenes mentales, en distintas variantes que, desde Aristóteles y durante toda la Edad Media, implicaban la construcción de una memoria artificial (un sello) que ayudase a la memoria natural (cera). La memoria artificial construye apoyos, los lugares o topoi, que son métodos mnemotécnicos. Nuevamente es Cicerón el maestro, en su Rethorica ad herenium, señala que la memoria debe basarse en una serie de lugares, o partes de un edificio que se conectan con imágenes que sirven como llamadas al recuerdo. Estos signos deben ser interiorizados y entendidos por el espíritu o alma (la memoria es una de sus potencias). Los lugares pueden ser inventados o reales, pero el marco real privilegiado --tanto en la antigüedad clásica como en el medioevo-- fue el edificio porque es una estructura que se divide en espacios, pero también ese marco puede ser la figura de un paseo por un sitio, cuadros, pinturas o lugares creados por la imaginación (como pensaba Aristóteles), verdaderos mundos literarios[44]. Ligada a la retórica y la oratoria, el arte de la memoria legó a éstas la técnica de la distribución las cuestiones.

Por lo tanto, Bodin está hace uso de esta técnica para construir un mundo a la historia. Y esto es interesante, porque remite a la discusión sobre las relaciones que existen entre escritura y oralidad, por cuanto se ha dado a la memoria un lugar predominante en culturas orales o de escaso contacto con la escritura, memoria que habría sido sustituida como soporte por la técnica de la escritura[45]. En el texto de Bodin no se está contando la historia, sólo señalando el orden de su narración, el marco de su constitución como algo real, y queda abierto el mundo del escritor y del receptor. Aún así, me parece que la escritura y la memoria no están disociadas completamente, como plantea Carruthers para el mundo medieval; la memoria es también un libro, la escritura no era un sustituto de la memoria sino una ayuda para la misma, o, de manera inversa, la memoria era una escritura en la mente y, como tal, el instrumento principal del pensamiento. Para esta autora, tanto la lectura como la memorización se enseñaban como una actividad única, siendo el principal uso de la primera el de un registro que se contrastaba con el propio recuerdo[46].

Si Bodin deja abierta la historia al receptor, también lo hace con la imaginación sobre los espacios en que ese discurso sería recibido, si entre lectores o entre oidores (hago alusión aquí también a la figura del mundo jurídico del cual el proviene, las audiencias). ¿La historia que debe conocerse ordenadamente se aprenderá mientras se escucha o mientras se lee?

La producción de un método es concebida aquí como un artefacto tan útil como el objeto al que sirve. Bodin, entonces, se encuentra muy cercano al intelectual medieval, que en la conceptualización de Jacques Le Goff es un profesor, un artesano, un hombre de oficio, un hombre de “artes”:

“Arte es una actividad totalmente racional y cabalmente espiritual, aplicada a la fabricación de instrumentos materiales e intelectuales; es una técnica inteligente de lo que hay que hacer. Ars est recta ratio factivilium. El intelectual es, pues, un artesano; “entre todas las ciencias” [a las artes liberales], se las llama artes porque no implican únicamente el conocimiento, sino también una producción inmediatamente derivada de la razón, “como son la función de la construcción” (gramática), “de los silogismos” (dialéctica), “del discurso” (retórica), “de los números” (aritmética), “de las medidas” (geometría), “de las melodías” (música), “de los cálculos del curso de los astros” (astronomía)”[47].

Esta fue la formación de Bodin, cuando más adelante se remite a las acciones humanas que tienen que ver con el placer, no puedo dejar de pensar en la historia como una producción de ese tipo. Ya leímos que él mismo encontraba en la historia un placer por su utilidad y facilidad, así como su deseo era que los hombres encontraran en ella el mismo deleite que provoca la ficción. Es un placer que viene también del orden en que se narra, que no perturbe la memoria, que no confunda, que deleite los sentidos o el espíritu, o los dos reunidos, así como la alta cocina para el gusto, los perfumes para el olfato, la armonía de las líneas y el dulce tornasol de los colores que ofrece la pintura, el arte de los jardines, la estatuaria, los diferentes usos de la tintura y el bordado para la vista; la belleza del lenguaje ajustado a las candencias, a las figuras o su combinación, o bien una armonía noble y muy afeminada que es capaz de turbar incluso a un espíritu sano por la variedad de los sonidos y el ritmo de los nombres para el oído[48].

