Volumen 1, N°1 Agosto de 2004

La bibliografía en Chile (1)

 

Desarrollo de las investigaciones bibliográficas

Los estudios bibliográficos han tenido en Chile una interesante y extensa trayectoria, alcanzando en algunos períodos una importancia extraordinaria. Si se les compara con el cultivo de otras disciplinas, aparecen desproporcionados y si, saliendo fuera del país, se les compara con los estudios similares en las otras naciones latinoamericanas, resulta para Chile una ventaja abismante. Quizás no sería aventurado afirmar que la producción bibliográfica chilena es equiparable a la de todos los otros países hermanos en conjunto y, por otra parte, es indudable que algunas bibliografías relativas a esos países, elaboradas en Chile, son las obras más importantes en la materia. Tan impresionante ha sido el esfuerzo bibliográfico, que los eruditos no han escatimado los elogios y hasta han expresado su envidia por no contar con obras similares.

Chile es el único país latinoamericano que tiene completos sus registros bibliográficos generales desde el Descubrimiento hasta el año 1981 y el único, también, que ha abordado tareas continentales.

Argentina padece en materias bibliográficas de una vergonzosa desnudez. Su bibliografía nacional general no cuenta con más trabajos que la Historia bibliográfica de la imprenta en el antiguo virreinato del Río de la Plata del chileno José Toribio Medina, el Anuario bibliográfico de la República Argentina, publicado por Alberto Navarro Viola, que con sus nueve volúmenes cubre los años 1880-1887, y el Boletín bibliográfico nacional, publicado en 1937.

En Brasil no encontramos más que el Diccionario bibliográfico brazileiro de Sacramento Blake, publicado en siete volúmenes entre 1883 y 1902.

El Perú, siempre dentro de la bibliografía nacional general, fuera de algunos aportes aislados, cuenta con la obra fundamental de José Toribio Medina La imprenta en Lima, cuyos cuatro volúmenes abarcan el periodo colonial; el mismo Medina aportó luego La imprenta de Arequipa, el Cuzco, Trujillo y otros pueblos del Perú durante las campañas de la Independencia. También debe considerarse como un aporte básico el de Gabriel René Moreno, Bibliografía peruana, que dio a las prensas en Chile en 1896 En años recientes, 1953-1957, Rubén Vargas Ugarte publicó sus Impresos peruanos, en siete volúmenes, que agregaron numerosas referencias a los trabajos de Medina.

Otro esfuerzo para adelantar en la bibliografía general peruana, ha sido el de Alberto Tauro, que desde la Biblioteca Nacional de Lima comenzó a editar el año 1945 el Anuario bibliográfico peruano, con un primer número correspondiente al año 1943, y que se ha continuado hasta años recientes.

Los ejemplos mencionados son una buena prueba de lo mucho que falta por realizar en materias bibliográficas en Latinoamérica.

Existe, sin embargo, la meritoria excepción de un país pequeño, Guatemala, que presenta catalogada su producción impresa desde el siglo XVII hasta 1940 y que, por lo tanto, en este sentido se aproxima a Chile. La época colonial fue estudiada por Medina en La imprenta en Guatemala y la época republicana por Gilberto Valenzuela, que entre los años 1933 y 1963 dio a luz los ocho volúmenes de su Bibliografía Guatemalteca, que abarca el período comprendido entre la Independencia y el año 1940.

Los comienzos de la inquietud bibliografía en Chile los encontramos hacia fines de la época colonial, cuando el abate don Juan Ignacio Molina elaboró una pequeña lista de impresos relativos al país, que acaso no tenga otro mérito que ser el hito inicial. Los primeros cuarenta años de la época republicana trascurren sin aportes significativos y sólo al pasar la mitad del siglo XIX aparecen algunas publicaciones bibliográficas de cierta importancia.

Es un fenómeno claramente demostrado que la bibliografía surgió de los estudios históricos y se desarrolló paralelamente a ellos. Por el carácter mismo de sus investigaciones, los historiadores debieron preocuparse de la búsqueda y catalogación de las obras publicadas en el pasado, que constituían materiales fundamentales para sus trabajos. Las primeras bibliografías fueron obras imprecisas y carentes de un verdadero método como lo eran también las obras históricas, pero a medida que la historiografía perfeccionó sus métodos y el estudio del pasado adquirió complejidad, la bibliografía, paralelamente, alcanzó una perfección notable.

