Volumen 3, Nº1 Agosto de 2006

La Propaganda Monarquista en el Gobierno de San Martín en el Perú. La Sociedad Patriótica de Lima

 

III. Las Memorias Sobre el Sistema de Gobierno que Perú Debía Adoptar

El periódico de la Sociedad Patriótica llevaba por título El Sol del Perú, nombre con el que evidentemente se hacía una analogía simbólica con el despertar generado por la llegada de la luz, es decir, de las “nuevas ideas”.

En total se editaron 11 números (incluyéndose en la cuenta el doble Nº 4), entre el 14 de marzo y el 27 de junio de 1822. Como la mayoría de los periódicos de aquella época, no se trataba de medios informativos noticiosos que pretendieran informar, en el sentido que hoy concebimos como rol fundamental de la prensa. Más bien su función era crear una opinión pública favorable a la causa que se sostuviera, pues igual finalidad es posible encontrar entre los “medios de prensa” realistas[37].

Dos fueron las memorias referentes al tema del sistema de gobierno que el Perú debía adoptar que se publicaron en ese periódico. La primera de ellas fue presentada por el sacerdote José Ignacio Moreno el 1º de marzo de 1822[38]

Este autor inició su intervención postulando que “el gobierno toma distinta forma, según se difunde el poder político, comunicándose por los primitivos pactos sociales a uno, a algunos, o a todos los miembros del Estado”, es decir, concentrándose (como en el caso de las monarquías) o difundiéndose en distintos grados (como ocurre en las democracias). Ahora bien, esta dispersión estaba, en su criterio, “en razón directa de la ilustración y civilización del pueblo, y en razón inversa de la grandeza del territorio que ocupa”. En otras palabras, a mayor civilización y cultura mayor participación en el gobierno; a mayor extensión territorial, mayor concentración del ejercicio del poder.

Para comprobar su primer aserto, Moreno utilizó la historia sagrada y la profana: “hizo ver, que en la infancia de los pueblos en medio de la ignorancia y simplicidad de costumbres, no aparece casi alguno que no hubiese estado sujeto a reyes, o por su libre consentimiento, o por la fuerza de las armas”, a lo que agregaba que en la medida en que aumentaba la ilustración de los pueblos, estos reflexionaban sobre sí mismos y empezaban a establecer la democracia, efecto al que coadyubaba la reflexión provocada por la tiranía de los reyes.

Pero también existían consideraciones filosóficas y políticas. Para Moreno, al adquirir mayores conocimientos, es decir, mayor educación, el pueblo conocería sus verdaderos intereses. El deliberar sobre ellos es la esencia de la democracia, sistema al que califica de “refinamiento de la política” y que en consecuencia suponía, para su práctica, de “luces avanzadas sobre la naturaleza de la sociedad civil”. Para el autor la democracia era “un medio reflexivo buscado de intento para curar el mal de la tiranía, que jamás pudo conocerse bien antes de experimentarse”. Para el Perú, en esos instantes, era mejor la concentración del poder, pues así se evitaban las divisiones internas, y era el sistema “más conforme a la naturaleza” del país. Además, la monarquía --porque de este sistema esta hablando, aunque en su escrito no ha insertado la palabra todavía--, no exigía grandes esfuerzos para ser justificada, pues hallaba su base en el modelo del poder paterno.

La conveniencia de adoptar el sistema monárquico radicaba en que el país podía considerarse en la infancia de su ser político, pues recién empezaba “a abrir los ojos a la luz, y esta no puede comunicarse en un momento a todas las clases de ciudadanos”; la gran masa yacía “en las tinieblas de la ignorancia, porque el gobierno anterior jamás cuidó, como debiera, de remover los obstáculos de la instrucción y civilización”. Por consiguiente, el pueblo no estaba en condiciones de conocer y calcular sus propios intereses, lo que lo obligaba a ponerse “en manos de uno solo, que, ayudado de las luces de los sabios, y moderado bajo el imperio de las leyes fundamentales que establezca el congreso nacional, lo gobierne y conduzca al alto punto de grandeza, prosperidad y gloria a que puede y debe aspirar”.