Una historia en un cuadro ordenado que permite ver las acciones humanas en el tiempo, como un mapa. Una historia que ordenada, es una composición hermosa que agrada a quien la oye, o la lee por sí mismo. Una historia que se arma en la memoria, llegando a ella por la vista y el oído, comprendida (sintetizada) en ella por su orden, que es ciencia y virtud. Una historia que se construye como un artefacto, que se recorre mentalmente tanto al ser oída como cuando se lee y nos remitimos a lugares mentales ayudados por una pluma: “En fin, para no ser estorbados muy seguido en nuestra lectura para retomar la pluma, no olvidemos, al recorrer la historia, de adjuntar en el margen los lugares comunes: estas notas nos permitirán remitir más fácilmente cada cosa a su lugar, y fijar mucho antes en nuestra memoria --en cuanto a lo que se refiere a tener releído a menudo-- los pasajes más importantes”[49].

Lugares comunes y rúbricas: la creación del mundo de la historia

Pensando en el uso de la escritura como un apoyo a la memoria en cuanto lugar del pensamiento, es inevitable pensar en que si ese mundo lleno de cosas “nuevas”, que es el siglo XVI, amenazaría a una memoria en relación cada vez más frecuente con una escritura que vino a ser el soporte del recuerdo y los datos, sin dejar de ser ella la facultad de la síntesis y la posibilidad de conocer. ¿Es una escritura que sigue los métodos de la oralidad? No puedo responder esta pregunta, pero sí me parece que la memoria como técnica y método no es exclusiva de la oralidad, si bien surgió en ella. En cuanto método para conocer es casi independiente del soporte si seguimos lo que ya hemos leído de Bodin. Como él escribe “porque ya lo ha señalado Pitágoras, no se sabría reunir los frutos de más de dos historias si no se ha recibido primero alguna formación para la acción o la observación metódica”[50]. Entonces, toda la secular práctica de mnemotécnicas, sirve ahora para estudiar la historia reunida en tantos escritos dispersos en, y de tantos, lugares del orbe.

Provenientes de esta tradición, los topoi o lugares comunes, ponen en orden toda información similares a las que, en este caso, son señaladas como “acciones humanas” que ya han sido separadas de lo natural y sagrado. Ellas deberán ser remitidas al lugar que les corresponde, que les da sentido y las hace inteligibles: “poner en orden los hechos y gestas del hombre; para después de tenerlos ordenados, indicar cómo reportar cada una de las flores de la historia al lugar común correspondiente”[51]. Una vez interiorizados los topoi, serán el molde para la reconstrucción dispositiva de los textos (aludiendo a la matriz retórica de la técnica), estos lugares a su vez van construyendo la imagen del objeto que debe conocerse. El objeto “historia” se compone tanto de lugares de acción como de lugares de virtud.

El orden en lugares divide el discurso o narración en subpartes o motivos (tópicos). Para Juan Carlos Gómez, esta característica de los discursos escritos es una idea que viene del proceso de recreación memorística que exigía como método el orden, ejercitación y disposición. Este método, que fue pulido por Quintiliano en su obra Institutio Oratoria (siglo I d. C.) incluso modela la imaginación, las percepciones y la propia memoria se retroalimenta con los nuevos mundos que crea. Para Gómez, la novedad de los lugares comunes quintilianos es que introducen la noción de hecho porque cada recorrido (recordemos el constante uso de la palabra en Bodin) es una visita que desplaza la imaginación desde una imagen a una secuencia de imágenes que van construyendo el discurso. Quintiliano prefiere como lugares a los signos e imágenes, cosas, porque tanto abreviaturas como nombres “son lugares infinitos” que hacen más difícil el aprendizaje. La segunda cuestión que introduce Quintiliano es que el aprendizaje puede ser memorístico (imágenes), mental (ayudados por voz, oído o palabras) y aprender mientras se lee. En los tres casos lo esencial es el orden y la ejercitación (el recorrido)[52]. La innovación central de Quintiliano respecto al arte de la memoria, fue hacer de ella un mecanismo de retención mental que requiere de técnicas previas, las clásicas de repetición, ritmo y lugares comunes. Este mecanismo estaría a disposición de todas las ciencias aunque en su caso se centra en la oratoria. Entonces, le confiere a la memoria la capacidad de recordar lo escrito, capacidad de percepción, de recordar los referentes, de improvisar y ser un depósito de imágenes. Estas últimas son vehículos e intermediarios entre la percepción y el pensamiento; es la misma teoría del conocimiento de Aristóteles del diseño mental previo, necesario para configurar un pensamiento. Este permanecería elaborado en la memoria natural y sería reactivado por la artificial. Así, la memoria sería un archivo de diseños mentales[53].

