Volumen 3, Nº1 Agosto de 2006

Una Mirada al Movimiento Popular Desde dos Asonadas Callejeras (Santiago, 1888-1905).

 

II. La “Huelga de los Tranvías”.

El veintinueve de abril de 1888 compareció ante el Juez del Crimen de Santiago el reo Antonio Poupin Negrete, sastre, presidente del recientemente fundado Partido Democrático, e interrogado bajo promesa de decir la verdad declaró:

“El Domingo pasado, reunidos en Asamblea General, en lugar de nuestras sesiones, situado en la calle de Huérfanos Nº1 140 A., se acordó tener hoy un meeting público con el objeto de hacer una representación a la Ilustre Municipalidad, a fin de que obligase a la Empresa del Ferrocarril Urbano, a cumplir sus contratos sobre construcciones de líneas, o, en transacción con ella, a reducir a dos centavos y medio el pasaje de los carritos. Al efecto se replicaron avisos en los diarios, invitando al pueblo, se repartieron proclamas, y por último hoy, a las 4 P.M. nos reunimos al pie de la estatua de San Martín; y antes de los discursos, se repartieron al pueblo varios números del periódico Igualdad, en número de cincuenta según cree que don Abelino Contardo había repartido entre los socios antes de dirigirnos a ese lugar. Hicimos uso de la palabra yo, Contardo, don José Pío Cabrera, don Juan Rafael Allende, un jovencito Hers que se inscribió con este objeto y don Malaquías Concha que dio lectura a las conclusiones del meeting. En todos estos discursos, que habían pasado previamente por una censura, se observó el lenguaje más moderado y conducente sólo a su objeto. Después nos dirigimos a la casa del señor Intendente, para manifestarle los fines a que habíamos arribado, poniendo en sus manos el acuerdo referido. Durante el tiempo de los discursos nos apercibimos que una parte del pueblo se dirigía en actitud hostil a la línea de los carritos urbanos que pasa por la Alameda; y que volcaron uno de estos, desenganchando otro y lanzándolo a su propio impulso, hacia la estación de los ferrocarriles. Por nuestra parte, tratamos de contenerlos, y suspendimos el meeting, dirigiéndonos con la parte del pueblo que quedaba alrededor de la estatua de San Martín, a la casa del señor Intendente; pero no habiéndolo encontrado, Contardo dirigió de nuevo la palabra al pueblo para que se retirase en buen orden, asegurándole que la Comisión se encargaría de poner en manos de dicho funcionario aquellas conclusiones. No he presenciado pues otros desórdenes o ataques a la Empresa del Ferrocarril Urbano que el de los dos carros indicados, y solo cuando me retiraba de la casa del señor Intendente, al oír el toque de las campanas de las bombas, supe que el pueblo había volcado y prendido fuego a varios carritos, ocurriéndoseme que se referían a los dos de que antes había hablado. Ignoro quienes puedan haber azuzado al pueblo, lanzándolo en estos desórdenes y graves delitos expresados. Pero lo que es por nuestra parte, repito que hemos aconsejado siempre la moderación según pude verse en mi discurso impreso de hoy, que presento y del que andaba trayendo algunos ejemplares en mi bolsillo”[4].

La “jornada del 29 de abril” de 1888 provocó un fuerte impacto en la opinión pública y en las autoridades. El “bajo pueblo” santiaguino, convocado por la representación política del movimiento popular organizado, había irrumpido en el centro de la capital para apoyar una reivindicación que concernía a la defensa de su nivel de vida. La flamante vanguardia política, el Partido Democrático, constituida esencialmente por artesanos, obreros calificados y algunos jóvenes intelectuales escindidos del Partido Radical, había sido sobrepasada por la acción de las “turbas” de desheredados que impusieron su sello a la manifestación, transformando un meeting pacífico, respetuoso del orden y de las leyes, en una explosión de violencia popular que se extendió desde el centro a los barrios periféricos, produciendo cuantiosos daños a la propiedad pública y privada.