Bastaría pensar en los aportes bibliográficos efectuados por los historiadores, para comprender el desenvolvimiento paralelo de las dos disciplinas, desde los trabajos vacilantes de los hermanos Amunátegui hasta las macizas obras de Medina y las más recientes de Silva Castro y Feliú Cruz.

El rol jugado por los historiadores, sin embargo, no debe oscurecer la importancia de las contribuciones procedentes de diversas áreas: los nombres de Ramón Briseño, Luis Montt, Nicolás Anrique y tantos otros, son más que suficientes para evitar cualquier generalización demasiado absoluta.

Con el correr del tiempo, además, las bibliografías especiales adquirieron mayor importancia y casi todas las disciplinas intelectuales, tarde o temprano, han experimentado la necesidad de contar con estudios bibliográficos específicos y muchas personas que jamás habían pensado dedicarse al cultivo de la bibliografía, circunstancialmente se han interesado por ella.

Una de las primeras bibliografías elaboradas en Chile fue el Catálogo de los libros y folletos impresos en Chile desde que se introdujo la imprenta, publicado en 1857 en el tomo I de la Revista de Ciencias y Letras y cuyos autores fueron don Miguel Luis y don Gregorio Víctor Amunátegui. Trabajo de carácter selectivo, ofrece graves deficiencias, como la omisión del lugar de impresión de las obras y del nombre de la imprenta.

Años más tarde, entre 1872 y 1874, Miguel Luis Amunátegui y Diego Barros Arana insertaron diversos estudios de carácter bibliográfico en la Revista de Santiago, algunos de ellos relativos a América. Barros Arana, además, dio a conocer a través de la misma revista los trabajos realizados por notables bibliógrafos extranjeros, como el español Andrés González de Barcia, el inglés Joseph Sabin y los norteamericanos Samuel Allibone y Henry Harrise.

La obra más destacada en esta primera época de los estudios bibliográficos es, sin lugar a dudas, la Estadística Bibliográfica de la Literatura Chilena de Ramón Briseño, cuyos dos volúmenes vieron la luz en 1862 y 1879. La obra fue encargada a Briseño por la Universidad de Chile, debido a una sugerencia de don Andrés Bello y de don Miguel Luis Amunátegui, buscando de esa manera dar un impulso a las investigaciones bibliográficas. Briseño, que a la sazón era Conservador de la Biblioteca Nacional, aceptó la tarea pese a sus muchas obligaciones y al hecho de no tener experiencia en trabajos de esta índole.

El resultado fue un extenso catálogo de los impresos chilenos, los periódicos, las obras relativas a Chile publicadas en el extranjero y las obras de escritores chilenos impresas fuera del país, todo entre 1812 y 1876. El plan era demasiado ambicioso, sobre todo si se piensa que era el primer intento de realizar una bibliografía exhaustiva, y por ello la obra resultó con muchos defectos. A pesar de la diligencia y paciencia del autor, escaparon a sus búsquedas numerosos impresos; pero la mayor deficiencia reside en el método empleado por él: las obras en lugar de ser descritas con exactitud, solamente fueron registradas por sus nombres, a veces truncos, formando columnas verticales a las que se agregan otras columnas que indican el número de volúmenes, la cantidad de páginas, el tamaño, el año, la imprenta y el lugar de impresión.

Mediante ese sistema, la identificación de los impresos se hace difícil y por esta causa la Estadística Bibliográfica ha merecido severas críticas.

Pese a las deficiencias que presentan los trabajos de esta primera época de la bibliografía chilena, ellos constituyen un impulso fundamental y han sido fuentes obligadas de consulta.

La etapa más brillante de las investigaciones bibliográficas comienza en 1886, año en que hizo su aparición el Anuario de la Prensa Chilena, publicado por la Biblioteca Nacional, y se prolonga hasta alrededor de 1915.

No se comprendería exactamente la importancia de este periodo si no se comenzase por el estudio de la obra extraordinaria de José Toribio Medina, que le valió al célebre investigador el apodo de “el mayor bibliógrafo de la Cristiandad”.

En 1888, Medina hizo un primer aporte de carácter más bien modesto, su Biblioteca Americana, que tenía un ensayo de bibliografía de Chile durante la Colonia. Esta obra ofrece la singularidad de ser el primer libro impreso por el propio Medina en su casa, que sería la característica de los libros que publicó en adelante.