No puedo decir que el modelo de Bodin sea Quintiliano, pero creo que en él sí se encuentra la idea de que se aprende por estos tres métodos. La historia se aprende por el orden en que se narra, de acuerdo a lugares comunes de tiempo, lugar y acción. Se aprende por lo que se ve y oye, razón por la cual sabemos de ella por relatos orales o escritos. Se aprende mientras se lee, pero con una lectura que atiende a los lugares comunes previamente trazados y que se recuerdan por señales, y aquí Bodin no seguiría a Quintiliano, porque opta por las abreviaturas que representan las virtudes a que remite la acción. Pero esto es significativo, porque así como la abreviatura o palabra es un mundo infinito, el cuadro de las acciones de Bodin, es infinito.

La historia está dada (Bodin dice que como ella ya nos es conocida gracias a los “autores graves y eruditos”), sólo hay que exponer un método “para leer y criticar científicamente, sobre todo la historia humana”, no obstante, es una historia abierta: “jamás ella se parece a ella misma y no se le ve punto de término. Todos los días, en efecto, nacen leyes nuevas, nuevas costumbres, nuevas instituciones, ritos y las acciones humanas no cesan de conducir a nuevos errores a menos que ellos no sean orientados por su guía natural, a saber la recta razón, o hasta que ellos comienzan a depravarse”[54]. En esto hay un esfuerzo por controlar la historia en cuanto experiencia: ¿cómo conocerla si nunca se detiene para poder contemplarla? De ahí que el método insista en la fijación de lugares donde todo lo nuevo sea traído a lo mismo, a las rúbricas de lo útil y honorable. Para poder ordenar de acuerdo a los lugares, se tiene que debe comparar. En el caso de la historia universal, lo que hay que hacer es comparar pueblos y ciudades en sus gestas más importantes, un criterio de selección que reduce la cantidad de información.

El primer paso es elegir un punto de partida cronológico, que es el marco externo de los lugares comunes. La cronología es un lugar común, así, se puede estudiar una “época” en la sucesión de los días, meses y años; estas son las “efemérides, diarios y anales”; o partir del origen de alguna ciudad o de las tradiciones más antiguas, o de la creación del mundo para estudiar el origen, el crecimiento, apogeo, los cambios y fin de las repúblicas, lo que conduce, según la extensión de lo expuesto, a las “crónicas” o a las “cronologías” propiamente tales[55]. De esta primera clasificación de las historias, de acuerdo al orden temporal en que se narra y el punto de partida, se tienen los tipos de historia. La división que propone en nada altera otras definiciones, dice Bodin, como la de Valerius Faccus para quien la historia era “una narración suficientemente abundante, en la que la importancia de los hechos, de las personas y de los lugares es tomada de testimonios. De otro lado, Cicerón denomina anales a la narración sin pretensión oral ni interpretación filosófica de los acontecimientos del año en curso: la historia, agrega, no es otra cosa que la compilación de anales”[56]. Lo que me interesa destacar es la coherencia entre la idea de narración como orden, como principio explicativo que tiene como argumento la idea de secuencia. Así, el orden cronológico viene a ser un lugar común en la teoría de la historia. Y aunque Bodin elaboró un método sin tener como objetivo hacer de los lugares comunes o rúbricas una teoría de la historiografía, los criterios que permiten ordenar de acuerdo a criterios de valores y virtudes, indudablemente introducen una filosofía donde Cicerón no lo veía. La historia que nunca se parece a sí misma, amenaza, al parecer, la episteme pre-clásica de las semejanzas.

El separar la historia humana de la sagrada y la natural, y darle a las acciones humanas el privilegio de ser historia, supone un reto filosófico de gran magnitud, porque hay que elaborar una teoría que las haga inteligibles fuera de la providencia divina. Para Bodin, este principio es el instinto de conservación; de él arrancan las acciones primarias que tienden a asegurar el “estricto mínimo vital” (como comer), pero inmediatamente se desea más comodidad, y de ella se pasa al lujo, del que luego nace el deseo de acumular riquezas. Siguiendo este esqueleto, las acciones pueden clasificarse de la siguiente manera, en la que cada uno de los géneros es un lugar común:

1. Acciones de primer género: se refieren a todas las artes que miran por la protección de la vida humana, la protección contra enfermedades e incomodidades: ganadería, agricultura, construcción, gimnasia, medicina.
2. Acciones de segundo género, se remite al comercio, la administración, las industrias de tejido y de forja.
3. Acciones de tercer género, a la civilización superior, sobre todo a las artes de lujo, que reclaman una perfección más elevada.
4. las acciones de cuarto género, que ven hacia la voluptuosidad, que deleitan los sentidos o el espíritu o los dos reunidos: para el gusto, la alta cocina, para el tacto los innobles trajes milicianos, para el olor los perfumes, para la vista la armonía de las líneas y el dulce tornasol de los colores como los que ofrece la pintura, la ciceladura [sic], el arte de los jardines, la estatuaria, los diferentes usos de la tintura y el bordado; para el oído, la belleza del lenguaje ajustado a las candencias, a las figuras o su combinación, o bien una armonía noble”[57].

Esta teoría de las acciones, que culmina en una sociedad “sensualista” es, al parecer, lo que sustenta la preocupación de Bodin por recuperar a la historia en cuanto maestra de la vida y al derecho como la ciencia que puede frenar los peligros de la destrucción que trae la voluptuosidad.

Esta sería la explicación del “ocaso” de los pueblos, las repúblicas y los hombres. Ese peligro se puede conjurar por medio de las leyes civiles, domésticas y morales: “Estas nos enseñan a dominarnos a nosotros mismos, las siguientes rigen la familia y las últimas al Estado”[58]. Es obligación establecer en nosotros mismos la ley de la razón, norma de toda justicia, antes de mandar a la esposa, a los niños o a los sirvientes, hay que aprender a comandar una familia antes que una República. Como estas necesidades no podemos cubrirlas solos, entonces se da la ocasión para reunirse en sociedad. Esta reunión en sociedad está bajo las leyes del Estado, que es el principal objeto de la “ciencia política”[59], y la política en cuanto ciencia que define cargos y empleos civiles y militares es entonces el parámetro de las acciones humanas, así cada hombre, puede definirse por su cargo. Los cargos militares corresponden a las fuerzas armadas. Los civiles comprenden la economía doméstica, las deliberaciones, la justicia, el aprisionamiento, la despensa, el tesoro público, los caminos, edificios, la instrucción pública y el culto. Cada uno de estos temas es un lugar común de la historia, los sitios donde pueden inscribirse las acciones, en este punto ya tenemos dos ramas: lo civil y lo militar.

Estos empleos definen siete clases de ciudadanos, por tanto, otro tipo de clasificación de las acciones:

1. Empleos sin honor, consideración como cobradores de impuestos, servicio militar, guardia y defensa de las ciudades y similares. Sin retribución.
2. Empleos que reciben un pago, pero ninguna consideración como aseadores o barrenderos municipales.
3. También retribuida, aquellos cuyo empleo, sin ser vil, no confiere nobleza como preceptores, escribanos, notarios, auxiliares de justicia, suboficiales.
4. Que tienen honor y beneficio pero no autoridad real, como los pontífices y embajadores.
5. Los que son o se han hecho honorables, pero no tienen beneficio y autoridad, como el presidente del Senado o el Dux de Venecia.
6. Los que poseen honor y autoridad, pero no retribución, como cónsules, censor, tribuno, arconte, y otros parecidos.
7. Los que tienen autoridad, honor y remuneración como los 120 miembros de la cámara de procesos de Venecia, y en casi todos los países en que se administra justicia[60].

El orden de la historia obedece a una lectura del presente, a cómo funciona una república, ideal o real, y cómo eso se puede trasladar al pasado o al futuro. De esta estructura básica: cronología, mundo político civil o militar, las acciones individuales pueden insertarse en una red de topoi que les dan sentido a las mismas orientándolas hacia cierta clase de valores o ejemplos. Así, un hombre puede ser insertado en el lugar de las acciones que tienen que ver con la oscuridad o nobleza de su nacimiento, y así dar lecciones sobre la vida y la muerte, la modestia o el lujo, siempre atendiendo a un equilibrio de los contrarios, que puede entenderse como la base de toda pedagogía del ejemplo:

I.- Oscuridad o nobleza de nacimiento

- La vida y la muerte.
- Las cosas honorables de la vida.
- Los recursos y la indigencia.
- La existencia fastuosa o modesta.
- Los juegos y los espectáculos.
- La alegría y el dolor.
- La gloria y el deshonor.
- La fealdad y la belleza corporal.
- El vigor y la debilidad.
- La barbarie y la civilización.
- La ignorancia y el saber.
- De las cualidades del espíritu o de su ausencia.
- Las reglas morales.
- Las virtudes y los vicios (sobre todo).