Por otra parte, la diversidad cultural que encierra el Perú, la multiplicidad de castas, todas con “inclinaciones y miras […] tan opuestas, como los diversos matices del color”, implicaba un alto riesgo de discordia interna si se establecía un gobierno democrático. El sentimiento patriótico no era suficiente para concordar opiniones ni ánimos: “un pueblo que todavía no tiene las luces necesarias para comprender todo el sentido y energía de esta palabra, y que por sus antiguas habitudes no es capaz de sentir sus vivas impresiones, no puede elevarse en un momento a ese grado de virtud que, según Montesquieu, es como el alma del gobierno republicano”.

Por último, consideraba que el Perú estaba acostumbrado a este sistema, “a las preocupaciones del rango, a las distinciones del honor, a la desigualdad de fortunas, cosas todas incompatibles con la rigurosa democracia”. Esto no era únicamente aplicable a los grupos blancos de la población, sino que también a los indígenas: “no hay uno entre ellos todavía que no refresque continuamente la memoria del gobierno paternal de sus incas, de esos hombres extraordinarios, que hasta en las conquistas de las provincias de que se formó el Tahantinsuyo, no se proponían sino la mira benéfica de hacer felices a los habitantes sacándolos de la clase de bestias, para elevarlos a la dignidad de hombres. Pretender pues plantificar entre ellos la forma democrática, sería sacar las cosas de sus quisios, y exponer el Estado a un trastorno, por un error semejante al que han cometido las Cortes de España”.

Para comprobar su segunda proposición, es decir, que a los territorios de mayor extensión territorial convenía más la concentración del poder, argumentó, en primer lugar, que la democracia solamente se había aplicado en estados de corta extensión, tales como Atenas, Tebas y otras ciudades, “mientras que en la vasta y dilatada extensión del territorio de la Asiria, de la Persia, y Media, y del Egipto, siempre se restringió el poder a uno solo en calidad de Rey”. Agregó que en la antigua Roma, en la misma medida en que se expandía el territorio, aumentaban las discordias internas, por lo que tuvo “que rendirse a la necesidad de sujetarse al poder de uno solo en la persona de octaviano, y de sus sucesores en el Imperio”.

La evidencia de esto era tan clara que bastaba con examinar someramente el caso de la Francia de la revolución, una “grande nación” que había tratado de alterar su sistema monárquico y de imponer una democracia.

Moreno ofreció a la Sociedad Patriótica el fruto de sus reflexiones: “El poder político, dijo, para equilibrarse y guardar aquella proporción que lo conserva y perpetúa, es menester que, cuanto más gane en extensión, tanto más se concentre y recoja en las personas que lo ejercen; y recíprocamente, cuanto más se divida en las personas más se acorte en la extensión sobre que obra: por el principio general de que toda fuerza, sea la que fuere, es necesario que se fortifique, y no puede fortificarse sin unirse, para obrar sobre una grande masa”, y como corolario concluía que la distancia a que se ubicasen los ciudadanos, en relación con el centro del poder, disminuiría la actividad y rapidez del poder real, y en una democracia, anularía los derechos, “pues debiendo ser en esta forma popular, cada ciudadano monarca y vasallo a un mismo tiempo en cuanto concurre a hacer la ley que el mismo está obligado a obedecer, la distancia le impediría ser alguna vez monarca, por no poder concurrir por sí mismo a hacer la ley, dejándolo siempre en la clase de vasallo, porque siempre estaría obligado a obedecer”. La situación aludida por este autor se subsana mediante el ejercicio de la representación, pero en su criterio ello no era así por cuanto en la verdadera democracia el sufragio es siempre personal.

Por otra parte, en un territorio extenso no siempre va a existir la misma voluntad, o los mismos acuerdos. Cada localidad tiene sus propios problemas y aspiraciones. De ahí surgirá, seguimos a Moreno, el despedazamiento del Estado. Todo esto lo llevaba a concluir que: “No es adaptable pues la forma democrática al Perú, visto de un aparte el estado de su civilización, población, y costumbres, y considerada de otra la grandeza de su territorio; y el amor sincero y ardiente de la patria levanta su voz para decir con Ulises al tiempo de reunir este a los griegos delante de las murallas de Troya, No es bueno que muchos manden, uno solo impere, haya un solo Rey”.

La segunda memoria leída ante la Sociedad fue la que presentó Manuel Pérez de Tudela[39], quien inició su análisis desde la constitución de las sociedades, formadas para el socorro mutuo de sus integrantes, asegurando por ello que la forma de gobierno que adoptasen estaba en estrecha vinculación con las necesidades y las facultades propias de sus integrantes.