En 1891 aparece la primera gran obra de carácter bibliográfico de Medina, la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile desde sus orígenes hasta febrero de 1817, que por la materia que trataba y por su método constituyó un avance enorme.

Cronológicamente, la obra cataloga desde los primeros impresos aparecidos en Chile en un rústico taller colonial y se extiende hasta el triunfo de Chacabuco, incluyendo toda clase de proclamas, hojas sueltas, simples esquelas y los primeros periódicos, comenzando por la Aurora de Chile. El método de Medina, que llevó a un punto de perfección en las obras siguientes, consiste en describir con la mayor exactitud el impreso, dando a conocer de manera rigurosa la portada y señalando toda clase de datos que pudiesen contribuir a identificarlo. Además, Medina enriqueció las referencias bibliográficas con notas, a veces muy extensas y con inclusión de documentos, destinadas a ilustrar las circunstancias que rodearon la impresión, los orígenes de la imprenta que hizo el trabajo y los antecedentes biográficos de los impresores. En algunas de sus bibliografías, Medina reprodujo facsimilarmente las portadas y en el caso de impresos raros y de corta extensión, transcribió el texto de ellos in extenso.

La Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile no era más que el comienzo de una tarea gigantesca que se había propuesto Medina y que consistía en trazar, en diversos volúmenes, la historia y la bibliografía de la imprenta en América durante la Colonia y la Independencia. En cumplimiento de ese plan, publicó en 1892 la Historia y bibliografía de la Imprenta en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, impresa a todo lujo y en gran formato en el Taller de Publicaciones del Museo de La Plata. Luego, a partir de 1904, vieron la luz pública los cuatro tomos de La Imprenta en Lima y entre ese año y 1910 aparecieron las obras relativas a Bogotá, Caracas, Cartagena de Indias, Guadalajara, Guatemala, La Habana, Mérida de Yucatán, Oaxaca, Puebla de Los Ángeles, Quito y Veracruz, para rematar esta parte de su labor con los ocho tomos de la Imprenta en México, publicados entre 1908 y 1912.

Con ese conjunto de trabajos, Medina dejó un cuadro histórico completo de la imprenta en América desde que se estableció el primer taller en el siglo XVI hasta los últimos días de la Independencia, al mismo tiempo que dejó registrados los impresos salidos de esas imprentas.

Otra magna tarea llevada a cabo por el gran bibliógrafo chileno fue la de registrar los impresos relativos a América aparecidos durante la época colonial como también las obras publicadas por americanos o por españoles que estuvieron en el Nuevo Mundo, traten o no de él. Este vasto plan quedó concretado en dos obras de Medina, la Biblioteca Hispano-chilena, cuyos tres tomos aparecieron entre 1897 y 1899, y la Biblioteca Hispano-americana, que comprende siete tomos publicados de 1898 a 1907.

Para apreciar debidamente la labor bibliográfica de Medina es necesario señalar que la mayoría de los volúmenes que comprenden sus obras pasan de las quinientas páginas y que la cantidad de impresos colacionados sube a muchos miles. Por otra parte, las obras que se han mencionado no son todas y bien pudieran agregarse todavía seis o siete títulos más relativos a América y Filipinas y una infinidad de bibliografías secundarias dispersas en las diferentes monografías que publicó como historiador.

La magnitud de las investigaciones de José Toribio Medina le convierte no sólo en el bibliógrafo más importante de Chile sino que también en el más importante de todo el continente y en uno de los más destacados del mundo entero.

Gracias a su labor, Chile pudo figurar a la vanguardia de los estudios bibliográficos americanos; en lo que respecta a la influencia interna, los trabajos de Medina han servido de ejemplo por su erudición y la perfección del método.

En la época del gran desarrollo de la bibliografía en Chile, la Biblioteca Nacional desempeñó un papel rector gracias a la diligencia de sus directores y empleados, entre quienes cabe mencionar a Luis Montt, Enrique Blanchard Chessi, Ramón A. Laval y Emilio Vaisse. Los estudios realizados por estos investigadores dieron origen a diversas tareas bibliográficas que representan el esfuerzo más importante realizado en el país para sistematizar nuestros repertorios bibliográficos e impulsar los estudios de este orden.