La “huelga de los tranvías” es la primera atalaya desde la cual observaremos la evolución del movimiento de trabajadores entre 1888 y 1905.

¿Qué ocurrió aquel día en las calles de Santiago? ¿En qué medida esos sucesos eran reveladores de ciertos procesos en curso? ¿Qué correlaciones pueden establecerse entre los hechos de violencia del 29 de abril y las características del movimiento popular que se venía desarrollando desde mediados de siglo en los centros urbanos del país?

Este movimiento se había estructurado en torno al artesanado y los gremios de obreros urbanos de mayor calificación como carpinteros, ebanistas, sastres, zapateros, cigarreros y tipógrafos, que asumieron un rol de vanguardia formando mutuales, filarmónicas de obreros, cooperativas, escuelas nocturnas de trabajadores, logias de temperancia, periódicos populares, cajas de ahorro y desarrollaron otras iniciativas que encarnaban un proyecto de “regeneración del pueblo” de tipo liberal, laico, reformista e ilustrado. Sus reivindicaciones más persistentes fueron el proteccionismo para las manufacturas nacionales y la reforma o abolición del servicio en la Guardia Nacional. En el plano político, la natural adhesión inicial a los postulados del liberalismo de sectores de la elite, había ido dando paso al surgimiento de una corriente liberal popular que se fue diferenciando y más tarde distanciando del liberalismo de las clases dirigentes. La fundación del Partido Democrático a fines de 1887 consumó la ruptura entre ambas corrientes, conformándose por primera vez en Chile una organización política que planteaba como principal punto programático la “emancipación política, social y económica del pueblo”[5].

Pero el Partido Democrático nació cuando la transición hacia la modernidad económica capitalista se aceleraba en Chile con la conquista de las regiones del salitre y de la Araucanía y el renovado impulso de las obras públicas y la industrialización durante el gobierno del presidente Balmaceda. La metamorfosis del peonaje en proletariado minero e industrial cobraba nuevos bríos, proliferando las protestas proletarias y populares bajo la forma de motines, huelgas y levantamientos en los centros mineros; huelgas y petitorios obreros en las principales ciudades.

Cuando en abril de 1888 se produjo la llamada “huelga de los tranvías” estos procesos habían cobrado cierto desarrollo, y si bien no se notaba la profundidad que se percibiría en la huelga general de 1890 y en los años posteriores, la misma asonada puede ser analizada como el anuncio de lo que se estaba gestando.

La “jornada del 29 de abril” develó el desfase existente entre la vanguardia social y política del movimiento popular y la masa de desheredados -peones, gañanes, jóvenes aún no incorporados de manera regular a las actividades económicas, vagabundos o “marginales”, en un sentido más amplio- que concurrieron a la protesta convocada por el Partido Democrático y a la que adhirieron las mutuales.

Casi todos los relatos --de policías, conductoras de carros urbanos, militantes y dirigentes del Partido Democrático, reporteros y observadores en general-- coincidieron en subrayar cuánta distancia había entre la actitud de los miembros de las sociedades de obreros y artesanos que asistieron disciplinadamente a la manifestación y se retiraron a entregar un petitorio al Intendente cuando comenzaron los disturbios, y el comportamiento de un corrillo algo alejado del núcleo central del meeting, autor de los primeros ataques y destrozos a los tranvías. Pese a que nunca se pudo individualizar a los responsables de esos desmanes, diversas versiones coincidieron en trazar un perfil aproximado de los participantes en las acciones violentas.