Por su parte, las circunstancias que se presentaren en un momento dado determinaban los deberes y derechos recíprocos, pudiendo alterarse la forma de gobierno:

“En los tiempos primitivos no pudieron hacerse observaciones exactas. Procediendo los hombres a tientas según sus necesidades, obedecían a las circunstancias como por instinto, y formaban, o alteraban su gobierno, menos por razón que por inquietud. Hubo es verdad algunos pueblos privilegiados en donde la sucesión de usos se dirigía constantemente a la perfección de la sociedad; pero también hubo otros, en los que una revolución sucedía a otra sin la menor reforma, hasta sepultarse en la servidumbre tumba de las naciones”.

Para la conformación de la sociedad civil, cada individuo que la conforma, ha cedido parte de su propia libertad en aras de la formación de un orden que permita cumplir con los elementos que para Pérez de Tudela son la esencia de ella, es decir, la libertad de los asociados, la seguridad de las fortunas, la igualdad ante la ley, la reunión contra el enemigo común, la fidelidad hacia los pactos y la oposición al que intente perturbar el orden. De ahí surgían, entonces, preguntas cruciales que en el fondo no representan otra cosa que la necesidad de establecer un gobierno: “¿Cómo afianzar esa libertad y seguridad? ¿Qué medidas serán bastantes para asegurar al ciudadano la propiedad de sus bienes y fortuna? ¿Con qué precauciones se hará la reunión contra el enemigo común? ¿En qué ocasiones será lícito perjudicar a otro? ¿De qué manera se hará la oposición a los que intentan trastornar el orden?”.

Señala Pérez de Tudela que algunos pueblos habían confiado la administración a una persona sujeta a leyes fundamentales (monarquía constitucional), que en otras partes era un sector de la sociedad el que manda (oligarquía), y que “en no pocas se ha dividido la soberanía entre diferentes cuerpos y magistrados, anhelando por un equilibrio que evite la preponderancia, la reunión de los tres poderes, y la autoridad absoluta y arbitraria”. Este equilibrio entre el monarca y los cuerpos era, a su juicio, difícil de lograr pues siempre tratarán de limitarse mutuamente, transformándose, en definitiva, en algo casi imposible, un fantasma, según sus propias palabras.

Según el pensamiento de Pérez de Tudela, la naturaleza de un gobierno libre (democrático) consistía en regir o reglamentar la utilización del poder soberano, “de modo que los ciudadanos sean sustraídos de toda autoridad arbitraria, y que la fuerza sea empleada únicamente en reprimir la licencia”. El Perú era un pueblo libre e independiente, y la forma que adoptase para su gobierno dependerá de la decisión que su pueblo adoptaría espontánea y soberanamente.

Cerrando el círculo con su planteamiento inicial, sostenía que la forma de gobierno a adoptar debería ser la que exigieran las necesidades y las facultades, combinadas con las circunstancias, y consecuentemente con esto, ilustraba las circunstancias en que vivía el Perú en materias tales como rentas públicas, situación de su agricultura, industria, comercio y minería, actividades todas que se habían visto afectadas por la guerra. Era necesario, entonces, que “el sol del Perú pierda la palidez que ha sufrido por más de tres centurias, y esparza sobre sus hijos esos rayos benéficos y llenos de esplendor”. Sólo entonces se podría decidir por tal o cual forma de gobierno. ¿Por cuál se optaría? El autor no lo dice directamente, pero es más que claro al decir “el impulso que se ha dado a la opinión contra el realismo para plantar el árbol de la libertad es general en todo el continente, y estas ideas dejan en los espíritus unas semillas, que no se pueden fácilmente arrancar”, agregando que se había adelantado en la adquisición de conocimientos, y que el pueblo había empezado a examinar sus derechos.