Además del Anuario de la Prensa Chilena, ya mencionado, que tenía por objeto catalogar los impresos aparecidos cada año, se iniciaron otras dos publicaciones periódicas. La primera fue el Boletín de la Biblioteca Nacional, comenzado a publicar en 1901 y llamado más adelante, a partir de 1912, Revista de la Biblioteca Nacional; su objeto era dar a conocer los impresos y manuscritos que por disposición legal, adquisición, donación o cualquier otro motivo, ingresaban a nuestro principal repositorio bibliográfico.

La segunda publicación, cuyo primer número apareció en enero de 1913, fue la Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera, destinada a dar a conocer los libros, folletos y artículos de revistas y periódicos de Chile y del extranjero, publicado recientemente y a acoger toda clase de estudios bibliográficos. Se publicó hasta 1918, con doce números anuales, y luego de una prolongada suspensión, en 1927 se reanudó su publicación con el título de Revista Bibliográfica chilena, hasta dejar de existir definitivamente en 1929.

Por otra parte, los investigadores de la Biblioteca Nacional contribuyeron con diversas obras bibliográficas de carácter general y especial, entre las que cabe mencionar el estudio retrospectivo de Luis Montt titulado Bibliografía Chilena y la Bibliografía General de Chile de Emilio Vaisse, aunque ambos trabajos se malograron por factores imprevisibles.

Fuera de la Biblioteca Nacional hubo otros bibliógrafos que en este mismo período hicieron aportes interesantes. Nicolás Anrique, bibliotecario de la Oficina Hidrográfica de la Armada, publicó en 1884 su Bibliografía Marítima Chilena y cinco años más tarde su Ensayo de una Bibliografía Dramática Chilena. Junto con Luis Ignacio Silva, Conservador de la Biblioteca del Instituto Nacional, publicó en 1902 el Ensayo de una Bibliografía Histórica y Geográfica de Chile. El último autor, además, entregó a las prensas, en 1910, La Novela de Chile, que da cuenta de las diversas obras literarias en prosa publicadas en el primer siglo de vida independiente.

Hacia aquellos años desarrolló también una intensa labor bibliográfica el intelectual boliviano avecindado en Chile Gabriel René-Moreno, que se dedicó a estudiar los impresos de su patria y del Perú valiéndose de su propia biblioteca y de diversas bibliotecas chilenas. Sus principales obras fueron: Biblioteca Boliviana. Catálogo de la sección libros y folletos (1879), Ensayo de una bibliografía general de los periódicos de Bolivia (1905) y Biblioteca Peruana (1896), dos volúmenes.

Junto a los autores precedentes, podrían citarse varios otros que significaron contribuciones en diversos temas, tales como la bibliografía histórica, la bibliografía, la bibliografía jurídica y la bibliografía relativa a las ciencias naturales, que constituyen una labor más dispersa y que se ordenará más adelante al tratar de la bibliografía especial.

Con posterioridad al año 1915 se experimenta un descenso en la actividad bibliográfica, como si las crisis económicas en que se vio envuelto el país, después de la primera guerra mundial, y los problemas sociales y políticos hubiesen repercutido de una manera desfavorable.

En esta última época se publican todavía los últimos trabajos de Medina, que eran el residuo dejado por sus anteriores investigaciones. Tales son, por ejemplo, las Noticias bio-bibliográficas de los jesuitas expulsos de América en 1767, el Diccionario de anónimos y seudónimos hispanoamericanos y La literatura femenina en Chile. Esta última, aparecida en 1923, no era otra cosa que un catálogo de los libros y folletos publicados por las mujeres en Chile sobre las más diversas materias.

La tradición bibliográfica chilena ha tenido dos continuadores, Raúl Silva Castro y Guillermo Feliú Cruz, que a través de diversas obras y algunas iniciativas interesantes, han impulsado los estudios de este orden.

Al primero se debe el perfeccionamiento de la bibliografía general relativa al siglo XIX mediante la publicación del Anuario de la Prensa Chilena 1877-1885 (Santiago, 1952), que llenó la laguna existente entre la Estadística bibliográfica de Briseño y la aparición del primer número del Anuario; y la publicación de las adiciones y ampliaciones a la Estadística bibliográfica de la literatura Chilena (1819-1876) de Ramón Briseño, que dio a luz en 1966. Ambos trabajos eran de gran necesidad para subsanar los vacíos y omisiones de las investigaciones del siglo pasado.