Según el dirigente demócrata Avelino Contardo, el iniciador del vandalismo fue “un grupo que estaba algo separado de la masa que asistía al meeting”, que “comenzó a dar gritos y a arrojar pedradas a un carrito del Ferrocarril Urbano” para luego volcarlo sobre la línea[6]. Emilia Morales, joven conductora de tranvías, al prestar declaraciones ante la justicia, declaró haber visto en la Alameda un carro que:

“[...] descendía sin caballos, pero ardiendo en el techo y sus costados. Sin embargo tanto en la imperial como en el exterior iban cuatro o cinco hombres que serían cuatro o cinco en cada uno de los departamentos. Ese carro fue detenido frente a la casucha que hay a la entrada de la Estación Central de los ferrocarriles y en el acto empezó a arder dicha casucha. No vi sise bajaron los hombres que iban en el carro porque arranqué a consecuencia que empezaron a tirar peñascazos, pero vi que hicieron girar el carro para tomar la línea de la calle de Chacabuco, a la cual lo condujeron empujándolo de a pie, y después de haberlo hecho avanzar como una cuadra desde la esquina de la alameda hacia el norte, principiaron a darle de peñascazos entre los mismos conductores y muchos otros que había en las inmediaciones. No he conocido a ninguno de esos individuos y la única seña que puedo dar de ellos es que algunos andaban en trajes como de artesanos y otros eran muy rotos”[7].

Por su parte, Horacio Manterola, un testigo que denunció a algunos manifestantes y prestó declaraciones bajo juramento, aseveró que no le era posible “dar detalles acerca de la multitud que formaba aquellos desórdenes”, pero que “la generalidad eran muchachines y casi todos muy rotos”[8]. El capitán de policía, Olegario Pacheco, que acudió a la Alameda poco después de producirse el incendio de los primeros carros urbanos, pese a que no pudo identificar a ninguna de las personas que asaltaron el primer tranvía, sostuvo que quien sujetaba las riendas de los caballos era:

“[...] un individuo como de veinte a veinticinco años, blanco, sin barba, y poco bigote, [que] usaba sombrero de pita [y] vestía traje corto al parecer como artesano”[9].

Y los que lo rodeaban y secundaban “eran también de la misma clase”[10]. Pero el policía José del Carmen Rojas, igualmente bajo juramento, declaró que la mayoría de los participantes en los tumultos, particularmente en la calle Duarte, “era de rotos”[11]. Lo mismo manifestó María Luisa Navia, conductora de tranvías de la línea de la calle Catedral, quien al dirigirse a la estación de la calle Chacabuco, vio que en la Alameda descendía mucha gente encabezada por “seis u ocho rotos” que atacaron a pedradas su carro[12]. Su colega, la joven Carmen Navarrete, que se encontraba trabajando el 29 de abril en la Alameda en el coche Nº 55 cuando éste fue atacado, volcado e incendiado al llegar a la calle Dieciocho, también afirmó que las distintas turbas se componían generalmente de rotos[13]. Este testimonio fue matizado por Carlos Varas, fiscal del Tribunal de Cuentas -observador casual de las primeras manifestaciones-, quien aseguró que los atacantes de ese carro:

“[...] serían unos diez a quince hombres, secundados por otros tantos muchachos” y que algunos le parecieron “por su aspecto artesanos, y otros eran gente de pueblo”[14].

Las características de las personas arrestadas correspondían en grandes líneas al retrato bosquejado por los declarantes. Si no se consideran los 14 dirigentes demócratas detenidos bajo la acusación de haber incitado a las masas a cometer actos de violencia -imputación sin fundamento puesto que, como se demostró en el proceso, ellos habían hecho los máximos esfuerzos para que el acto se desarrollara en orden y dentro de la legalidad-; si nos concentramos, por lo tanto, en las personas inculpadas directamente de haber incurrido en desmanes, como apedreamiento de propiedades y de policías, volcamiento e incendio de tranvías, descubriremos que los detenidos representaban un amplio abanico de categorías dentro del mundo popular. Si bien la mayoría podía entrar en el grupo de los trabajadores no calificados o con escaso grado de calificación, como gañanes, albañiles, pintores de brocha gorda y otros, también figuraban entre los acusados algunos carpinteros y ebanistas, empleados, herreros, trabajadores de imprenta y personas que ejercían otros oficios de cierta especialización. Además de varios niños, la mayoría de los cuales declaraban ser estudiantes[15].