Contrariamente a lo que otros podrían haber manifestado, señala que en el Perú existían las luces[40]: “Guardémonos de decir que no hay luces en el Perú. El que al acento sagrado de la libertad permanece aún en su antigua apatía, y conserva esas ideas góticas, es indigno del nombre peruano. Él perjudica al sistema infundiendo el desaliento en los pueblos aún esclavos. Él prepara la división de la capital con las provincias, y sostiene el yugo de nuestros antiguos opresores. No: jamás el indígena será un obstáculo para la elección de un gobierno sabio y paternal. Patriota por naturaleza ha procurado siempre aunque con mal suceso recobrar la antigua independencia del Perú”. El descendiente de africano igualmente defendería su libertad y el blanco estaba olvidando las distinciones propias del antiguo régimen: “¿No lo veis olvidado de sus títulos, de sus humores, de su rango cooperar gustoso a la independencia del Perú?”.

Entonces no había ninguna coincidencia con lo planteado por Moreno, lo que quedó claramente demostrado cuando manifestó “hay pues heterogeneidad en los colores, no en el espíritu, no en el carácter, no en el deseo de la felicidad común. El hombre ama naturalmente su bienestar; y el alma es igual en todos los ángulos del planeta que habitamos”.

El proceso que se vivía, había dado existencia política al Nuevo Mundo, y los libertadores no lograrían una obra perfecta si desatendían al bienestar general de los americanos. Las circunstancias que se vivían colocaban a los gobiernos en la disyuntiva de inclinarse “a la libertad o a la servidumbre”; pero todos aspiraban a la libertad, por lo que “el gobierno pues del Perú no debe ser otro, que el que exijan sus necesidades y ventajas combinadas con las circunstancias”, y de ello habría que responder: “seríamos responsables a nuestra numerosa posteridad eligiendo un gobierno contrario a los augustos e inmutables fundamentos que dan para una feliz constitución, la localidad, la opinión, las luces, el espíritu público, y últimamente la imperante marcha de los sucesos, y la tendencia general de los hombres y los pueblos”.

Lejos estaba este escrito de avalar las posiciones monarquistas de personajes como Moreno y Monteagudo, y por ello el número completo de esta edición fue censurado por el ministro de Estado. Curiosamente, en la edición siguiente, el nuevo número 4, se agrego una explicación que destaca el valor de la variedad de opiniones en los temas que se discutían en la Sociedad. Allí se insertó una intervención de Pérez de Tudela que dice como sigue: “El señor Pérez de Tudela manifestó con mucha elegancia, que no había aún datos bastantes para determinar la forma de gobierno más conveniente, y concluyó diciendo: “el gobierno del Perú no debe ser otro que el que exigen sus necesidades y ventajas, combinadas con las circunstancias; proponiéndose por base de su constitución la precisa e indispensable consideración de reunir para formarla las causas constantes, que influyen siempre en un país, y las causas variables que siguen el progreso de las luces, de los intereses del espíritu nacional y de la opinión”[41]. Como se habrá notado, en este párrafo se excluyeron las alusiones finales de la memoria que referían el interés del pueblo.

A continuación se incluyó una intervención de José Cavero y Salazar, quien expresó que “la América estaba preocupada contra la monarquía, porque había sufrido bajo el yugo español; y era preciso despreocuparla en esta parte, haciendo que distinga la esencia de la autoridad monárquica, de su abuso o demasía, probando que un gobierno monárquico moderado, puede ser libre y feliz”[42]. Se establecía, entonces, una sutil diferencia en partida doble. Por un lado se decía lo que el mismo Pérez de Tudela había dicho, pero al extirparse de su intervención la referencia a la voluntad de los pueblos, que en su lógica argumental era el punto clave para decidir entre un sistema u otro, se mediatizaban sus expresiones, las que ahora solo se transformaban en un llamado a determinar cuáles eran las realidades del Perú para poder decidir de buena forma. Por otra parte, con el párrafo de Cavero y Salazar se establecía que no todas las monarquías eran iguales, por lo que tal opción no debía descartarse a priori.

El tema estaba causando polémica, quizás más allá de lo que Monteagudo hubiese deseado. En el fondo se buscaba, bajo su dirección, una suerte de aval intelectual peruano para el establecimiento del sistema monárquico constitucional, y no deja de ser sintomático que tras la presentación de la memoria de Pérez de Tudela, este tema desapareciera de las páginas del Sol del Perú.

I. San Martín en el gobierno del Perú | II. Las Ideas de Monteagudo y la Sociedad Patriótica de Lima | III. Las Memorias Sobre el Sistema de Gobierno que Perú Debía Adoptar | Notas | Versión de impresión

 




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