Además de esas obras, Silva Castro publicó diferentes investigaciones relativas a la literatura nacional, entre las que se encuentran El cuento chileno. Bibliografía (Santiago, 1936) y la Historia bibliográfica de la novela chilena, publicada en 1961 en colaboración con Homero Castillo.

Muy importante para las investigaciones literarias ha sido también su obra Fuentes bibliográficas para el estudio de la Literatura Chilena, incluida en los Anales de la Universidad de Chile correspondientes a 1933.

Feliú Cruz ha publicado algunos trabajos monográficos como la Bibliografía de don José Toribio Medina (Santiago, 1930), Las obras de Vicuña Mackenna (Anales de la Universidad de Chile, 1931) y En torno de Ricardo Palma, aparecido en 1933, cuyo segundo volumen contiene un “Ensayo crítico-bibliográfico” sobre el autor de las Tradiciones peruanas.

Pero la mayor contribución de Feliú Cruz se encuentra en algunas iniciativas destinadas a fomentar las investigaciones bibliográficas y a reeditar antiguas obras. Gracias a sus desvelos se creó en 1952 el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, cuyo objetivo principal ha sido reeditar las obras del bibliógrafo. Dentro de su cometido, este organismo ha hecho nuevas ediciones de la Biblioteca Hispano-americana (1958-1962), y de la Bibliografía de la imprenta en Santiago de Chile (1960), de la Biblioteca Hispano-chilena (1963) y ha dado a luz el Ensayo bio-bibliográfico sobre Hernán Cortés (1952) que Medina dejara inédito a su muerte. Además, ha publicado dos obras de autores extranjeros, Bartolomé de las Casas: Bibliografía crítica, de Lewis Hanke y Manuel Giménez Fernández y Revistas hispanoamericanas. Índice bibliográfico de Sturgis E. Leavitt, publicadas en 1954 y 1960 respectivamente.

Entre 1960 y 1966 Feliú Cruz desempeñó el cargo de Director General de Bibliotecas, Archivos y Museos, logrando restablecer el papel señero de la Biblioteca Nacional en materias bibliográficas.

En un lapso de sólo seis años con la aparición de diversos volúmenes se puso al día la serie del Anuario de la prensa chilena, que ya tenía un retraso de cuarenta y ocho años y quedó regularizada la publicación de cada número anual. En esa misma época, la Biblioteca Nacional, bajo los auspicios de la Comisión Nacional de Conmemoración del Centenario de la muerte de Andrés Bello, reeditó facsimilarmente la Estadística bibliográfica de Briseño y encargó a Raúl Silva Castro las Adiciones y ampliaciones de dicha obra, que ya se mencionó.

Relatando estos trabajos, Feliú Cruz publicó una Historia de las fuentes de la bibliografía chilena (1966, 3 tomos), en que revisa todos los antecedentes destinados a ilustrar el desenvolvimiento de las investigaciones bibliográficas en el país y otras materias anexas.

Fuera de las contribuciones realizadas por los organismos oficiales ha habido muchas otras de carácter aislado que se refieren a temas especializados y cuyos autores no son propiamente bibliógrafos sino escritores, profesionales o técnicos que, como resultado de sus trabajos, han realizado circunstancialmente investigaciones bibliográficas. Algunas de estas obras se detallarán al tratar de la bibliografía especial.

Una mención aparte merece, en todo caso, José Zamudio Z., que fuera alto funcionario de la Biblioteca del Congreso, que ha realizado diversos aportes de la bibliografía histórica, siendo su obra más destacada Las Fuentes bibliográficas para el estudio de la vida y de la época de Bernardo O’Higgins, publicadas en 1946.

Por último, dentro de esta época de renacimiento de la bibliografía, deben considerarse las actividades del Centro Nacional de Información y Documentación (CENID), dependiente de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), creado en 1963 con el fin de facilitar la información bibliográfica. Gracias a las investigaciones que ha auspiciado se tienen algunos registros de las tesis aprobadas en las universidades en los años 1962 y 1963, la Guía bibliográfica del personal docente e investigadores de las Universidades Chilenas (1967), la Información bibliográfica de recursos naturales (1967) y el Catálogo Colectivo nacional de publicaciones periódicas (1968), destinado a ser complementado con entregas periódicas.

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1.

(La bibliografia en Chile) Cuadernos de Historia Nº 5. Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile. Julio de 1985, páginas 67-103

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