II. De la vida doméstica

- Del amor mutuo entre los esposos.
- De la piedad recíproca entre padres e hijos.
- Del poder de los amos y de la obediencia de los sirvientes, o si se lo prefiere, de los deberes mutuos entre los poderosos y débiles.
- De los oficios lucrativos.
- Del amor y el odio.
- De la sociedad y las relaciones.
- De la vecindad y el parentesco.

III. Ciencia política

- Autoridad suprema.
- Poder real y la tiranía.
- Del estado popular y de su corrupción demagógica.
- Del gobierno de los nobles y de la oligarquía arbitraria.
- De los medios de apoderarse del gobierno.
- De las leyes a proponer o reformar.
- De los magistrados y los particulares.
- De la guerra y la paz.
- De los medios de asegurar la protección de los ciudadanos y repeler a los enemigos.
- De fracasos y éxitos.
- De recompensas y castigos.
- Si las contribuciones deben elevarse o disminuirse.
- Si las embajadas deben enviarse o retirarse.
- De los colegios o corporaciones a instituirse o suprimirse.
- De los juicios públicos y privados.
- Del rigor o de la suavidad de la represión.
- De los derechos de asilo y perdón.
- De las arengas y de los oradores.
- De la agricultura, ganadería que son los seguros del Estado.
- Del comercio y la marina.

IV. La arquitectura y los artesanos.

- El trabajo de lanas y telas.
- De la medicina y la farmacia.
- La música y la gimnasia.
- La pintura y la estatuaria.
- La perfumería y las otras artes sensuales.
- La literatura y sus diferentes géneros.
- La interpretación de los textos sagrados y profanos.
- La filosofía.
- Las matemáticas.
- La poesía.
- La gramática[61].

Después de leer esta lista que contiene toda la actividad humana que Bodin concibe como objeto de la historia, no se puede menos que estar de acuerdo con la relación que se ha hecho entre Bodin y Braudel, o la Escuela de los Annales. Para Guy Bourdè y Hervè Martin esta analogía está en el intento de “unificar racionalmente la diversidad de la realidad” y restablecer lo particular en lo universal, agregando que su afición a la cosmografía hace que el autor encuentre en el clima, que rige los humores internos, una explicación a ciertas conductas o creaciones humanas. Esta actitud de Bodin hacia una “historia integral” también tiene relación con los grandes descubrimientos, con la sensación de vivir en un mundo en que todo es interdependiente, “un mundo en mutación”. Sería ingenuo ver en Bodin a Fernand Braudel, pero claramente hay propuestas de aproximar la historia a otras ramas del saber como la geografía o la economía política[62].

Cada uno de los temas del “Libro de la historia humana”, son “encabezamientos” y así tenemos claramente a la vista que la forma de organizar la información de acuerdo a lugares comunes (técnicas memorísticas) aunque sea adecuada a la lectura de textos es una versión aún del “discurso analógico”: esa escritura en la que los lectores deben formar su propia síntesis y detectar los significados ocultos de los acontecimientos, de acuerdo a una interpretación ya dada (por las artes retóricas medievales) de los múltiples niveles de significación. Para Bodin los autores y las fuentes, el significado de lo que dicen no está en los textos mismos, sino en la lectura de la historia como maestra de la vida de los pueblos y las repúblicas, de los hombres y sus acciones[63]:

“los encabezamientos serán puestos como título de cada capítulo, según el orden así definido, u otro que pueda parecer más cómodo a quienquiera. Enseguida remitiremos a este encabezamiento todo aquello que, en la lectura de las historias, nos haya parecido digno de memoria, y en el margen del libro de las historias humanas añadiremos en letras mayúsculas una mención a los propósitos, los dichos y hechos (así su materia misma será fácilmente remitida a las diversas acciones). Nosotros veríamos así lo que hay en cada una de honorable, deshonesto, o de indiferente: y lo anotaremos por ejemplo de la manera siguiente C. H., consejo honorable”[64].