La línea divisoria entre los estratos populares representados en el movimiento por la “regeneración del pueblo”, de un lado, y el “bajo pueblo” del peonaje, del otro, aparece con fluctuaciones en la lista de personas sindicadas como autores materiales de las acciones violentistas del 29 de abril. Esta línea es más claramente perceptible si sus perfiles los contrastamos con los antecedentes de los dirigentes del Partido Democrático encarcelados bajo el cargo de instigación a la asonada callejera.

Entre las 41 personas acusadas de cometer acciones vandálicas de las cuales se guardó registro, sobresalían los oficios no calificados o de baja especialización; apenas la mitad sabía leer y escribir, y alrededor de un tercio tenía condenas judiciales anteriores (casi siempre por pendencia, lesiones a terceros o ebriedad).

En cambio, entre los 14 dirigentes demócratas conducidos a la prisión, predominaban oficios típicamente artesanales como los de sastre (ése era el caso de Antonio Poupin), zapatero, tapicero, cigarrero, además de tres profesionales (dos abogados y un periodista). Todos los demócratas sabían leer y escribir y ninguno de ellos había sido arrestado antes de ese día[16]. El ideario del trabajador honesto e ilustrado aparecía ejemplificado a la perfección en la dirigencia demócrata reducida a la prisión. Tan solo el criterio de la edad parecía acercar a ambos grupos: la juventud de los detenidos sin militancia partidaria (27 años de edad en promedio, con oscilaciones entre los 10 y los 51 años), aparecía algo temperada entre los cuadros demócratas que tenían una edad media de 32 años (con variaciones entre los 28 y 41 años en sus extremos).

Aunque el ser inculpado no es sinónimo de culpabilidad (por lo demás todos los acusados alegaron haber sido detenidos por errores o mala fe de los policías o de los testigos y, finalmente terminaron siendo absueltos o sobreseídos por insuficiencia de pruebas), los datos de los arrestados y las declaraciones de los testigos permiten concluir que la mayoría de los involucrados en los apedreamientos, volcamientos e incendio de tranvías, eran elementos muy jóvenes (probablemente no mayores de 23 años), “rotos”, es decir, trabajadores no calificados, aunque también se contaba un porcentaje no despreciable de artesanos.

Los trabajadores organizados en mutuales, filarmónicas de obreros, logias de temperancia y otros organismos “regeneradores”, y los que militaban en el Partido Democrático, parecen no haberse contado entre los “violentistas” de aquella jornada[17].

La inveterada costumbre policial de detener “a la bandada” a quienes se encontraran en las inmediaciones de los desórdenes jugó una mala pasada a la acusación: todos los reos, tanto los dirigentes demócratas como los individuos sin militancia ni figuración pública, fueron absueltos y puestos en libertad[18]. La popularidad e influencia del Partido Democrático creció considerablemente gracias al movimiento de solidaridad que se generó a su alrededor, transformándose a partir de los meses en que sus líderes permanecieron en prisión -mayo y junio- en una organización implantada en la mayoría de las regiones del país[19].

La violenta irrupción del “bajo pueblo” en el centro y en otros barrios de la ciudad conmovió los espíritus de la “opinión ilustrada”, no obstante muy pronto la atención volvió a centrarse en la cada vez más tensa disputa entre el Ejecutivo y la oposición. En los años posteriores otros estallidos de ira popular --especialmente la huelga general de 1890[20] y la huelga portuaria de Valparaíso en 1903 [21]-- reactivaron la discusiones sobre la “cuestión social”, pero cuando en 1905 se produjo una nueva asonada del “bajo pueblo”, la elite aún no era capaz de adoptar una política global que se hiciera cargo de esta problemática. Su implementación tardaría mucho tiempo; recién a mediados de la década de 1920 empezaría a hacerse realidad.

I. Introducción [1] | II. La “Huelga de los Tranvías”. | III. La “Huelga de la Carne”. | IV. Conclusión | Anexo Nº 1 | Anexo Nº 2 | Notas | Versión de impresión

 




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