En esto sigue a los estoicos que no separan lo útil de lo honorable (haciendo honor nuevamente a Cicerón) y se opone a los que quisieran separar las cosas en deshonestas, honestas, útiles y perjudiciales. Pone por ejemplo el caso del consejo de quemar las naves que Temístocles dio a Arístides en interés de la república y que parece ser útil pero deshonesto, él lo pondría en el capítulo de las decisiones que convienen tomar en interés del Estado, agregando al margen C. D. U., es decir, consejo deshonesto pero útil. Los consejos en beneficio del Estado deben ser denominados útiles y honestos (C. U. H)[65].

Es en el hecho acontecido donde vemos las virtudes. Señala también que hay veces en que propósitos, dichos y hechos muestran el mismo carácter, pero en otros las palabras desmienten a los actos y a los consejos. Pero lo que ocurre comúnmente es que “un mismo acontecimiento puede ser reclasificado en muchos capítulos diversos, lo que importa distinguir con cuidado es cuál es la causa principal”. Una historia puede referirse al mismo tiempo al amor, la curación de una enfermedad grave, la aflicción de un padre, la reserva de un hijo, la prodigalidad, la elocuencia o la cortesía, pero siempre hay una “causa primera” que desencadena otras acciones. Y en este punto es donde podríamos entender cierta novedad de Bodin en el sentido de constituir al lector o interesado en historia en un investigador interpretativo independiente del texto, que busque las causas de las acciones. Pero creo que sigue predominando el discurso analógico, porque esa causa primera se busca para saber situarla mejor en el lugar común de las virtudes, que se rige por la ley de los contrarios (que siempre suponen síntesis, no se entiende uno sin el otro) porque en la historia lo “más frecuente es que vayan juntos”. Así, se puede hablar al mismo tiempo del coraje y la cobardía, la confianza y desconfianza, esperanza y desesperanza, la ligereza, la constancia o de tres: la insensibilidad, la moderación y la intemperancia o la arrogancia, la modestia y la bajeza. También hay virtudes intermedias como la magnanimidad, la amistad, la fuerza del alma, la fidelidad que no tienen contrarios conocidos. Hay otras en que no hay términos medios, sólo extremos, ej, locuacidad, taciturnidad, impudicia, pudor. Si esta división en tres de los vicios y virtudes no apetece al lector, se puede rubricar en cuatro grupos: prudencia, temperancia, coraje e integridad[66].

Aunque se rechace la opinión de los estoicos y se dividan las virtudes propias de la inteligencia que son llamadas ciencias en teóricas, práctica y activas, nada “podrá más, en el curso de la lectura de la historia, incurrir en nuestra alabanza o nuestra reprobación, que no pueda fácilmente reducirse a su lugar propio. Que si lo infame y lo honorable, lo útil y lo perjudicial parecen más unidos en el relato, es necesario dejar ahí toda discusión crítica y contentarse con la apreciación popular”[67].

Bodin propone que la historia debe servir a un fin mayor de enseñanza y de ética para las acciones presentes, así como para la ciencia jurídica. En ese sentido, la propia historia debía ser juzgada por el sentido común, por la utilidad práctica, para que de este modo pudiese dialogar con la sociedad a la que debía servir. El texto de Bodin nos muestra a un intelectual que busca herramientas para entender el curso de los acontecimientos pasados y porvenir, que usando su utillaje para pensar intenta hacer inteligible un presente confuso e incierto. Desde la historia de la historiografía en tanto historia intelectual, el ejemplo de Bodin permite dar cuenta de cómo las preocupaciones del presente modelan los temas y preocupaciones de los intelectuales, tópicos que a su vez van modelando las prácticas de quienes se constituyen en los ejercitantes de un oficio o los hacedores de un arte. En el siglo XVI, las profundas transformaciones que relevan las disputas religiosas tanto para las teorías de la soberanía como para el modo de concebir el cosmos y el lugar de los hombres en él, hacen de la historia un espacio o cantera a la cual acudir en busca de respuestas, principalmente, de un orden de los acontecimientos y acciones humanas que permita acabar con el caos incluso mental que pudo producir la profusión de información. Por ello, el método que propone Bodin, apela en primer lugar a hacer de la información algo útil, para lo cual debe primero ordenarse, orden que le dará un sentido a todo lo que sucede. Pero a la vez, que permitirá a quien la lee, atribuirle otros significados y sacar lecciones de ella, así como dibujar un mapa de las acciones humanas que le de sentido a su propia vida en medio del caos de un universo geográfica y mentalmente en expansión.

[Introducción] | I. Los intelectuales y la "nueva historia" en el siglo XVI | II. De como fijar con exactitud los lugares comunes o rubricas de la historia | Notas | Versión de impresión

 




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